Email del 30 de octubre 2021
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William Blake. The ghost of a flea (1820) |
Mis ojos están envueltos en la oscuridad.
Mis ojos están envueltos en la oscuridad.
Jack López
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William Blake. The ghost of a flea (1820) |
Jack López
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Kiyoshi Saito. Dachshund (1954) |
Te encontrabas holgazaneando concienzuda, reflexiva y esmeradamente, cuando de repente entró Interruptus, tu dachshund de pelo corto, y te despertó del ensimismamiento y la abstracción. Tras limpiarte la baba con una hoja de papel multiusos de dos capas te dirigiste a ningún lado en particular y te quedaste allí vagabundeando durante aproximadamente 35 minutos, justo hasta que entró nuevamente Interruptus y te mordió cariñosamente en alguna parte de tu cuerpo. Acariciaste las orejas del fastidiador diplomado y te metiste en el váter. Desconozco lo que hiciste los 19 minutos exactos que permaneciste dentro, pero estoy casi seguro de que si no hubiera sido por Interruptus, que comenzó a rayar la puerta con las patas para estar a tu lado o quizá para hacer honor a su nombre, todavía seguirías sentada sobre el inodoro bostezando, boqueando y desperazándote. Sí, de la misma forma que lo hacías cuando todavía no habías comprado a Interruptus, es decir, libre, desocupada y, sobre todo, salvajemente. Saliste tambaleándote y dando trompicones hasta que tu cerebro coordinó un movimiento imposible y te entró un espasmo muscular en el gemelo de la pierna derecha, que es la que está al lado de la izquierda y justamente la que en ese instante estaba en posición de flexión. Mientras gritabas de dolor hacia el techo, que en realidad necesitaba una o dos manitas de pintura acrílica, notaste una trufa húmeda y pegajosa en tu rostro. Por supuesto era Interruptus, ese pequeño cabrón desocupado que trataba de jeringar un poquito más. Arrastrándote por el falso parqué con los brazos, como si fueras una zombi a la que han desmembrado por la cintura, intentaste llegar hasta el cajón que hacía de botiquín pero te equivocaste y acabaste al lado de la gaveta donde guardabas tu extensa y extraordinariamente costosa colección de vibradores, consoladores y dildos, así que decidiste que ya que estabas ahí, deberías desahogarte un rato. Mientras lo hacías, Interruptus se lanzó encima de tu cabeza con la fuerza inusitada que produce la insoportabilidad perruna, pero con tan mala fortuna que uno de tus cacharritos, el de 12 velocidades, salió disparado por la ventana y aterrizó entre las naranjas valencianas de un puesto de fruta regentado por un paquistaní llamado Homayoun.
¡Estaba claro! Interruptus tenía ganas de ciscar y te avisaba de todas las maneras que conocía. Le pusiste el collar, le anclaste la correa y saliste al rellano del patio. Mientras esperabas el ascensor te diste cuenta de que ibas completamente desnuda…
Email del 26 de octubre 2021 Leer más »
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Jack Bush. Still life with knife (1954) |
Ese tipo, cazurro y basto, al que en alguna parte de su tierra natal llamarían, barbaján, me echó un escupitajo en mis Camper nuevas. Yo le respondí hundiéndole repetidamente mi navaja cabritera en el estómago. Luego me saqué la minga y le meé en la cara mientras me carcajeaba como si alguien, en alguna parte de la no existencia, me hubiera contado un chiste explícito. Mientras trataba de que el inefable goteo post-miccional no mojase mis gayumbos Sport Performance Climacool, recordé que en el mundo existían unos jodidos papanatas bastante hijos de puta llamados maderos que podían meterme en la trena unos cuantos años si me cogían. Así que cerré la cremallera de la bragueta y salí pitando en dirección oeste. Cuando llegué al número 234 de la calle Obliteración numinosa, me di cuenta de que me había olvidado la faca con mis huellas. Mientras trataba de pensar si era una buena idea volver sobre mis pasos para recuperar el arma, volví a fijarme en el nombre de la calle. ¿Obliteración numinosa? Pero qué cojones quiere decir esa mierda? Así que entré en la papelería situada casualmente en el número 236 y robé un diccionario. ¿Obliteración? Será de obliterar. ¿Obliterar? Umm, anular, tachar o borrar. ¡Vale! ¿Numinosa? ¿De numinoso? ¡Coño, no está! ¿Por qué puta hostia no está? Me