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Richard Diebenkorn. Interior with doorway (1962) |
Su disertación estaba tan huera como su cabeza. Y eso que su cabeza tenía fama de estar completamente vacía. Cuando le dije que ya no podía más y que me largaba a casa estalló, aunque logró calmarse el tiempo suficiente para preguntarme la razón. Como le respondí la verdad, es decir, que me aburría soberanamente y que estaba cansado de escuchar tantas memeces, incrementó su furia de tal manera que creí que le iba a dar un ataque psicótico o algo parecido. Sus ojos se tornaron sanguinolentos y las venas de su cuello se hincharon hasta parecer cuerdas de sisal. Los berridos cambiaron de tono y poco a poco se fueron transformando en gluglutéos espeluznantes cuya disonancia descontrolada me pareció digna de ser emitida por un pavo psicótico al que le han trepanado la carúncula con un chirimbolo romo.
Un cuarto de hora más tarde el tipo se cansó de representar el papel de mártir y se largó dando un gran portazo que a punto estuvo de tirar abajo el edificio. Por supuesto yo ya había desaparecido diez minutos antes. Cuando cerró la puerta me encontraba en uno de los cuartos anexos haciendo vudú con un muñeco que había elaborado rápidamente con un trapo y que se supone debía representar al psicótico. No sé si fue una casualidad, pero en cuanto bajó los tres pisos y salió a la calle le cayó encima algo que a primera vista podría parecer un sofá modular básico pero que en realidad era un chaise longue. Por supuesto el tipo murió en el acto. A los pobres mudanceros y peonetas a los que se les había resbalado el mueble los detuvo la pasma y terminaron en el talego, mientras que al contratista de la mudanza le tocó la Primitiva nueve veces seguidas en los siguientes nueve meses y medio.