enero 2012

Email del 25 de enero 2012

Michael Sowa, «Pigs in Soup»

Querida:

Hoy es uno de esos días en los que nada más despertarme me hago algunas inquietantes preguntas: ¿para qué sirve un nuevo y radiante día? ¿Que diantres me prepararé hoy para comer? Aunque a veces soy capaz de contestarlas sin risitas, hoy me siento totalmente incapacitado, por lo menos en lo que respecta a la segunda; ¿arroz a la Fidel (aka cubana)?, ¿tallarines a la carbonara?, ¿fajitas de pollo?; claro que también puedo aprovechar el caldito del brick marca Hacendado de ayer, ponerme creativo y hacer algo con él, como por ejemplo calentarlo y añadirle dos puñados de famélicos fideos. ¡Caray! ¡Cómo entiendo a mi madre ahora! o mejor dicho, ¡cómo entiendo a todas las madres del mundo!, sobre todo las que cocinan, ¡y a todos los padres que son capaces de alimentar a sus familias sin pegar fuego a la cocina! ¡Deberían darles un premio!, o por lo menos rebajarles un poco las consumiciones en sus puticlubs favoritos.

Recuerdo la última vez que me sentí imaginativo e inventé una comida, a la que llamé «Tortillita multicolor Rainbow a la Greg». Lo que no entiendo es por qué la bauticé así, pues no era una verdadera omelette ya que no llevaba huevo sino jugo de Allium schoenoprasum (para los amigos, cebollinos), al que añadí lacasitos espachurrados, gominolas maltratadas y plastilina comestible. Creo que aún la guardo por algún lado y eso que hace cerca de tres años que la preparé. De todas formas, estoy convencido de que soy un grandísimo chef frustrado y que si alguien confiara un poquito en mí, podría llegar a sorprenderse gratamente. Siempre que voy a ver a mi madre me recuerda la fascinante tarta de chocolate y almendras que preparé a los diez años con motivo de su cumpleaños y la describe como una de las más imaginativas y vanguardistas que ha podido probar en toda su vida. Que fuera incomestible debido sobre todo a su textura arenosa y el fuerte sabor a carbonizado es lo de menos.

Te adjunto el menú de hoy:

– Ensalada garrula.
– Ternera con higadillos (de otra ternera diferente) al vaho.
– Quiche de berros, nanjeas y batatas al estilo pocero de arrabal.
– Leche asada.

He calculado las calorías y el resultado ha sido cero, probablemente porque la calculadora no tenía las pilas puestas, pues se las presté a mi vecina para su consolador multiusos, ese que además de consolar sirve para batir nata y hacer alioli. Me imagino que con un par de horas de preparación tendré suficiente. Ahora me dispongo a pegarme una ducha reconfortante, vestirme de interesante y largarme pitando a comprar los ingredientes necesarios. Esta tarde, si todavía estoy vivo, te enviaré por mensajero motorizado tres fiambreras con un poco de cada comida para que la des-gustes.

(Como siempre) Besos.

Email del 25 de enero 2012 Leer más »

Email del 24 de enero 2012

Andrew Wyeth, «The Master’s Bedroom» (197?)

Holaaaa:

Ante todo, debo disculparme por no haberte escrito en varios días, pero unas voces que resonaban dentro de mi cabeza obligándome a cambiar de marca de bóxers (de Unno a CK) me lo han impedido. Una vez resuelto el problema, vuelvo a estar en forma para contarte las pequeñas vivencias que, de forma aparente, apresuran mi colorida existencia y la empujan hacia cotas increíbles de sinrazón y despotismo. La verdad es que en estos días no me ha pasado nada especial, pues todo en sí ha sido particular y específico; sin embargo, las noches y sus tremendos sueños sí podrían ser claramente remarcables y, por qué no, investigables. Te dejo una pequeña relación de éstos:

Día 20: Una mariposa vestida con un traje ceñido de cuero me cobra sólo cien euros por una liposucción en la nariz, mi zona más grasienta, pero durante la intervención el lepidóptero jefe se equivoca y acaba con mi vida. Siete meses después, aunque en el sueño sólo pasa una décima de segundo, mi nombre es venerado en todo el bosque de Kayak y con los restos de sebo sobrante de mi napia se fabrican velas votivas de varios colores y formas diferentes, que se venden a aprecios abusivos en las tiendas cristianas y santerías.

