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William Blake. The ghost of a flea (1820) |
Siento que he estado aquí antes. Y aunque es un pensamiento realmente idiota, pues obviamente he estado muchas veces en mi propia casa, ya que vivo allí desde hace 40 años o más, no puedo dejar de percibir esa estúpida sensación. Una vez sentí que no debería estar aquí, ni allí, ni en ninguna otra parte; y en otra ocasión percibí una presencia que resultó ser uno de mis calzoncillos de marca outlet tirado en el suelo. Estoy convencido de que todas esas apreciaciones erróneas se deben a mi falta total de intimidad. Vivir con otras 17 personas, aunque estas solo existan en mi cabeza, tiene sus inconvenientes. Y si resisto las absurdas reacciones que esta situación crea en mi vida es porque mi doppelgänger, y secretario «instamental» a tiempo completo, está convencido de su presciencia.
Ayer terminé de leer Whitechapel 1888. Hoy pienso releerlo al revés. Y cuando termine la revisión quizá represente los sucesos que en él se relatan [Nota: ir a la ferretería a por un par de navajas y una sierra], aunque eso sí, extrañamente cambiados. Me siento tan… ¡diverso! ¡Tan dispar! ¡Múltiple! Es como si parte de las 17 identidades de las que hablaba antes estuviesen organizando un festival consagrado a la nequicia. ¡Sí! Creo que de alguna manera estoy recogiendo lo que sembré hace tantos y tantos años. O quizá esté sembrando lo que otros recogerán cuando todos y cada uno de los que ahora pululamos por las calles repletas de ofertas irrechazables descansemos dos metros bajo tierra.
Mis ojos están envueltos en la oscuridad.
Mis ojos están envueltos en la oscuridad.
Mis ojos están envueltos en la oscuridad.
Mis ojos están envueltos en la oscuridad.
Mis ojos están envueltos en la oscuridad.
(Mañana mismo abonaré las facturas pendientes del recibo de la luz).
Jack López