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Dexter Dalwood, «Room 100 Chelsea hotel» (1999) |
Querida:
Sobre las tres de la madrugada, justo en el momento en que me encontraba soñando con marisco y dinero, han sonado varios disparos en la calle, seguidos de un sinfín de ruidos y cuchicheos policiales. Me he asomado a la ventana pero lo único que he podido ver es al resto de vecinos exhibiéndose en pijama y batín con cara de sueño y pocos amigos, y el reflejo de las luces de los vehículos de nuestras fuerzas de seguridad, pues la representación ha tenido lugar a unos cincuenta metros escasos de mi chalet (bueno, de el chalet donde vivo). Escuchar sonidos de film noir me ha abierto el apetito y he asaltado la nevera sin recato y la he dejado temblando. Cuando me he vuelto a acostar, mi cuerpo pesaba varios kilos de más y el somier ha emitido un alarido de dolor. No habría pasado ni una hora cuando el patriarca de mis vecinos ha gritado un «mamaitaaaaaa» que me ha helado las venas. Me imagino que la peli policial anterior habrá influido en el terror que traducía su subconsciente, pero dicho lamento a tenido consecuencias funestas para mi persona: he vuelto a tener hambre y he vuelto a atracar mi propia nevera. Me he comido un tazón repleto de leche de soja y cereales integrales con pedazos de fresa, tres kiwis, medio bocadillo de jamón de York y un yogurt bebible, de esos que van bien para el colesterol. Cuando me he vuelto a acostar, apenas podía andar y no te miento si te digo que el pijama polar casi no me cabía; y eso que es de una talla superior: me gusta vestir holgadito, incluso cuando duermo. No me ha costado ni cinco minutos recuperar un magnífico sueño, esta vez he soñado que un martín pescador común hembra de dieciocho años y vestido con tacones de ocho centímetros bailaba para mí y en total exclusiva la danza de los siete velos. Pero no he podido pasar del sexto velo, pues un ruido parecido al que hace una nave extraterrestre cuando se estrella contra un acantilado ha vuelto a despertarme. ¡Como lo oyes! Un audi se ha estrellado contra un muro. No quiero imaginarme como iría de cargado su conductor, en este caso conductora. Una tipa de unos treinta años, rubia de bote, aunque no muy atractiva y con unos kilitos de más. Los picoletos se han presentado en cinco minutos y la poli -los mismos tipos de antes- en quince y han comenzado a discutir entre ellos y después con la mujer y con un vecino y su perro que pasaban por allí en esos momentos. Mientras se abroncaban los unos a los otros yo he vuelto a hacer una visita a mi querido refrigerador marca Aspes y me he terminado lo que quedaba. Como el pijama me apretaba, he dormido el resto de la noche en gayumbos y camiseta y puedo asegurarte que mi colchón de látex, hasta entonces silencioso y mudo, ha comenzado a hacer unos ruidos espeluznantes que me recordaban al Enola Gay despegando, hasta que ha llegado un punto en el que he sentido miedo y me he acostado en el sofá. ¡Pero he hecho mal! Desde allí se ve la parte de la cocina donde se encuentra el armario donde suelo guardar pastitas, chocolates y dulces. ¿Te imaginas lo que ha pasado?
Te escribo esto desde la sala de espera del hospital, y a mano. Cuando llegue a casita lo teclearé en Word y te lo enviaré, porque supongo que los dolores que me atormentan hasta límites indecibles, deben ser el colofón de mi bacanal nutricional nocturna. Supongo que con un buen lavado de estomago volveré a ser el de antes, es decir, un cincuentón gilipollas con alma de niño.