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| Edward Hopper. Drug store (1927) | 
Querida:
Algunas veces estoy triste sin saber realmente el motivo. Otras, como en éstos últimos días, la aflicción tiene uno o varios orígenes y, por lo tanto, se convierte en algo inquietante y avasallador. Intento disimular todo lo que se esconde en mi interior para que nadie pueda darse cuenta, pero creo que no lo hago demasiado bien, pues cuando paseo por la calle, hasta los abuelitos que se sientan en los bancos públicos a asolearse como lagartos me paran y me preguntan «¿Qué le pasa a tu cara?, «¿Éstas vivo? o se santiguan, carraspean y tratan de mirar en otra dirección. Podría abrir el armarito de cristal donde guardo mi colección de ansioliticos y tragármelos todos, incluidas las cajas y los prospectos, pero no creo que sirviera de mucho, más que nada, porque ese armarito no existe. ¡Bueno! existe en mi imaginación.
Mientras te escribo este dichoso email puedo escuchar el ruido que hace el filtro del acuario donde nadan algunos Guppys. No es un sonido encrespante, pero me produce una sensación extraña. Me recuerda que no sólo esos peces viven en una cárcel. Todos, incluidos tú y yo, estamos de alguna forma encarcelados. Nuestra suerte, al contrario que la de mis prisioneros, es que podemos poner fin a esa privación total de libertad cuando nos surja ese deseo vivo y pasajero. A mí, en estos momentos, se me antoja largarme corriendo a Ikea y comprarme un armarito, luego vaciar media farmacia de medicamentos que apaciguen la ansiedad e introducirlos con sumo cuidado en dicho minimueble. De esa manera sé que cuando los necesite -y eso puede ser pronto- pueda tragármelos todos, incluidos las cajas y los prospectos.
Mi tía Alfonsina tenía un armarito. Allí guardaba sus recuerdos más confusos. Un día mi tío Andrés se los comió todos -incluidos los que todavía no estaban clasificados- y cogió un empacho de campeonato. Al darse cuenta de que sus tesoros habían sido devorados, Alfonsina prendió fuego a la cama donde su marido descansaba mientras hacía la digestión y luego se sentó en una mecedora para verlo arder. Mientras los restos de mi tío se transformaban en ceniza y humo, Alfonsina engendró nuevas evocaciones, las escondió en una fiambrera y las guardó en la nevera, cerca del queso y la mantequilla. Luego se vistió con su mejor traje y llamó a la policía.
La verdad es que no sé porque te escribo todas estas memeces. Mi intención era reproducirte una letra de una canción de Peter Hammill con su banda Van Der Graaf Generator que define a la perfección como me siento. Su título lo dice todo: «House with no door» (La casa sin puerta)…
Hay una casa sin puerta, yo vivo en ella;
por la noche hace frío y los días son  difíciles de soportar adentro.
Hay una casa sin tejado, así que la lluvia entra,
cae por mi cabeza mientras intento encontrar tiempo.
No te conozco, tú dices que me conoces, puede ser,
hay tanto de lo que no estoy muy seguro…
Pronuncias mi nombre, pero suena irreal;
olvido cómo me siento,
mi cuerpo rechaza la cura.
Hay una casa sin timbre, así que nadie llama;
a veces me resulta difícil decir si en realidad hay alguien vivo afuera. 
Hay una casa sin ruidos; sí, es muy silenciosa…
las palabras no tienen mucho sentido
si no hay nadie con quien compartirlas en el tiempo.
Aprendí mi papel, lo conozco muy bien,
estoy dispuesto a hablar, quienquiera que al fin aparezca
de la fría línea de mi mente en la noche,
no parece justo
cuando hay esa pequeña figura oscura corriendo …
¿No me ayudará nadie?
Hay una casa sin puerta, nadie vive en ella;
un día se convirtió en un muro….
bueno, en realidad no me importó en su momento. 
Hay una casa sin luz,
todas las ventanas están selladas:
forzado y tenso – AHORA NADA SE REVELA SINO EL TIEMPO-
No te conozco, tú dices que me conoces, puede ser,
hay tanto de lo que no estoy muy seguro…
Pronuncias mi nombre, pero suena irreal;
olvido cómo me siento,
mi cuerpo rechaza la cura.
¿No me ayudará nadie?
