Email del 01 de noviembre 2021

 

Gregorius Lopezziano Vagabundis. Calcetín sanpaku (1962)

La conversación se estaba volviendo tan estúpidamente seria que decidí largarme antes de que se me escapara un bostezo caballuno. Me despedí con falsa cara de pena de «los cinco de siempre» y me largué a casita. Después de quitarme la ropa y quedarme en gayumbos, me tumbé sobre el cadáver momificado de Francesc Eiximenis y viajé hacia Kapteyn b. ¡Joder!, soy un ergótico abaldonado, pero necesito estar elevado la mayor parte del tiempo. Solo de esa forma puedo adormecer mis deletéreos instintos asociales, antisociales y disociales. 

Recuerdo que acababa de terminar el último párrafo de mi serie de parágrafos sin conexión titulada Lúes, cuando alguien golpeó en mi puerta. Sin hacer el menor ruido me deslicé hacia la mirilla y pude ver que al otro lado estaban «los cinco de siempre», es decir, los gemebundos tocapelotas de los cojones. Supongo que habían agotado los temas profundos y habían decidido venir a que les insultara un poco. Sin embargo yo tenía otros planes. Tras amenazarlos con desmembrar sus cuerpos y arrojar los pedazos a mis hamsters, terminé conformándome con enviarlos a la gran mierda pura, íntegra y refulgente. Afortunadamente se tomaron mis coacciones en serio y se largaron mientras discutían sobre paralogismos. Me asomé a la ventana y los vi dirigirse hacia la parada del metro. Ahora que estaba seguro de que nada ni nadie me molestaría decidí coserme la patata del calcetín. Se me caía la baba porque de alguna extraña manera estaba seguro de que si lograba enhebrar el hilo a la aguja, el resultado sería que dejaría de arrastrar los juanetes.

¡La operación fue todo un éxito! Ensarté el ojo de la aguja a la primera y zurcí el soquete. De repente me sentí tan henchido de dicha que casi se me saltaron las lágrimas. Tras ponerme el calcetín reparado en su pie correspondiente lo acerqué a un espejo bajo y estuve más de cuatro horas contemplando su extraordinaria belleza.