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Pericles Pantazis. The writer (XIX cent.) |
Es un grave error imaginar que un escritor (o escribidor) trabaje siempre de forma autobiográfica. Personalmente, en muy pocas ocasiones recurro a transcribir hechos ocultos en mi memoria, pues después de varios años camuflados con el resto de recuerdos, tienden a reescribirse y a ensancharse de una manera extraordinariamente irreal. Mi amigo Redundancio, que en realidad se llama Leocadio, está convencido de que la mejor manera para lograr que nadie piense que los textos que escribe son recuerdos, es utilizar hasta casi el paroxismo los pleonasmos y oxímoros. Yo no lo tengo tan claro. No comprendo qué tiene que ver el embellecer un texto combinando vocablos de significados opuestos o innecesarios, con que los lectores no crean lo que indudablemente puede ser increíble o no piensen lo que desean por todos los medios pensar, sobre todo porque están haciendo uso de esa doctrina que algunos denominan «libre pensamiento».
Ayer escribí en mi otro blog una de mis famosas animaladas. Pero, mejor copio una parte:
«Recuerdo el día en que se me desprendió la nuca. Recuerdo que la cogí reverencialmente con mis manos y me fijé en el occipucio. Sin embargo elegí un mal día para examinar mi cogote desligado, porque un par de minutos más tarde se me desunieron la coronilla y la sien. Al principio pensé que me quedaría también sin la región parietal, pero afortunadamente esta siguió en su sitio sujetada únicamente por la parte lateral y un extraño pingajo en forma de hueso carnoso al que bauticé como Serendipio Undoso Pérez».
Una veintena de lectores me escribieron alarmados preguntándome si eso era cierto, y si lo era, me rogaban amablemente que por favor les diera unas recomendaciones para que no les sucediese a ellos en el futuro. Otros, sin embargo, eran un poquitín más creativos, pues solo les interesaba saber si ese proceso había sido doloroso. Generalmente escribo sobre los badulaques, aunque en muchas ocasiones lo hago sobre vacas, calcetines, concubinatos, ya sean o no, concupiscentes, sobre reacciones anales, también sobre relaciones asnales o adquisiciones vecinales. Escribo sobre cualquier cosa que se me antoje. Y mientras lo hago, me paso por donde la gente suele pasarse las cosas que están manufacturadas con el único fin de ser pasadas por ese lugar, todo lo que en ese instante no tiene que ver con mi mundo, RAE incluida. Y cuando me siento más tranquilo tras pasarme todas esas cosas por ese lugar, tiendo a pasarme todos los elementos, y si en ese instante noto que me va la marcha, me paso también todas las circunstancias y todos los deseos insatisfechos. Por supuesto todo ese ajetreo sodomita conlleva un precio, redundancia incluida. ¿Qué precio? ¿Qué precio? ¡Freedom! ¡Liberté! ¡Freiheit! ¡Sloboda! ¡Liberdade! ¡Wolność! ¡Libertà! ¡Vapaus! ¡Frihet! ¡Ñaca-ñaca!