Día 21: Debido a una pedorreta, mi esfínter se desintegra y debo resignarme a un trasplante anal completo. Por alguna razón, a última hora decido no someterme a dicha operación y convertirme en «el hombre sin esfínter anal» (withoutanalsphincterman), el último de los grandes superhéroes.

Día 22: (Seguramente debido a un empacho bestial por culpa de una cena salvaje a base de mariscos y embutidos no recuerdo el sueño, por lo tanto me es imposible transcribírtelo)

Día 23: Me encuentro internado en el pabellón de seguridad de un hospital cualquiera, rodeado de policías que no dejan de bailar «La Bayadere» agitando las porras entre sus manos. De repente, a uno se le dispara el arma reglamentaria y se sofríe los testículos. Ante la visión de la sangre y de pedazos de criadillas desperdigados por las paredes me entra un ataque de risa, pero justo a los veintitrés segundos caigo fulminado al suelo. El resto de polis sigue danzando la pieza de Ludwig Minkus hasta que se hace de noche y de mala gana tienen que ponerse los pijamas.

Como te habrás dado cuenta, TODOS los sueños tienen un denominador común: dolencias y clínicas. ¡Y eso que mi salud actualmente es de hierro forjado!… Bueno, de hierro forjado pero trabajado por un herrero con tendencias esquizoidemente luctuosas. Pero ojo, no me malinterpretes, sigo siendo igual de feliz que cuando tú me limpiabas la casa y yo te pagaba dos euros a la hora, pero eso sí, con pequeños ataques de pánico y tos, seguida de algunas expectoraciones, seguramente producidas por mi propensión a esnifar cebollas.

Bueno, querida amiga, te dejo ya, este pequeño email sólo ha sido confeccionado para evitar que te preguntes: ¿qué cojones le pasará a este tío?

Besazos

Email del 24 de enero 2012 Leer más »

Segundo email del 19 de enero 2012

Georg Baselitz, «The Tree» (1966)

Hola otra vez:

Aunque por desgracia estoy acostumbrado, es increíble cómo nos puede llegar a golpear la noticia de la muerte de un amigo; de un amigo de los de verdad, de los que nunca han fallado y a los que podrías pedir cualquier cosa porque serían capaces de todo por arrancarte una sonrisa y sentirte feliz.
Se llamaba Felisa y fuimos pareja hace más de veinte años; nuestra relación duro cerca de cuatro y cuando nos despedimos sabíamos que seriamos grandes amigos para toda la vida. Como vivía en mi barrio, coincidíamos constantemente y siempre que podíamos nos sentábamos en una cafetería a contarnos como transcurrían nuestras vidas. Recuerdo cuando me contó que le gustaba un chico, recuerdo su cara cuando me invitaba a su futura boda (a la que no asistí), recuerdo como si fuera ahora cuando apretándome la mano me dijo que estaba embarazada y que ese mismo día se lo contaría a David, su marido. Bueno, el tiempo pasa, ya sabes, su hijo tiene ahora unos 7 años y todavía no sabe que es huérfano.

Es curioso, Felisa, al igual que tú y que yo y casi la totalidad de seres que intentan vivir en este planeta, nació debido a un procedimiento biológico, pero ha muerto por culpa de un kraut borracho e imbécil mientras regresaba a su país, después de pasar un mes con su marido. No puedes imaginarte la cara de sus hermanas mientras me lo contaban, ¡no hace ni media hora! Al principio, mientras mi cerebro trataba de encauzar la información, he sentido nauseas, unos segundos después, las piernas se han puesto a temblar y he tenido que mirar hacia otro lado para ocultar las lágrimas y tragar saliva.

