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Jan Matejko. Devil (XIX cent.) |
Sí, el tamaño del fascinum de bronce que destacaba encima de mi amplia y confortable mesa de despacho era escalofriante. Por lo menos es lo que todos mis amigos e invitados opinaban sobre él. La verdad es que se trataba de una perfecta réplica de un falo anónimo fabricado a mediados del siglo I en Ostia que todavía puede ser contemplada en los Museos Capitolinos en Roma. En realidad lo usaba como pisapapeles, aunque una vez pillé a una de mis amantes ocasionales introduciéndoselo en la boca. Cuando le pregunté qué es lo que estaba haciendo me respondió que le apetecía saber cuánto medía y como no llevaba un metro encima se le ocurrió calcularlo con la garganta.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué?
—¿Cuánto mide?
—Entre 32 y 34 centímetros.
—Vale, apuntaré la cantidad en mi agenda.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué?
—¿Cuánto mide?
—Entre 32 y 34 centímetros.
—Vale, apuntaré la cantidad en mi agenda.
Cuando ocurrió el intento de cálculo fálico no existían los teléfonos móviles y las agendas eran de papel. Antes de anotar la cifra se me ocurrió que debería confirmarla con un metro blando, así que me dirigí hacia uno de los cajones de un aparador que hacía de cómoda y rebusqué entre la maraña de trastos inútiles de tamaños medianos, pequeños y diminutos. En ese instante, el techo de la vivienda cayó encima de nosotros aplastando por completo a mi amiga, a la reproducción del fascium y a todos los muebles de la estancia, incluido el aparador. Yo me salvé por los pelos al dar una serie de brincos en derredor que hubieran causado sensación entre un grupo de ualabíes psicóticos. Cuando el derrumbe cesó entré como pude en la habitación. Mientras escudriñaba entre los escombros intentando encontrar a mi amante, el suelo de mi casa comenzó a vibrar y al poco tiempo cayó sobre el piso de abajo. Volví a salvar la vida gracias a otra extraordinaria progresión de botes y piruetas, pero la pareja de ancianos que residían allí quedaron reducidos a una especie de papilla sanguinolenta. No llevaba ni un minuto pensando en la existencia y el horror vacui al mismo tiempo que trataba de alejarme del derrumbamiento cuando los últimos dos pisos de arriba cayeron sobre todo el desastre. La caída empujó el suelo donde descansaba mi inapetencia sobre el resto de pisos de abajo y los condujo al final, si es que esa palabra realmente significaba algo entonces.
Justo cuando creía que todo había acabado una luz rojiza incandescente del tamaño de un hipopótamo adulto obeso se acercó a menos de medio metro de mí y se trasformó en una especie de demonio con 27 cuernos en la cabeza y 8 rabos con forma de palos de escoba y acabados en algo que me parecieron manecillas de reloj antiguo. Intenté frotarme los ojos pero su voz espeluznante me despertó de todas las noches y todos los días.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? Acércate a mí y ríndeme pleitesía. ¡Ahora mismo! Es la única forma que tienes de salvar la vida.
—¿Crees que en estos momentos la vida me importa algo?
—Todavía podrías vivir 30 años más…
—Vale, apuntaré la cantidad en mi agenda.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? Acércate a mí y ríndeme pleitesía. ¡Ahora mismo! Es la única forma que tienes de salvar la vida.
—¿Crees que en estos momentos la vida me importa algo?
—Todavía podrías vivir 30 años más…
—Vale, apuntaré la cantidad en mi agenda.