Email del 11 de octubre 2021

 

Pablo Picasso. Vista de el puerto de valencia (1895)

Querida amiga: 

Puedo asegurarte que en mi calle nadie vio nada, sin embargo en la calle adyacente todos vieron todo. ¿Recuerdas la descuidada plazoleta que hay entre ambas rúas? Pues allí, algunos de sus moradores se imaginaron lo que ocurrió y otros simplemente siguieron con sus quehaceres diarios. Entre estos últimos, quizá el único que no tenía un plan existencial trazado, fue Dionisio Zappa, un Homo solitarius infeliz y pusilánime que guardaba sus problemas dentro del cajón de un armario viejo. En realidad su apellido era García pero alguien tuvo la feliz idea de sustituirlo por el del músico al que tanto adoraba. Aunque cabe la posibilidad de que todo, tanto lo del apellido como el resto de hechos, que por cierto, todavía no conoces, no fueran más que otras de esas tontas historias apócrifas que circulan por los barrios.

Pero no importa en absoluto, pues no te voy a contar todo lo que sé del asunto. Ni siquiera te haré un pequeño resumen. Alguien dijo alguna vez que resumir es uno de los ejercicios más peligrosos que existen. Y después añadió que «casi tan peligroso como consumir té de celidonia», lo que no es, y permíteme la expresión, moco de pavo. Sin embargo (¡me encanta esta locución adverbial!), como me siento estupendamente, voy a contarte otra historia que no está sujeta al copyright barriobajero. Todo comenzó cuando un tipo golpeó con un tastevin en uno de los surcos nasogenianos de una madura hipergámica. El fulano era catador de vinos profesional y la tipa su exnovia. El mismo día en que ella lo denunció ante las autoridades competentes, él publicó un libro que llegaría a convertirse en la biblia del tintorro. Y es que las casualidades son la parte más importante de la existencia. Nacemos por casualidad, bueno, nacemos porque nuestros padres pegaron un polvo que por casualidad terminó en un embarazo no deseado. Vivimos a trompicones, y cada uno de esos jodidos trompicones está relacionado con alguna puta casualidad. Morimos porque alguno de nuestros componentes indispensables falla por casualidad o por accidente casual. ¿Acaso cuando te pica una pierna y te rascas no es casual que él, o los sujetos, que en ese instante se encuentran junto a ti les importe una mierda zorrocloca tus picores? Bueno, ya sé que no es un ejemplo maravilloso, pero en estos instantes solo tenía ese a mano. 

Recuerdo el día en que me probé un polisón. Me encontraba tan dingolondanganamente galano que por un instante sentí que debía amarme locamente, como la canción de Las Grecas. Por alguna capitidisminuida casualidad preferí afeitarme los testículos pensando que al día siguiente iba a ir a la playa nudista a bañarme. Ese día amaneció con un cielo tan rojo como los ojos de Christopher Lee en Drácula vuelve de la tumba y el termómetro bajó 20 grados y medio en un cuarto de hora. El desenlace de esa jornada se tradujo en un sinfín de casualidades concatenadas claramente egenas por las cuales acabé completa y absurdamente ajumado después de beberme diecisiete horchatas, tres de ellas mixtas.

Greg