Email del 27 de agosto 2021

 

Francisco de Goya. Bobalicón (1819) 

Y así lo hice.

Me encontraba tomándome un carajillo de Magno en la terraza de la cafetería «La jurisdicción de los antitéticos», cuando de repente sentí que debía sacudir continua y violentamente la cabeza. Y así lo hice. Sin embargo un número indeterminado de clientes no simpatizaron con mis espasmos y no tardaron mucho en quejarse al propietario. Este, que en realidad era un buen tipo, se acercó a mí y me rogó con todos sus respetos que pusiera fin a lo que se supusiese estaba haciendo. Y así lo hice. Cuando se hubo calmado el ambiente, es decir, unos veinte minutos más tarde, volví a tener otra sensación. Esta vez necesitaba impostergablemente quitarme los pantalones y los calzoncillos y arrojar estos últimos sobre la cara de uno de los chivatos que, sin saber lo que le esperaba, seguía bebiendo su vasito de leche semidesnatada mientras contaba un montón de memeces a sus dos acompañantes femeninas. Y así lo hice. Y además con una puntería maravillosa. Por supuesto al tipo no le gustó nada que uno de mis gayumbos sudados aterrizara en su distinguido rostro. Claro que al resto de clientes tampoco les hizo demasiada gracia contemplar mis viejas y cansadas partes íntimas balanceándose y decidieron increparme, pero a cierta distancia, por si al fin y al cabo yo pertenecía a una especie peligrosa y no catalogada. Cuando me puse el pantalón en la cabeza e intenté bendecir al personal, apareció la pasma. Seguramente alguien la había llamado. Lo primero que hice fue ponerme firmes ante uno de ellos y escupir al otro entre ojo y ojo. No fue un escupitajo normal, debo admitirlo. El color verdoso y la consistencia del mismo certificaban que algo dentro de mí no funcionaba demasiado bien. El poli vulnerado, oftalmologicamente hablando, sacó su porra en un único movimiento magistral y me arreó un golpazo en toda la cabeza. En ese instante volví a sentir. Sentí que debía transformarme en un montón de mierda de 190 cm de alto por 140 de ancho. Y así lo hice. Por supuesto todos corrieron. El tufo era demasiado insoportable. Todos menos uno. El cliente chivato sentado en su silla no movía ni un pelo. Quizá era coprófago y estaba paralizado de entusiasmo. No sé. El caso es que me arrastré hacia uno de los lados de la calle y me largué sin pagar. Algunas moscas y uno de los polis me siguieron. De pronto sentí que debía explotar. Y así lo hice.