Querida, te escribo este email lloriqueante porque necesito que hagas de psicóloga invisible. Escribir lo que siento me ha quitado un peso de encima; ahora sólo falta que deje atrás la vergüenza y llore unas lágrimas, abundantes aunque amargas.

Besos.

Segundo email del 19 de enero 2012 Leer más »

Email del 19 de enero 2012

Anselm Kiefer, «Resurrexit»  (1973)

Querida:

La mayor parte de mis conocidos interpretan una serie de roles ficticios que trabajosamente reinventan sobre la marcha; algunas veces retocan el papel a su antojo, pero generalmente se dejan llevar y lo representan drogados de delirio mientras languidecen por un monólogo a medida de sus circunstancias que nadie se atreverá a escribir. Mientras se juegan el futuro a varias cartas cubiertas, algunas de ellas torpemente marcadas y por lo tanto visibles por cada uno de los jugadores que intervienen en la timba, yo me congratulo sintiéndome excluido por voluntad propia. ¡Exclusión!, que palabra tan preciosa, quizá junto a Eternidad y Traición deberían formar parte de una especie de tríptico, una triada o una trilogía de la supervivencia.

Hubo un tiempo en que a aquellos que yo creía que eran mis amigos no les importaba romper los espejos y grabar su nombre en un tronco con una astilla, pero ahora caminan con uno de diseño dentro del bolso al que rinden pleitesía y adoran como  deidad paraxial, dieléctrica. Incluso en este otro juego brutalmente vulgar y pijo, vuelvo a sentirme expulsado por la firme determinación de mi subconsciente. Ya no me interesa pertenecer a ninguna tribu, pertenezco a ningún lugar y es allí donde puedo crecer como semi-humano y permanecer libre de falacias y traiciones. ¡Traición! que palabra tan preciosa, quizá junto a Eternidad y Exclusión deberían formar parte de una especie de tríptico, una triada o una trilogía de la supervivencia.

Ya no me interesa averiguar lo que otros, menos dotados, intentan deducir por medio de continuas caídas, no importa la forma, ni siquiera el contenido; lo único realmente transcendental es el final, ese suceso que acorta las banalidades del argumento, jamás el principio. La duración de nuestras vidas es efímera y no está diseñada para conocer el guion final completo. La eternidad es un exceso constante que nos afecta…¿afortunadamente? ¡Eternidad! que palabra tan preciosa, quizá junto a Traición y Exclusión deberían formar parte de una especie de tríptico, una triada o una trilogía de la supervivencia.

Supongo que no habrás comprendido mis párrafos, es posible que alguna línea se te atragante y te haga perder la noción general. ¡No importa! Llega un momento en la vida en que nada resulta importante…..

Abrazos

Email del 19 de enero 2012 Leer más »

Email del 18 de enero 2012

Jacek Yerka

Hola:

Dormir puede llegar a ser un placer al mismo tiempo que una necesidad, sobre todo si se duerme en silencio y henchido de lo que algunos pensadores repipis denominan «paz mental». Mi paz mental es de primera categoría -la compro a un alto precio- pero en cuanto a molestias causadas por las vibraciones de las estructuras naso-orales ajenas no puedo decir lo mismo. Mis vecinos roncan de lo lindo, su  bulldog francés no se queda atrás, y entre todos van a tirar las paredes que separan su habitación de la mía. A veces, aunque me acuesto vestido con un bonito pijama de franela rosa, me despierto casi desnudo debido a las vibraciones. He pensado seriamente en enviarles un regalo anónimo en forma de tarta de arándanos envenenada con jugo de ricino concentrado y un hueso explosivo (este último para el perro), pero estoy seguro de que mi estúpida conciencia me lo haría pagar realmente caro, así que de momento no me queda otra que aguantar su síndrome de apnea obstructiva o trasladar mi cama al aseo; por supuesto también puedo intentar dormitar encima del microondas sin grill, en la cocina (no quiero que creas que caliento mis vasitos de leche y la comida prefabricada en el wc).

