Email del 15 de enero 2012

Giovanni Rapiti, «Il tempo»

Amiguita:

El mayor problema que conlleva el cumplir años es la cara de tonto que se le queda a uno cuando, de buena fe y, a veces sin ella, los familiares, amigos, adversarios y usuarios agregados de ciertas redes sociales nos felicitan. Sobre todo si, como yo, cumples cincuenta, es decir, medio siglo de vida y te das cuenta de que en unos pocos años estarás en el hogar de jubilados haciendo trampa mientras juegas al dominó o al guiñote con el resto de victimas del tiempo. Ayer fue mi aniversario y aunque la gente cumplió y me agasajaron con amor y alevosía, no significó absolutamente nada para un corazón curtido como el que escribe estas líneas. Tú me conoces, así que no hace ninguna falta que lamente mi mala o buena suerte por cumplir años sin parar y sobre todo por convertirme en el blanco (por un día) de la conmiseración de mis allegados. De todas formas, en estos miles y miles de días, desde que la comadrona aterrada bramó algo así como «¡ay, dios! creo que he traído al mundo al eslabón perdido», mientras el ginecoobstetra se encontraba en el lavabo atusándose el bigote, me ha dado tiempo de aprender una lección fundamental de la existencia humana: nunca prestes un orgasmo a alguien que te lo pide con una sonrisa en el rostro, pues no volverás a ver a ninguno de los dos en el futuro.

Recuerdo que cuando tenía dieciocho años y todavía era bastante tonto, más o menos como todos los elementos masculinos o femeninos que llegan a esa zopenca y terrible edad, pensaba que cuando cumpliera los cuarenta el acné seria un recuerdo del pasado y mi vida estaría llegando a su final pausada pero irremediablemente. Ahora, desde la perspectiva de un tipo que cree que ha vivido demasiados años una vida inconsciente y que desde hace unos pocos meses ha decidido seguir viviendo consecuente y juiciosamente, pase lo que pase y a toda costa, el futuro se antoja casual e impenetrable, pero al mismo tiempo necesario e imprescindible, precioso e inevitable.

Hasta donde alcanza mi cansada memoria, nunca he celebrado un cumpleaños, por eso nunca he tenido que pasar horas y horas ensayando un estúpido gesto bondadoso, cándido e ingenuo frente al espejo como respuesta muda e hipócrita frente a una congratulación. El único tiempo que pierdo reflejado en el espejo es el que dedico a quitarme espinillas y enviarlas a uno de mis enemigos por correo ordinario con un remite falso o inexistente. El tiempo es demasiado precioso y además transcurre a una velocidad tan endiablada que puede llegar a dar vértigo, sobre todo a los individuos que padecen cervicalgia, y despilfarrarlo en improductivas bagatelas no es más que un acto de osadía y atrevimiento estéril digno de una mente simple e ingenuamente ofuscada.

Podría comportarme como un imbécil y contarte que en todos estos años he aprendido lo necesario para subsistir otros cincuenta tacos, pero no sería más que otra mentira. ¡Nunca se aprende lo suficiente! De alguna u otra forma, por lo menos en mi caso, el niño que se encuentra escondido entre la carne o el cerebro del hombre, nos recuerda letánicamente que nada es lo que parece y que todo lo que brilla irremisiblemente acabará apagándose.

Un abrazo y un par de besos.