Email del 22 de noviembre 2022

Sam Francis. Bright nothing (1963)

Querida:

Nueve de la mañana. Un taxista sin taxi encuentra un taxi y se sube al taxi. Cuando intenta ponerlo en marcha regresa el taxista propietario del taxi y se lía a hostias con el segundo taxista, el que no tenía taxi. Al final ambos taxistas se terminan cayendo bien y surge entre ellos un deseo libidinoso. Cogidos de la mano se acercan a una pensión de tercera categoría y hacen manitas. Mientras las manitas se transforman en guarradas no aptas para un público no debidamente preparado, otro taxista sin taxi se monta en el taxi, le hace un puente y se lo lleva. Cuando los dos taxistas se visten, acuden al taxi del primer taxista y reparan en que el taxi ya no está donde debía estar, llaman a la policía y denuncian la sustracción y vuelven a la habitación de la pensión de tercera categoría. Mientras los dos taxistas intentan nuevas posturas imposibles, el taxista ladrón para frente a un club de alterne y entra para alternar. No tendría sentido entrar en un club de alterne para incomunicarse. El alterne va viento en popa y las alternadoras son bastante jóvenes y atractivas. Mientras todos alternan en el club de alterne otro taxista sin taxi se encuentra con el taxi robado por el taxista ladrón al taxista que en esos instantes enseña posiciones comprometidas al segundo taxista, el que intentó robar el taxi y acabó en la cama con el taxista. Este último taxista es tan cleptómano como el anterior y roba a su vez el taxi. Ni siquiera debe hacer un puente porque aprovecha el que hizo el primer ladrón taxista. Ya sé que es complicado, pero es el argumento de mi próxima novela titulada Tengo información sobre el taxista, que estará lista cuando acabe de pensar y escribir todas las burradas que se me pasen por la cabeza. Cuando la termine regresaré al texto que tengo empantanado desde hace siete horas, que se titula Ay y que trata sobre un anciano que se atusa la barba. No sucede nada más, solo el atusamiento lánguido y continuo de la larga barba blanca. Demuestro en 78 capítulos que soy capaz de describir un atusamiento sin necesidad de complicar demasiado una trama. Al final de la obra, el anciano fallece de aburrimiento y la barba deja de ser atusada.

El proceso de creación de una novela es siempre parecido al proceso de creación de una tortilla de patatas. De hecho son tan semejantes que a menudo acabo comiéndome la novela y reescribiendo la tortilla. En ocasiones, sobre todo cuando a la novela le falta sal o la tortilla se hace predecible, suelo meterme en la ducha y bañarme. Soy el único tipo del mundo que es capaz de bañarse en la ducha y ducharse en la bañera. Por esa razón mi cutis reluce, refulge y fulgura. Y a veces incluso centellea. Cuando eso sucede, apago las luces de la casa y admiro mi piel. Pero no me gusta sorprenderme con profundidad, no sea que descubra una pequeña imperfección cutánea y sienta la necesidad de dejar de existir. Pero creo que estoy desviándome del verdadero tema de esta disertación. Cuando creo un personaje siempre intento crear al mismo tiempo una personaja. Un personaje sin una personaja no es un personaje. Claro que una personaja no es nada. No existe. Por lo tanto no puede ser seguida en Facebook. Hace años creé un personaje que no era personaje, pues era un un músculo bipenniforme humano que tenía vida y tomaba decisiones. Mi editor se negó a publicar la novela y yo cambié de editor y transformé al músculo bipenniforme humano en un músculo multipenniforme animal. Entonces la obra satisfizo a mi primer editor que imploró que lo volviera a contratar. En lugar de eso despedí también a mi segundo editor y me preparé una paella de pollo y conejo. A día de hoy es esa paella de pollo y conejo quien edita mis textos. Y debe hacer un gran trabajo porque ya ha recibido más de 30 premios, galardones y propuestas de cohabitación.

Siempre que pienso en mis novelas y cuentos antiguos me entran ganas de volver a reescribirlos. La única obra que no tocaría -pues creo que representa el culmen de la perfección literaria- es Cáscaras melindrosas, la historia de una vaina meliflua que cae por error en un vaso de cerveza negra de Baviera y recuerda su vida mientras poco a poco se sumerge y se ahoga. Que el ahogamiento suceda en la segunda página y que la obra completa solo tenga 4 páginas no quiere decir absolutamente nada. Por esa razón, jamás nadie se atrevió a sacar conclusiones, pero conozco a un tipejo que intentó sin éxito meter las conclusiones, aunque nunca me dijo el lugar en el que intentó introducirlas. Y si quieres que te sea tan sincero como un ministro, no me interesa saberlo. Lo único que me interesa en estos instantes es saber si el segundo ladrón taxista debe morir o por el contrario debe vivir. Claro que también podría hacer que muriese para luego resucitarlo en forma zombificada y que siguiera robando taxis. No sé. Quizá es una solución demasiado facilona. O podría dejar que se suicidara metiendo la minga por el tubo de escape todavía caliente. ¡No! Ya pensaré una buena continuación. Pero la pensaré más tarde. Ahora todavía es demasiado pronto. Demasiado pronto para seguir las huellas. Demasiado pronto para imaginar un deseo. Los deseos son bastante tiquismiquis y solo se dejan desear en ciertos instantes. Y esos instantes suelen ser los más distantes. E indeseables. ¿Has conocido alguna vez un instante distante e indeseable? ¡Yo también!

