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Kiyoshi Saito. Dachshund (1954) |
Te encontrabas holgazaneando concienzuda, reflexiva y esmeradamente, cuando de repente entró Interruptus, tu dachshund de pelo corto, y te despertó del ensimismamiento y la abstracción. Tras limpiarte la baba con una hoja de papel multiusos de dos capas te dirigiste a ningún lado en particular y te quedaste allí vagabundeando durante aproximadamente 35 minutos, justo hasta que entró nuevamente Interruptus y te mordió cariñosamente en alguna parte de tu cuerpo. Acariciaste las orejas del fastidiador diplomado y te metiste en el váter. Desconozco lo que hiciste los 19 minutos exactos que permaneciste dentro, pero estoy casi seguro de que si no hubiera sido por Interruptus, que comenzó a rayar la puerta con las patas para estar a tu lado o quizá para hacer honor a su nombre, todavía seguirías sentada sobre el inodoro bostezando, boqueando y desperazándote. Sí, de la misma forma que lo hacías cuando todavía no habías comprado a Interruptus, es decir, libre, desocupada y, sobre todo, salvajemente. Saliste tambaleándote y dando trompicones hasta que tu cerebro coordinó un movimiento imposible y te entró un espasmo muscular en el gemelo de la pierna derecha, que es la que está al lado de la izquierda y justamente la que en ese instante estaba en posición de flexión. Mientras gritabas de dolor hacia el techo, que en realidad necesitaba una o dos manitas de pintura acrílica, notaste una trufa húmeda y pegajosa en tu rostro. Por supuesto era Interruptus, ese pequeño cabrón desocupado que trataba de jeringar un poquito más. Arrastrándote por el falso parqué con los brazos, como si fueras una zombi a la que han desmembrado por la cintura, intentaste llegar hasta el cajón que hacía de botiquín pero te equivocaste y acabaste al lado de la gaveta donde guardabas tu extensa y extraordinariamente costosa colección de vibradores, consoladores y dildos, así que decidiste que ya que estabas ahí, deberías desahogarte un rato. Mientras lo hacías, Interruptus se lanzó encima de tu cabeza con la fuerza inusitada que produce la insoportabilidad perruna, pero con tan mala fortuna que uno de tus cacharritos, el de 12 velocidades, salió disparado por la ventana y aterrizó entre las naranjas valencianas de un puesto de fruta regentado por un paquistaní llamado Homayoun.
¡Estaba claro! Interruptus tenía ganas de ciscar y te avisaba de todas las maneras que conocía. Le pusiste el collar, le anclaste la correa y saliste al rellano del patio. Mientras esperabas el ascensor te diste cuenta de que ibas completamente desnuda…