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| Honoré Daumier. The reader (XIX cent.) |
Amiga:
Mi último cuento titulado Yo no tengo la culpa de que mi mote sea tan largo está completamente terminado. Y creo que es tan mediocre y previsible que tiene un montón de papeletas para poder llegar a convertirse en un fabuloso éxito de ventas. Te pego unas cuantas líneas para que lo valores -como hago siempre que acabo algún texto- pero antes te recomendaría que te agenciaras varios comprimidos de Urbadán, Klonopin Tranxene, Restoril o Librium.
«Shanjanchustinbershalancim era el típico vecino aburrido. Carolina era su esposa incorformista y rebelde. Pero todo era una fachada. En realidad ambos se amaban y cuando podían se encontraban en lugares sucios y oscuros donde nadie pudiera verlos. Y allí se abrazaban, tocaban, besaban y acababan haciendo el amor. Aunque llevaban 12 años casados ya comenzaban a cansarse de mantener en público una relación a base de chillidos y descalificaciones para resultar una pareja normal. ¡Los matrimonios deben odiarse! Está escrito en las leyes defecadas por la sociedad y ellos no querían llevar la contraria a esa generalidad enferma.»
Lo único bueno de este relato es que está escrito en calzoncillos. Te lo juro. Y no puedes llegar a hacerte una idea de lo complicado que es teclear tan ligerito de ropa en pleno invierno y sin calefacción central. No estoy seguro, pero creo que no existe ninguna ley que prohiba teclear sin pantalones. Pero, ¡creo que no lo entiendes! Lo que quiero expresar al escribir un texto con las piernas al descubierto es que el mundo, tal y como lo conocemos, no es esferoide, sino redondito. Y que aunque toda la gente que conozco no pare de gritar su maravillosa felicidad, no deja de producirme cierta inquietud cuando veo sus miradas dirigidas hacia un punto exacto de la pantalla de su receptor de televisión. Y que si soy capaz de aguantar sus babas acuosas y turbias es porque quiero que crean que yo babeo con ellos. Pero no babeo con nadie ni por nada.
«Shanjanchustinbershalancim tenía un gato negro al que adoraba con devoción mórbida. El gato a menudo jugaba con un ratón muerto atado en el extremo de una madeja de lana. Carolina contemplaba fascinada cómo la piel del roedor se deshacía cada vez que un zarpazo la golpeaba. Y mientras todo eso sucedía, el tiempo disfrazado de ladrón se descolgaba sobre el eje de cada una de sus innumerables limitaciones transformándolas en apatía, recelo e insuficiencia retrógrada.»
Supongo que cuando leas el segundo párrafo llegarás a la conclusión de que cada línea es más estúpida que la anterior, pero no deberías tomarme por un badulaque, pues cada palabra está milimétricamente planteada para hacer escalfar de emoción al típico lector medio, ese que llega al paroxismo devorando a Paulo Coelho, Dan Brown o Stephanie Meyer. Sé que imaginar y escribir supone un esfuerzo que está completamente descompensado. Pero también está descompensada mi tensión y no lloriqueo a nadie. Bueno, a veces gimoteo durante unos pocos segundos, pero de ahí nunca paso. Porque pasar implica cruzar. Cruzar es como atravesar, pero en plan menesteroso, y atravesar me suena absolutamente pornográfico.
«Shanjanchustinbershalancim se miraba el pene con angustia. El sol que entraba por la ventana dibujaba una sombra perfecta sobre su miembro flácido. Carolina no paraba de decirle que no pasaba nada, que era hasta cierto punto normal no llegar a cumplir ciertas expectativas. Pero él no escuchaba, se limitaba a sentir el calor sobre la piel del prepucio mientras imaginaba que todo lo que contemplaban sus ojos y lo que actualizaba su cerebro no eran más que castillos que debían arder. Quizá por eso decidió que Carolina debía arder. Su gato negro junto con su juguete zombificado debían arder. Todos excepto él, debían arder. Solo ardiendo se logra una completa purificación. De repente se subió los pantalones, se agachó para dar un beso a su mujer y se dirigió a por una cerilla.»
Podría haberme esforzado más, pero el sudor me deja pegajoso el cutis y el sacrificio tiende a dejarme exánime. Y cuando me siento débil suelo escribir inusitadamente bien.