Recuerdo la noche que vi el primer capítulo de la sobrevalorada serie yanqui de zombis titulada «the walking dead». Imagínate dormir escuchando los ronquidos lastimeros colindantes después de haber asistido a un festival de estertores y casquería. Es absolutamente normal que al despertarme mirara detrás de las puertas para cerciorarme de que allí no se escondía ningún «caminante», o muerto viviente o como diantres quieras denominar a esos tipos azules con la piel colgando a tiras que mientras andan renqueantes extienden los brazos casi completamente huesudos y ululan una especie de «huuuaaaaarrrr, huuuaaaaarrrr, grooooonfff, grooooonfff».

¡Cómo me gustaría vivir en el campo! Sin vecinos molestos cercanos y rodeado de grillos (¿los insectos roncan?) y plantas silvestres; asistiendo a amaneceres espectaculares y respirando nitrógeno, oxígeno y argón de primera categoría. Es posible que antes de cumplir los noventa mi sueño pueda hacerse realidad si juego todos los jueves y sábados a la primitiva o, por lo menos, si ingreso en el banco, en una cuenta especial, toda la pasta que consiga atracando poceros cobardes cuando regresen a casa para ser torturados psicológicamente por sus esposas, por supuesto, una vez finalicen sus cochinamente sucios trabajos. ¡Bueno!, podría intentar ligarme a una rica heredera pero casi todas tienen bigote y pene y, como comprenderás, todavía no estoy preparado para ciertos «adelantos»…..

Un abrazo.

Email del 18 de enero 2012 Leer más »

Email del 16 de enero 2012

Alan McDonald, «Easyrider» (2008)

Hola:

Si por algo quiero ser recordado -me refiero a cuando deje este mundo, y créeme, pienso hacerlo cantando la internacional o por lo menos tatareando una melodía del inmenso catálogo de Kurt Weill- es por mi probada afición a despotricar sobre los malos rollos de nuestra existencia y mi gilipollofóbia atípica, insólita, excepcional y, sin embargo,  pobremente estudiada por los psicólogos que tuvieron el inmenso placer de analizarme y de aprender las sutiles diferencias entre lo mejor dentro de lo más horrible y lo peor sumamente bueno o francamente insuperable. No es que esté pensando en morirme, ni siquiera se me pasa por la cabeza, es que últimamente sólo me preocupa dejar algo para la posteridad, aunque sea una colosal regurgitación debida al reflujo gastroesofágico o un pequeñajo y verde esputo flemático. Ya sabes, algunos dejan sus pensamientos en forma de libro, otros una colección de facturas impagadas, yo soy diferente y prefiero legar el fruto sacro santo surgido de una hedionda función corporal.

Vivir es una afición y como todas los buenas aficiones, cuesta un dineral y al final llega un momento en que uno se plantea si en lugar de respirar no hubiese sido mejor transformarse en abono o compost del bueno y alimentar a una o varias petunias. Hay tantas formas de vivir como granos en mi frente; desde luego no voy a enumerar las múltiples formas de sobrevivir que utiliza el personal humano, pues no es el momento ni tú la persona adecuada, pero sí voy a tratar de profundizar en las pocas maneras de no vivir que existen y que por algún motivo siempre son las mismas. Según mi otra personalidad oculta, se pueden distinguir sesenta y cuatro procedimientos efectivos para transformar el bendito y sencillo sufrimiento en asquerosa paz repleta de tranquilidad, alegría y sosiego. De esos sesenta y pico métodos, el más efectivo es la llamada «técnica sutil programática aunque cláramente  esquizoide» desarrollada por el primo hermano por parte de madre de Fernando Arrabal y que consiste en arremeter como un rinoceronte herniado contra todo lo que tenga que ver con el estoicismo o sus funestas consecuencias.

Acabo de releer las líneas anteriores y no he comprendido absolutamente nada, así que acabo de decidir que voy a volver a la cama a ver si tengo suerte y recupero el sueño anterior. Cuando vuelva a despertarme, procuraré volver a escribirte el mismo email pero de una forma más comprensible (por lo menos lo intentaré).

Besos.

