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John Constable. A church porch (1810) |
Homilías del padre Ernestino Cabeciblancus. (Sermón del 23 de julio de 1998)
No necesité de su avenencia. Ni siquiera de su aquiescencia. Sin embargo nuestro entendimiento se truncó cuando le propuse que selláramos el trato con un choque de manos. Pero él me respondió «jamás he estrechado la mano de ningún hombre. Ni siquiera de un sacerdote. Sí, he estrechado la mano a algunas mujeres, pero solo para conseguir ciertos favores sexuales. Ya sabe, padre, comienzo por la mano, continúo por el brazo y termino en los pezones, aunque en otras ocasiones después de acariciar la mano bajo directamente a la entrepierna, lo que me suele granjear numerosas antipatías por ser tan brusco y directo. Pero yo siempre he dicho que el tiempo es demasiado hijo de la gran puta como para andarse con remilgos». ¡No! ¡No hijos míos! No os revolváis en vuestros asientos. Quien así hablaba era el autodenominado «macho alfa del distrito 14», albañil y carpintero. La persona que nos iba a restaurar el ábside y que se negó a cerrar el trato.
Desde este púlpito, he tratado de enseñároslo a menudo con palabras de la Santa Escritura: «el mundo no es malo, porque ha salido de las higiénicas manos de Dios; porque es una creación artística suya; porque Yahveh lo miró de arriba a abajo y vio que era dinámico, bondadoso, afable y bueno». Génesis, capítulo 1, versículo 7. ¿Existe el mal? ¿Existe el remal? ¿O el archimal? ¿Deberíamos sentir el dolor de barriga característico que produce el pánico? Ciertamente, no significa lo mismo decir «me duele el estómago, creo que debería ir a defecar» que «me duele la barriga, creo que tengo miedo». Pero, ¿miedo a qué? ¿A quién? ¿A todos los albañiles y carpinteros especializados en restaurar ábsides y fornicar como si cada día fuese el último día en la Tierra? Hijos míos, yo no le pedí que me besara la mano para ministrar el Poder y la Gracia de Dios. Solo intenté consumar un negocio. Pero visto en retrospectiva, creo que fue lo mejor, pues quién sabe lo que hubiera pasado si le hubiese acercado mi mano a sus labios. Seguramente estos hubieran acabado en mi entrepierna.
Ayer soñé que un oplup gigante me perseguía por la sacristía. ¿Os preguntaréis qué diantre es un oplup? La respuesta es sencilla: pulpo al revés es oplup. Y he dicho que me perseguía un oplup porque en mis ¿delirios? ese pulpo gigante estaba al revés. Lo de dentro, fuera, y lo de fuera, dentro. Aún así supe que se trataba de un pulpo porque me los he comido en repetidas ocasiones. A veces al ajillo. Otras encebollado o a la gallega. Ese oplup gigante deseaba asesinarme para transformarse en mí y oficiar el resto de misas de lo que queda de trimestre. Bueno, es una suposición. Pero si no es por esa razón, ¿por qué me perseguía por la sacristía y por parte del retablo lateral? ¿Para beberse el vino de la eucaristía? No lo creo. No es más que un barato vino tinto de mesa, aunque realmente sabe muy bien. Os lo puedo, ejem, asegurar por completo.
Para terminar, pidamos a santa Eulogia de los Avasallados, por los sacerdotes que sufren en silencio; por el presbiterio de los pueblecitos de Camp de Morvedre y La Safor; por todos y cada uno de los fieles presentes hoy aquí, para que gracias a ella nos alcance una vida de intimidad con Cristo y de unanimidad espiritual no recesiva entre todos los creyentes… ¡y tan fecunda como las ubres de una búfala campana!