A veces miro a través del cristal de la ventana, pero no veo nada porque está muy sucio, así que me imagino todo lo que sucede en el otro lado. Y lo que sucede son… cositas. Podría relatarte qué clase de cositas pero no me siento con ganas. Hace 24 años sí me sentía con ganas. Hace 32 años también tenía bastantes ganas. Hace 44 años me descubrieron desnudo contemplando unas fotos de varias ganas desnudas y en posiciones comprometidas. Hoy estoy completamente desganado. Ni siquiera escribir novelitas sobre taxistas cuatreros me produce algún tipo de sensación que no sea de profundo asco. Incluso pienso en el suciocidio, que no es otra cosa que suicidarse estando sucio. Yo estoy sucio, más por dentro que por fuera. Me gusta la suciedad, pues me recuerda que nací humano. Todos los humanos son unos marranos. Tú eres una marrana. Tu madre también es una marrana. Y la amante del que se supone es tu padre. Y tu tía Felisa. Y tu primo Fermín. Sois una familia de marranos. Todos tus vecinos, todos tus amigos y enemigos, tus clientes y tus proveedores, todos son unos marranos. Vivo rodeado de una piara de marranos. Por eso creo que vivir no es vivir. Vivir es contemplar marranos. Y yo solo soy capaz de continuar con mi vida si en lugar de ver marranos a todas horas veo ninfas del bosque. Una ninfa no es un marrano. Aunque hay ninfas guarras, no llegan a ser unas marranas. Creo que voy a romper con todo o puede que rompa todo. No estoy seguro. ¿Tú estás segura? Si tú nunca has estado segura de nada, ¿por qué jodida razón ibas ahora a estar segura? Tu inseguridad me crea seguridad. Mi seguridad me cobra una pasta al mes por mantenerme seguro. Pero tu inseguridad es completamente gratis. Por eso tú eres poco y yo soy mucho. Todo en mí es mucho, excepto cuando es poco. Creo que estoy llevando mi disquisición a un mundo paralelo. Podría haberla llevado a un mundo oblicuo, pero la oblicuidad me trastorna. No sé si eres capaz de seguir mis razonamientos. Si eres capaz de seguirlos te ruego me expliques qué cojones estoy diciendo porque hace un par de párrafos que me perdí. ¡Pero me he perdido tantas veces! Tantas como escapularios coleccionaba mi abuela Narcisa. Recuerdo que una vez le robé un escapulario y me até las Nike con él. Supongo que esas zapatillas deben estar ahora en el cielo. Pero… ¿existe el cielo? Y si existe, ¿es de libre admisión? ¿Cobran las consumiciones? Tengo tantísimas dudas. Tantas como escapularios coleccionaba mi otra abuela, que por una casualidad de la vida también se llamaba Narcisa y coleccionaba escapularios. Supongo que si fuera coherente dejaría de ser incoherente. Claro que se puede ser perfectamente incoherentemente coherente o coherentemente incoherente imperfectamente. ¿O la incoherencia es proclive a lo anatema?

Hace algunos años subí para volver a bajar. Mientras bajaba sentí ganas de subir otra vez, pero por llevarme la contraria bajé y bajé. Y llegó un momento en que estaba tan bajo que estaba muy alto. Había cerrado el círculo. No, no pienses marranamente, no era un círculo vicioso, ni siquiera el Círculo de lectores, sino un círculo sin segmento meridiano cuya recta tangente acababa de estrangular al ángulo que mantenía su vértice en el centro del círculo. En lugar de denunciar el estrangulamiento decidí intentar una subida hacía abajo con lo cual acabé siendo encerrado por incompetencia mental. Y todavía me encontraría encerrado si no hubiese roto la cerradura y salido al exterior, que es el lugar donde no me encuentro ahora mismo. Me gusta el exterior porque no tiene tabiques. Y sin tabiques no es necesario colgar cuadros. Cuando cuelgas un cuadro, de alguna forma jodes todo, pues necesitas buscar muebles que combinen con el color de los cuadros. También suele suceder lo contrario: cuelgas muebles en los tabiques y te das cuenta de que no combinan con los cuadros que descansan sobre el suelo. En el exterior se es libre, por supuesto siempre que uno se mantenga lejos de los marranos. Recuerda: tú eres una marrana. Tu madre también es una marrana. Y la amante del que se supone es tu padre. Y tu tía Felisa. Y tu primo Fermín.

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