Email del 16 de enero 2012 Leer más »

Email del 15 de enero 2012

Giovanni Rapiti, «Il tempo»

Amiguita:

El mayor problema que conlleva el cumplir años es la cara de tonto que se le queda a uno cuando, de buena fe y, a veces sin ella, los familiares, amigos, adversarios y usuarios agregados de ciertas redes sociales nos felicitan. Sobre todo si, como yo, cumples cincuenta, es decir, medio siglo de vida y te das cuenta de que en unos pocos años estarás en el hogar de jubilados haciendo trampa mientras juegas al dominó o al guiñote con el resto de victimas del tiempo. Ayer fue mi aniversario y aunque la gente cumplió y me agasajaron con amor y alevosía, no significó absolutamente nada para un corazón curtido como el que escribe estas líneas. Tú me conoces, así que no hace ninguna falta que lamente mi mala o buena suerte por cumplir años sin parar y sobre todo por convertirme en el blanco (por un día) de la conmiseración de mis allegados. De todas formas, en estos miles y miles de días, desde que la comadrona aterrada bramó algo así como «¡ay, dios! creo que he traído al mundo al eslabón perdido», mientras el ginecoobstetra se encontraba en el lavabo atusándose el bigote, me ha dado tiempo de aprender una lección fundamental de la existencia humana: nunca prestes un orgasmo a alguien que te lo pide con una sonrisa en el rostro, pues no volverás a ver a ninguno de los dos en el futuro.

Recuerdo que cuando tenía dieciocho años y todavía era bastante tonto, más o menos como todos los elementos masculinos o femeninos que llegan a esa zopenca y terrible edad, pensaba que cuando cumpliera los cuarenta el acné seria un recuerdo del pasado y mi vida estaría llegando a su final pausada pero irremediablemente. Ahora, desde la perspectiva de un tipo que cree que ha vivido demasiados años una vida inconsciente y que desde hace unos pocos meses ha decidido seguir viviendo consecuente y juiciosamente, pase lo que pase y a toda costa, el futuro se antoja casual e impenetrable, pero al mismo tiempo necesario e imprescindible, precioso e inevitable.

Hasta donde alcanza mi cansada memoria, nunca he celebrado un cumpleaños, por eso nunca he tenido que pasar horas y horas ensayando un estúpido gesto bondadoso, cándido e ingenuo frente al espejo como respuesta muda e hipócrita frente a una congratulación. El único tiempo que pierdo reflejado en el espejo es el que dedico a quitarme espinillas y enviarlas a uno de mis enemigos por correo ordinario con un remite falso o inexistente. El tiempo es demasiado precioso y además transcurre a una velocidad tan endiablada que puede llegar a dar vértigo, sobre todo a los individuos que padecen cervicalgia, y despilfarrarlo en improductivas bagatelas no es más que un acto de osadía y atrevimiento estéril digno de una mente simple e ingenuamente ofuscada.

Podría comportarme como un imbécil y contarte que en todos estos años he aprendido lo necesario para subsistir otros cincuenta tacos, pero no sería más que otra mentira. ¡Nunca se aprende lo suficiente! De alguna u otra forma, por lo menos en mi caso, el niño que se encuentra escondido entre la carne o el cerebro del hombre, nos recuerda letánicamente que nada es lo que parece y que todo lo que brilla irremisiblemente acabará apagándose.

Un abrazo y un par de besos.

Email del 15 de enero 2012 Leer más »

Segundo email del 13 de enero 2012

Martin Kippenberger, «Untitled» (1992)

Hola otra vez (hoy me siento discursivo):

No hace ni siquiera dos meses, nuestro barbudo presidente y su clan de apóstoles salva-patrias proclamaban a los cuatro vientos su intención de NO subir los impuestos. Está grabado multitud de veces, así que no caben los sufridos «no me entendieron» o el «ejem, quise decir». Teniendo en cuenta pues que no han cumplido con el más importante de los puntos de su todavía desconocido programa, ¿qué es lo que va a suceder con las otras tres o cuatro promesas? Tiemblo sólo de pensarlo……

Tengo un par de amigos, conocidos diría yo, que al no tener conciencia política y si la tienen, es semejante a la que puede tener un mastín de los Pirineos hidrópico, votaron al Partido Podrido como castigo a Zapatero -decían ellos-. ¡Gilipollas! Cómo me gustaría gritarles al cerebro el clásico «ya te lo advertí, so memoooooo», pero, por desgracia, mi madre me educó bastante bien y aunque no lo parezca soy un caballero, aunque a veces pueda llegar a comportarme psicóticamente, sobre todo cuando alguien me esconde los calcetines a traición.