cago en la madre que parió a los que inventan el lenguaje! ¿Para qué diantres estudié todo el maldito EGB? Volví a entrar en la papelería y le puse la hoja de la navaja en el cuello al dependiente. Mientras le obligaba a que me explicara por qué no estaba dicha palabreja en el diccionario me rasqué la pierna con los movimientos espasmódicos que producía la mano que no agarraba el cuchillo. El tipo, cuya cara había adquirido un precioso color azulado, supongo que por el miedo, me contó sin apenas respirar que la palabra numinoso fue inventada por un tipo llamado nosequé Otto, creo que Rudolf o como diantres se escriba; que este sujeto, que era historiador de las religiones, se marcó un bonito tanto con su invención, que luego fue usada por un escritor llamado Love… Lovecraf o Lovecraft en algunos de sus cuentos más siniestros; y que como esa calle estaba dedicada a él, al escritor de las pelotas, pues eso, la habían utilizado y de esa manera todos habían quedado chachi. Después de su explicación me empezaron a doler la cabeza, los hombros y los riñones. Quizá por esa razón decidí volver a la casa que compartía con mi novia, su madre, el perro de la madre de su madre y siete gatos esquizoides.
He escrito este texto, que he escondido en el váter, para que si alguna vez es encontrado por un fontanero, sienta lo que yo siento hoy, que aunque es parecido a lo que sentí ayer, en realidad es bastante diferente. Nunca he podido entender la diferencia que existe entre algo semejante y algo dispar. O entre algo idéntico y algo distinto, pues al fin y al cabo todo la mierda sale del mismo lugar. ¡Bueno, yo sé lo que quiero decir!
Críspulo Heredia Montoya
Email del 23 de octubre 2021 Leer más »
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Gregorio «Sieso» Pérez. Orejas peludas sin derecho a voto (1962) |
Querida:
Ayer, mientras mi esteticista me depilaba las orejas, escribí un cuentecito de poco más de 5000 palabras titulado Blefaroespasmo que creo es sencillamente magnífico. Te copio el primer párrafo para que te quedes con ganas de leer el resto.
«La condesa Soputa (pronunciado Saputé) se sentó en el balancín de madera situado al lado del gran ventanal. La estancia tenía dos ventanas, la grande, que a menudo era llamada la ventanota, la superventana o el gran ventanal, y la pequeña, a la que se referían siempre como la ventanita, aunque Lord Ojete (pronunciado Ajitú), primogénito de la condesa y de su recientemente fallecido esposo, el vizconde de la Vagina (pronunciado de la Vegoné) la solía denominar como su ventanitititita o simplemente la ventanitititita que da al gran rododendendendro. Y es que la única vista que se podía advertir por la superventana era un rododendro extraordinariamente gigante, plantado por un criado afásico varios años antes. Como dicho sirviente era mudo, nunca nadie llegó a saber su nombre, aunque solían llamarlo Ah (pronunciado Eh) o Uk-Uk (pronunciado Uk-Uk)».
Eso es todo. En realidad estoy bastante ocupado y si he perdido algunos minutos escribiéndote este extraordinario email ha sido simplemente para recordarte que tienes un amigo que además de alto, fuerte, guapo, dinámico y genial, es un escritor y un artista de primera categoría.
G
Email del 19 de octubre 2021 Leer más »
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John Constable. A church porch (1810) |
Homilías del padre Ernestino Cabeciblancus. (Sermón del 23 de julio de 1998)
No necesité de su avenencia. Ni siquiera de su aquiescencia. Sin embargo nuestro entendimiento se truncó cuando le propuse que selláramos el trato con un choque de manos. Pero él me respondió «jamás he estrechado la mano de ningún hombre. Ni siquiera de un sacerdote. Sí, he estrechado la mano a algunas mujeres, pero solo para conseguir ciertos favores sexuales. Ya sabe, padre, comienzo por la mano, continúo por el brazo y termino en los pezones, aunque en otras ocasiones después de acariciar la mano bajo directamente a la entrepierna, lo que me suele granjear numerosas antipatías por ser tan brusco y directo. Pero yo siempre he dicho que el tiempo es demasiado hijo de la gran puta como para andarse con remilgos». ¡No! ¡No hijos míos! No os revolváis en vuestros asientos. Quien así hablaba era el autodenominado «macho alfa del distrito 14», albañil y carpintero. La persona que nos iba a restaurar el ábside y que se negó a cerrar el trato.
