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Mykola Pymonenko. Conversation (1912) |
A Ercolino le entusiasmaban las peras ercolinas, por eso lo llamábamos así. Si le hubiesen gustado las passacrassana o las conferencia seguramente ahora se llamaría Passacrassano o Conferencio. Un día me lo encontré sentado sobre el suelo de una de las calles más alejadas de lo que podríamos denominar como el centro social del barrio. Su aspecto era de absoluta abstracción, no obstante me reconoció de inmediato.
YO: ¡Ercolino! ¿Qué haces sentado sobre una ciscada canina?
ERCOLINO: ¿Cómo? ¡No me jodas, tío!
YO: ¿Puedo sentarme a tu izquierda?
ERCOLINO: Puedes sentarte incluso a mi derecha. Tú eres uno de los pocos tipos con los que se puede mantener una conversación seria.
YO: Te vi desde la otra calle. Me pareció que estabas meditando o algo así.
ERCOLINO: Pues es cierto. Cogitaba. Cogitaba sobre el placer que dispensa el dolor. Pero no el dolor físico, sino el mental.
YO: Buen tema para una profunda reflexión.
ERCOLINO: Dime, ¿tú eres lo que eres?
YO: Bueno, por lo menos lo intento, aunque en ciertas ocasiones soy lo que no soy o simplemente soy lo que nunca debería ser.
ERCOLINO: Te comprendo. Te comprendo perfectamente. A mí también me sucede. Generalmente suelo ser lo que suelo ser. Sin embargo tengo momentos en los que me gustaría ser lo que no soy. Aunque la verdad, y es algo que he comprobado una y otra vez, si intento ser lo que no soy, automáticamente acabo siendo lo que debería ser.
YO: ¿Y qué es lo que deberías ser?
ERCOLINO: No lo sé.
YO: ¿Entonces?
ERCOLINO: Cuando soy lo que no soy… quiero decir… ¡nadie sabe que soy lo que no soy! Ni siquiera si soy o no soy.
YO: Estoy de acuerdo, pero en realidad eres. Y si eres, seas o no lo que eres o quiera que seas, lo que no eres o lo que desearías ser, estás siendo…
ERCOLINO: Solo soy si los que se encuentran cerca de mí creen o están convencidos de que no soy. Cuando estoy solo o creo estarlo, siempre soy lo que soy. El problema radica en que nunca soy el mismo que soy cuando soy. No tengo por qué serlo. Esa es la grandeza que implica la verdadera soledad.
YO: Entonces, ahora no eres lo que eres…
ERCOLINO: Soy lo que soy porque te aprecio. Pero si alguien se acercara y se sentara a la izquierda o a la derecha de nosotros, dejaría de ser lo que soy o de ser el que soy y supongo que me transformaría en mí mismo, pero no siendo lo que soy. Ni siquiera pareciendo lo que debería ser. Porque solo no siendo se es. Por lo menos en una sociedad como la nuestra, que necesita regurgitar en cada momento lo que se es, aunque no se sea. ¿Sabes, Greg? Yo también escucho el repicar de las campanas a medianoche…
YO: ¿Como Falstaff?
ERCOLINO: ¡Como Falstaff!
YO: «Jesús, las cosas que hemos visto»
YO: ¡Ercolino! ¿Qué haces sentado sobre una ciscada canina?
ERCOLINO: ¿Cómo? ¡No me jodas, tío!
YO: ¿Puedo sentarme a tu izquierda?
ERCOLINO: Puedes sentarte incluso a mi derecha. Tú eres uno de los pocos tipos con los que se puede mantener una conversación seria.
YO: Te vi desde la otra calle. Me pareció que estabas meditando o algo así.
ERCOLINO: Pues es cierto. Cogitaba. Cogitaba sobre el placer que dispensa el dolor. Pero no el dolor físico, sino el mental.
YO: Buen tema para una profunda reflexión.
ERCOLINO: Dime, ¿tú eres lo que eres?
YO: Bueno, por lo menos lo intento, aunque en ciertas ocasiones soy lo que no soy o simplemente soy lo que nunca debería ser.
ERCOLINO: Te comprendo. Te comprendo perfectamente. A mí también me sucede. Generalmente suelo ser lo que suelo ser. Sin embargo tengo momentos en los que me gustaría ser lo que no soy. Aunque la verdad, y es algo que he comprobado una y otra vez, si intento ser lo que no soy, automáticamente acabo siendo lo que debería ser.
YO: ¿Y qué es lo que deberías ser?
ERCOLINO: No lo sé.
YO: ¿Entonces?
ERCOLINO: Cuando soy lo que no soy… quiero decir… ¡nadie sabe que soy lo que no soy! Ni siquiera si soy o no soy.
YO: Estoy de acuerdo, pero en realidad eres. Y si eres, seas o no lo que eres o quiera que seas, lo que no eres o lo que desearías ser, estás siendo…
ERCOLINO: Solo soy si los que se encuentran cerca de mí creen o están convencidos de que no soy. Cuando estoy solo o creo estarlo, siempre soy lo que soy. El problema radica en que nunca soy el mismo que soy cuando soy. No tengo por qué serlo. Esa es la grandeza que implica la verdadera soledad.
YO: Entonces, ahora no eres lo que eres…
ERCOLINO: Soy lo que soy porque te aprecio. Pero si alguien se acercara y se sentara a la izquierda o a la derecha de nosotros, dejaría de ser lo que soy o de ser el que soy y supongo que me transformaría en mí mismo, pero no siendo lo que soy. Ni siquiera pareciendo lo que debería ser. Porque solo no siendo se es. Por lo menos en una sociedad como la nuestra, que necesita regurgitar en cada momento lo que se es, aunque no se sea. ¿Sabes, Greg? Yo también escucho el repicar de las campanas a medianoche…
YO: ¿Como Falstaff?
ERCOLINO: ¡Como Falstaff!
YO: «Jesús, las cosas que hemos visto»