Llegados a este punto y como no puedo exiliarme a ningún lugar, ni siquiera a Francia, que es el país más cercano (pues para vivir gobernado por fachas, prefiero soportar el careto de longaniza de Sarkozy antes que el vello facial blanquecino y sucio del señor R), no me queda otra que soportar con garbo y salero los próximos cuatro años de sufrimiento, mentiras y vergüenza política.

Cuando vine al mundo hace casi cinco décadas, nadie me avisó de lo que tendría que llegar a aguantar en este punto de mi vida. Seguramente, si lo hubiera sabido me habría negado en redondo a salir del útero materno, pues allí se estaba bien, calentito y con cierta humedad no relativa y, sobre todo, me alimentaban gratis. ¡Qué suerte tienen las vacas, los cerdos, las cabras y demás animales de granja! ¡No tienen que escuchar sandeces y sobre todo ver los caretos de semejantes políticos por la tele! Y no sólo me refiero a los de derechas, sino a todos en general. ¡Menuda panda de ineptos, chorizos y soplagaitas! ¿Para cuándo la tercera república?

A veces me pregunto qué es lo que será de los jóvenes que se supone han de lubricar las ruedas para que nuestro sufrido planeta siga rodando. ¡Joder! ¡Pobrecitos!

Besos

Segundo email del 13 de enero 2012 Leer más »

Email del 13 de enero 2012

Dexter Dalwood, «Room 100 Chelsea hotel» (1999)

Querida:

Sobre las tres de la madrugada, justo en el momento en que me encontraba soñando con marisco y dinero, han sonado varios disparos en la calle, seguidos de un sinfín de ruidos y cuchicheos policiales. Me he asomado a la ventana pero lo único que he podido ver es al resto de vecinos exhibiéndose en pijama y batín con cara de sueño y pocos amigos, y el reflejo de las luces de los vehículos de nuestras fuerzas de seguridad, pues la representación ha tenido lugar a unos cincuenta metros escasos de mi chalet (bueno, de el chalet donde vivo). Escuchar sonidos de film noir me ha abierto el apetito y he asaltado la nevera sin recato y la he dejado temblando. Cuando me he vuelto a acostar, mi cuerpo pesaba varios kilos de más y el somier ha emitido un alarido de dolor. No habría pasado ni una hora cuando el patriarca de mis vecinos ha gritado un «mamaitaaaaaa» que me ha helado las venas. Me imagino que la peli policial anterior habrá influido en el terror que traducía su subconsciente, pero dicho lamento a tenido consecuencias funestas para mi persona: he vuelto a tener hambre y he vuelto a atracar mi propia nevera. Me he comido un tazón repleto de leche de soja y cereales integrales con pedazos de fresa, tres kiwis, medio bocadillo de jamón de York y un yogurt bebible, de esos que van bien para el colesterol. Cuando me he vuelto a acostar, apenas podía andar y no te miento si te digo que el pijama polar casi no me cabía; y eso que es de una talla superior: me gusta vestir holgadito, incluso cuando duermo. No me ha costado ni cinco minutos recuperar un magnífico sueño, esta vez he soñado que un martín pescador común hembra de dieciocho años y vestido con tacones de ocho centímetros bailaba para mí y en total exclusiva la danza de los siete velos. Pero no he podido pasar del sexto velo, pues un ruido parecido al que hace una nave extraterrestre cuando se estrella contra un acantilado ha vuelto a despertarme. ¡Como lo oyes! Un audi se ha estrellado contra un muro. No quiero imaginarme como iría de cargado su conductor, en este caso conductora. Una tipa de unos treinta años, rubia de bote, aunque no muy atractiva y con unos kilitos de más. Los picoletos se han presentado en cinco minutos y la poli -los mismos tipos de antes- en quince y han comenzado a discutir entre ellos y después con la mujer y con un vecino y su perro que pasaban por allí en esos momentos. Mientras se abroncaban los unos a los otros yo he vuelto a hacer una visita a mi querido refrigerador marca Aspes y me he terminado lo que quedaba. Como el pijama me apretaba, he dormido el resto de la noche en gayumbos y camiseta y puedo asegurarte que mi colchón de látex, hasta entonces silencioso y mudo, ha comenzado a hacer unos ruidos espeluznantes que me recordaban al Enola Gay despegando, hasta que ha llegado un punto en el que he sentido miedo y me he acostado en el sofá. ¡Pero he hecho mal! Desde allí se ve la parte de la cocina donde se encuentra el armario donde suelo guardar pastitas, chocolates y dulces. ¿Te imaginas lo que ha pasado?