Desde este púlpito, he tratado de enseñároslo a menudo con palabras de la Santa Escritura: «el mundo no es malo, porque ha salido de las higiénicas manos de Dios; porque es una creación artística suya; porque Yahveh lo miró de arriba a abajo y vio que era dinámico, bondadoso, afable y bueno». Génesis, capítulo 1, versículo 7. ¿Existe el mal? ¿Existe el remal? ¿O el archimal? ¿Deberíamos sentir el dolor de barriga característico que produce el pánico? Ciertamente, no significa lo mismo decir «me duele el estómago, creo que debería ir a defecar» que «me duele la barriga, creo que tengo miedo». Pero, ¿miedo a qué? ¿A quién? ¿A todos los albañiles y carpinteros especializados en restaurar ábsides y fornicar como si cada día fuese el último día en la Tierra? Hijos míos, yo no le pedí que me besara la mano para ministrar el Poder y la Gracia de Dios. Solo intenté consumar un negocio. Pero visto en retrospectiva, creo que fue lo mejor, pues quién sabe lo que hubiera pasado si le hubiese acercado mi mano a sus labios. Seguramente estos hubieran acabado en mi entrepierna.
Ayer soñé que un oplup gigante me perseguía por la sacristía. ¿Os preguntaréis qué diantre es un oplup? La respuesta es sencilla: pulpo al revés es oplup. Y he dicho que me perseguía un oplup porque en mis ¿delirios? ese pulpo gigante estaba al revés. Lo de dentro, fuera, y lo de fuera, dentro. Aún así supe que se trataba de un pulpo porque me los he comido en repetidas ocasiones. A veces al ajillo. Otras encebollado o a la gallega. Ese oplup gigante deseaba asesinarme para transformarse en mí y oficiar el resto de misas de lo que queda de trimestre. Bueno, es una suposición. Pero si no es por esa razón, ¿por qué me perseguía por la sacristía y por parte del retablo lateral? ¿Para beberse el vino de la eucaristía? No lo creo. No es más que un barato vino tinto de mesa, aunque realmente sabe muy bien. Os lo puedo, ejem, asegurar por completo.
Para terminar, pidamos a santa Eulogia de los Avasallados, por los sacerdotes que sufren en silencio; por el presbiterio de los pueblecitos de Camp de Morvedre y La Safor; por todos y cada uno de los fieles presentes hoy aquí, para que gracias a ella nos alcance una vida de intimidad con Cristo y de unanimidad espiritual no recesiva entre todos los creyentes… ¡y tan fecunda como las ubres de una búfala campana!
Email del 16 de octubre 2021 Leer más »
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Pablo Picasso. Vista de el puerto de valencia (1895) |
Querida amiga:
Puedo asegurarte que en mi calle nadie vio nada, sin embargo en la calle adyacente todos vieron todo. ¿Recuerdas la descuidada plazoleta que hay entre ambas rúas? Pues allí, algunos de sus moradores se imaginaron lo que ocurrió y otros simplemente siguieron con sus quehaceres diarios. Entre estos últimos, quizá el único que no tenía un plan existencial trazado, fue Dionisio Zappa, un Homo solitarius infeliz y pusilánime que guardaba sus problemas dentro del cajón de un armario viejo. En realidad su apellido era García pero alguien tuvo la feliz idea de sustituirlo por el del músico al que tanto adoraba. Aunque cabe la posibilidad de que todo, tanto lo del apellido como el resto de hechos, que por cierto, todavía no conoces, no fueran más que otras de esas tontas historias apócrifas que circulan por los barrios.
