Email del 2 de diciembre 2014

Max Ernst. The hundred-headless Woman opens her august sleeve (1929)

Querida amiga:

Estoy terminando un relato corto titulado «El amor sólo es una sensación de asco». Supongo que cuando  esté totalmente perfilado acompañará a varios textos que tengo escritos hace tiempo. No voy a contarte el argumento, ni siquiera darte pistas sobre quien puede ser la protagonista. Pero voy a copiarte algunas líneas del principio para que vayas haciéndote una idea del camino que ha tomado mi prosa. Y es que un disgusto puede transformar una forma de escribir trasnochada y repetitiva en algo completamente diferente…

Su padre había fallecido hacía unas horas, así que me vestí rápidamente y sin ni siquiera desayunar me dirigí a su casa a darle un abrazo e intentar consolarla. Cuando me abrió la puerta me la encontré con un plato de arroz blanco en una mano y la boca llena.
-Hola Greg. Este arroz está fenomenal- 
-Hola cariño, ¿cómo te encuentras? -le susurré mientras trataba de abrazarla- ¡Qué pregunta tan tonta, estarás destrozada!
-El secreto para que un arroz blanco no se quede demasiado pastoso está en la cocción -contestó mientras se llevaba otra cucharada repleta a la boca.
-¿Cómo está tu madre?
-Mi madre está bien, pero no tanto como este arroz. ¡Qué bien cocino, chico!
Así hablaba Sonia, una amiga mía que se amaba demasiado. Me esperaba cualquier reacción de ella, pero que me hablara de los arroces y sus secretos me pareció ir demasiado lejos, de modo que empecé a atacarla.
-¿Podrías dejar de decir chorradas y comportarte como una hija afligida. ¡Creía que tu padre lo era todo en tu vida! 
-¡Cállate! ¡Estoy comiendo y no necesito tus condolencias! -ladró al mismo tiempo que se sentaba en el sofá y me hacía una señal para que la imitara.
Me senté a su lado y me dediqué a mirar como tragaba. Cuando se terminó el arroz se levantó a la cocina y regresó con otra ración que engulló en un periquete. Yo no podía dar crédito a lo que estaba viendo.
-¿Tus hijos están bien, corazón? -le pregunté con cierta sensación de asco.
-¿Mis hijos? Mis hijos siempre están mal. ¡Qué quieres que haga? Mi casa es una selva, cada uno hace lo que quiere. Y lo que yo quiero ahora es comer y disfrutar este arroz blanco. ¡Creo que le falta atún!
-¿Alguna vez vas a dejar de quererte hasta el extremo que lo haces? -le pregunté mientras me levantaba.
-¡Jamás! Yo soy lo más importante que ha sucedido en tu vida, en la vida de mi familia, en todas las vidas. Si no os gusta como soy os podéis ir a la mierda.
-Pues yo me voy ahora mismo. Espero que seas menos feliz de lo que eres ahora. 
-No te vayas Greg. Necesito que me comas el coño. Que me lo comas como nunca se lo has comido a nadie. Pero antes espera que me acabe el arroz.
-Tu padre está en la morgue y tú sigues pensando en ti. Me produces nauseas. No sé por qué he venido. 
Mientras recorría una de las calles que me separaban de ese saco de ego me juré no volver a verla en la vida. Me metí en un bar y pedí un café cargado. Mientras mezclaba la sacarina pude ver mi reflejo en el espejo que descansaba detrás de la barra.  Era una imagen borrosa, pero se podía ver claramente que era algo parecido a lo que yo había sido unos meses antes.

Podría haberte copiado un par de páginas más, pero no hubiera servido para nada. Espero tu crítica, y de paso, tu regalo de Navidad. Se despide de ti:

Greg