Te escribo esto desde la sala de espera del hospital, y a mano. Cuando llegue a casita lo teclearé en Word y te lo enviaré, porque supongo que los dolores que me atormentan hasta límites indecibles, deben ser el colofón de mi bacanal nutricional nocturna. Supongo que con un buen lavado de estomago volveré a ser el de antes, es decir, un cincuentón gilipollas con alma de niño.

Email del 13 de enero 2012 Leer más »

Email del 12 de enero 2012

Henri Wallis, «The death of Chatterton» (1856)

Querida amiga:

Mientras paseaba contemplando el mundo, una hoja se ha pegado a mi zapato y he andado arrastrándola durante cerca de medio kilometro. Al final, y por puro aburrimiento, me he agachado para despegarla y después de leer la primera línea no he podido apartar la vista de ella. Te la transcribo en su totalidad:

Querido hermano:

Como me conoces desde hace más de cuarenta años y sabes exactamente qué pienso de este suplicio que algunos eufemísticamente llaman «existencia», no te sorprenderás demasiado ante la nueva y esplendorosa opción que se dibuja en mi futuro: el suicidio. Sí, ya sé que esto no es nuevo para ti, pues no es la primera vez que lo intento, todos nos acordamos de la ultima; desde luego no fue buena idea acabar con mis sufrimientos anímicos bebiendo barro arcilloso y comiendo bocadillos de lutita, pero por lo menos os echasteis unas risas mientras el cirujano jefe y su séquito de enfermeras viejas y feas me limpiaban el estómago con un martillo hidráulico. Esta vez es diferente, pues voy a intentarlo a lo grande y te aseguro que se me recordará durante siglos, pero no pienso describirte cual es la forma de auto asesinato que he diseñado hasta los últimos párrafos de esta carta. Así te obligo a leerla hasta el final.

Desde la última vez que nos vimos y compartimos un café en mi deprimente y decrépita cocina ya han pasado cerca de dos años y en este tiempo me han sucedido un montón de cosas, algunas buenas, no te voy a mentir, pero la mayor parte de ellas realmente horrorosas y perfectamente olvidables. En enero del año pasado me enamoré de una chica. Bueno, la verdad es que ella acababa de cumplir los sesenta pero sólo aparentaba sesenta y cuatro; como te decía, me enamore de Gabi, diminutivo de Gabriela, que es cómo me obligaba a llamarla aunque su verdadero nombre era Vicenta. La relación funcionó estupendamente hasta el catorce de febrero del mismo año, el funesto y fatídico día en que la descubrí haciendo un trio con un niñato que difícilmente rozaría la mayoría de edad y su perro pastor alemán blanco con serios problemas de displasia, por lo menos eso se me antojó al ver cómo movía la pelvis mientras intentaba penetrar lo que hasta ese momento creía que penetraba sólo yo. Como comprenderás, después de semejante visión mi primer impulso fue pegar fuego a la cama y contemplar como ardían los tres, pero rápidamente me tranquilicé y el trio paso a ser un cuarteto… y no de cuerda precisamente. Aunque después de aquella experiencia volvimos a vernos en algunas ocasiones, nuestro amor voló por la ventana en el mismo momento en que el can marcó mi pierna como suelen hacerlo los canes, orinando.