Pero no importa en absoluto, pues no te voy a contar todo lo que sé del asunto. Ni siquiera te haré un pequeño resumen. Alguien dijo alguna vez que resumir es uno de los ejercicios más peligrosos que existen. Y después añadió que «casi tan peligroso como consumir té de celidonia», lo que no es, y permíteme la expresión, moco de pavo. Sin embargo (¡me encanta esta locución adverbial!), como me siento estupendamente, voy a contarte otra historia que no está sujeta al copyright barriobajero. Todo comenzó cuando un tipo golpeó con un tastevin en uno de los surcos nasogenianos de una madura hipergámica. El fulano era catador de vinos profesional y la tipa su exnovia. El mismo día en que ella lo denunció ante las autoridades competentes, él publicó un libro que llegaría a convertirse en la biblia del tintorro. Y es que las casualidades son la parte más importante de la existencia. Nacemos por casualidad, bueno, nacemos porque nuestros padres pegaron un polvo que por casualidad terminó en un embarazo no deseado. Vivimos a trompicones, y cada uno de esos jodidos trompicones está relacionado con alguna puta casualidad. Morimos porque alguno de nuestros componentes indispensables falla por casualidad o por accidente casual. ¿Acaso cuando te pica una pierna y te rascas no es casual que él, o los sujetos, que en ese instante se encuentran junto a ti les importe una mierda zorrocloca tus picores? Bueno, ya sé que no es un ejemplo maravilloso, pero en estos instantes solo tenía ese a mano.
Recuerdo el día en que me probé un polisón. Me encontraba tan dingolondanganamente galano que por un instante sentí que debía amarme locamente, como la canción de Las Grecas. Por alguna capitidisminuida casualidad preferí afeitarme los testículos pensando que al día siguiente iba a ir a la playa nudista a bañarme. Ese día amaneció con un cielo tan rojo como los ojos de Christopher Lee en Drácula vuelve de la tumba y el termómetro bajó 20 grados y medio en un cuarto de hora. El desenlace de esa jornada se tradujo en un sinfín de casualidades concatenadas claramente egenas por las cuales acabé completa y absurdamente ajumado después de beberme diecisiete horchatas, tres de ellas mixtas.
Greg
Email del 11 de octubre 2021 Leer más »
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M.C. Escher. Dream (1935) |
Su rostro era ovaladamente simétrico, aunque de serie, y los monstruos que se alojaban dentro de su cerebro tenían la capacidad de estremecer y sobresaltar a cualquiera que la mirase a los ojos o intentara mantener una conversación. Recuerdo el último día que hablé con ella. Habíamos coincidido en la calle, y como me sentía optimista me acerqué a su lado y la saludé con dos besos que congelaron al instante mi dicha transformándola en desesperanza y abatimiento. Cuando le pregunté cómo le iban las cosas no me respondió, simplemente enfocó mi rostro y dibujó una sonrisa extraña, como de inflorescencia mal perfilada transformada en infrutescencia resquebrajada. Obviamente, ella no era una flor, ni siquiera la de un cardo del género Dipsacus, por lo que decidí seguir mi camino disculpándome por las prisas.
Cuando llegué a mi calle vi una figura que esperaba apoyada sobre la puerta del patio. Era ella. Por supuesto le pregunté cómo demonios había llegado antes que yo, pero se limitó a comerse una rosquilleta. Con cierto reparo la invité a subir a mi casa. Nada más abrir la puerta alzó los brazos como si fueran alas y entró revoloteando. Después de dar varias vueltas a la mesa del comedor se sentó sobre el suelo y comenzó a cantar unas frases realmente extrañas…
Mientras la observaba canturreando me di cuenta de que necesitaba meterle un buen polvo. A la mierda el interior de su quijotera. Me agaché y le acaricié el pelo que me resultó extraordinariamente sedoso. Luego intenté acercar mis labios a los suyos pero de repente noté algo extraño. Ni siquiera me dio tiempo de sacar la minigamuza y limpiarme las gafas, porque en menos de lo que tarda un rinoceronte negro en atravesar un cuerpo humano con su cuerno queratinoso, ella se transformó en un queso cheddar gigante. Tres minutos más tarde, de la parte superior emergió una especie de brazo terminado en filo que empezó a cortar raciones perfectas, mientras una voz cavernosa me obligaba a comerme todas las que pudiera y lo más rápido posible. Aunque la voz sonaba a un idioma extraño, por alguna razón entendía todo perfectamente. No había acabado de engullir la segunda porción cuando de la nada apareció otro queso, este todavía más grande que el anterior y con dos brazos cortantes que fragmentaron su completa enormidad en menos de lo que tardaría otro rinoceronte negro en cornear a un brujo senegalés repudiado.
Afortunadamente, me desperté berreando y tan mojado como una hemorragia nasal. Mis sueños siempre habían sido extraños, pero este había batido todos los récords. Me recompuse como pude y me levanté a lavarme la cara. Mientras me secaba con la toalla, esta me mordió la oreja. Volví a gritar. Otro sueño. Otro maldito sueño dentro de un sueño. Me encontraba tan alterado que me dio por hacerme una paja para tranquilizar mis nervios, pero a mitad del proceso mi pene se estiró unos siete metros y se enrolló en una de las lámparas del techo. Otro jodido grito. Otro jodido despertar. Me tapé con la sábana. Seguí tapado varios días hasta que tuve las suficientes fuerzas como para levantarme y mirar mi reflejo en el espejo. Vi mi rostro ovaladamente simétrico, aunque de serie, y me imaginé los monstruos que se alojarían dentro de mi cerebro…
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Banksy. Parachuting rat (2003) |
La confusión avanzaba como si persiguiera a todos los niños que huían. En el impulso se detuvo frente a una puerta. Dentro vivían Pajarraco y Pertinencia. El primero, podólogo porcino de profesión, era un auténtico lameculos, aunque en el pasado, cuando todavía era un tipo honrado y respetable, hizo todo lo posible para curarme una dolorosísima metatarsalgia, y por eso siempre le estaré agradecido. Pertinencia soñaba películas. Algunos de sus sueños eran tan extraños que venían subtitulados desde la zona cortical posterior. El resto, al contener una especie de flogisto, podían fácilmente inflamarse, por lo que Pajarraco siempre escondía un cubo con agua en la puerta de su mesita.
Todo ocurre por alguna razón. Por supuesto, este fundamento universal solo es extrapolable a los individuos que están convencidos de que el mundo no deja de ser un palimpsesto. Hay exégetas que han querido ver cierto grado de determinación tóxica en el hecho de que para poder continuar primero hay que detenerse para otear en todas las direcciones. Yo, yo creo que no existen las direcciones. Por lo menos tal cantidad de ellas. En realidad el camino es el mismo. También lo son sus falsas redirecciones. Por lo que el resultado de esa especie de reorientación no es más que un salto al vacío. Un salto estructurado y manufacturado con el único propósito de perder el uso de los sentidos.
Pajarraco confabulaba. Sus maquinaciones se disfrazaban de soflamas mientras acariciaban el lado capitidisminuido de Pertinencia. Este, caracterizado de reserva fragmentaria de fabricación manual y situado en la parte posterior de la cabeza, se encontraba repleto de determinaciones que revoloteaban alrededor de un concepto general poco o nada teórico. Los primeros indicios fueron una serie de diminutos deslizamientos casi abstractos, aunque progresivos, durante el conticinio del 13 de agosto, años después conocido como la noche del silencio exclusivo. Pertinencia abdicó sin conocer el significado de ese verbo. Dos días después, Pajarraco depuso sus impulsos y tosió en contra del viento.
A veces escucho cómo se mueven mis pensamientos. No, no estoy hablando de la actividad cerebral. Si la teoría es cierta, entonces las ratas que escarban dentro de mi cabeza… ¡Hace tiempo que no les pongo agua o comida! Sin embargo sé que todavía siguen con vida porque mis ideas corren despavoridas en esa única dirección de la que hablaba antes. Sí, creo que se podría decir que mi percepción está esclerotizada. ¡Supongo que debería cerrar esta bocaza! Ya me ha hecho bastante daño en el pasado. O eso o agenciarme una ratonera.
Email del 2 de octubre 2021 Leer más »