No pasaron ni dos meses desde aquel suceso cuando conocí en una mercería a Dolores. Yo intentaba comprarme unos leggings para utilizarlos en un atraco que no tuvo lugar, cuando unos ojos de color azabache me miraron tan fijamente que no pude reprimir un estornudo que hizo salir disparado mi peluquín. En el mismo momento en que ella amablemente se agachó para recogerlo, surgió el amor en mi corazón y, envalentonado por los cinco carajillos que me había tomado sólo una hora antes, la invité a tomar un zumo de tomate. Como no había más que baretos de viejos alrededor, entramos en uno que se llamaba «Bar Quillo», nos sentamos y empecé a escuchar su historia (pues a ciertas alturas de la vida, todos tenemos una). Acababa de separarse de su marido después de un matrimonio de treinta años, tenia dos hijos normales y uno anormal, dos gatos siameses, uno con rabo y otro sin él y una carpa roja que sufría esquizofrenia, pues escuchaba voces de un barbo que la obligaba a meterse una aleta por la cloaca. No puedo expresarte lo feliz que me sentí ese dichoso día y el siguiente, que son los únicos que duró nuestra historia de amor. Aún lo recuerdo. Fue un sábado cuando me telefoneó para decirme que estaba enamorada del presidente del club de fans de Pimpinela y que pretendía fugarse con él.

Lloré, supliqué, me arrodillé, pero no sirvió para nada. Esa misma tarde intenté matarme inyectándome en vena 10 cc de cocido murciano (de pavas y pelota), pero aparte de un ligero ardor en las varices no me sucedió gran cosa. Y como tras un gran fracaso se supone que la vida debe continuar, intenté seguir rodando y no me fue del todo mal hasta el día después de navidad, cuando canté bingo acumulado al mismo tiempo que catorce jugadores más, por lo que el premio en metálico no fue todo lo maravilloso que cabía esperar aunque en ese momento pensé que me serviría para tapar unos cuantos agujeros. No tapé ningún agujero, ni siquiera un intersticio, pues al salir me atracaron tres gitanos acompañados de una navaja de grandes dimensiones y un burro -sí, de los de cuatro patas- al que llamaban Gualtrapa Garlochín y con el que escaparon al trote con mi dinero. Desde entonces no he levantado cabeza y he suplido la carencia emocional con prostitutas colombianas -que son más baratas- y la económica ejerciendo de asaltador gerontofílico a la salida de las cajas de ahorros. De esta forma he podido subsistir hasta ayer, que fué el día en que decidí suicidarme como forma de supervivencia ante la vida.

Tal y como te prometí en un párrafo anterior, voy a contarte la forma salvaje de suicidio que he diseñado y que escribirá mi nombre con caracteres de oro en todas las enciclopedias mundiales: voy a untarme con Loctite Super glue las manos para después pegarlas sobre la barriga de un tipo gordo y calvo -que ya he elegido y que es famoso por su poca paciencia y extrema crueldad- mientras le cuento a qué me recuerda su tripa, para qué utilizarían las moscas su calva y le repito las veces que me he acostado con su madre cuando abandona el tacatac para cambiarse de pañal.

Como seguramente esta es la última vez que me pongo en contacto contigo, no quiero dejar de contarte algo que he ocultado durante décadas y que seguramente, de conocerlo, hubiera hecho que tu vida no fuera tan feliz y religiosamente próspera como lo ha sido desde que te independizaste. ¿Te acuerdas de José, el párroco del pueblo al que venerabas? Bueno, pues fue él y no el ratoncito Pérez el que te chupó la pirindola el día que cumpliste nueve añitos.

Te quiere,

Tu hermano.

Email del 12 de enero 2012 Leer más »