Email del 13 de noviembre 2021

 

Edouard Vuillard. Woman with black eyebrows (1910)

La secreción uniforme de fluidos oscuros y fétidos que al mezclarlos con agua se transformaban en algo semejante a légano viscoso, y la neblina nublada y aterradora que emanaba de esa especie de báratro arcano que se levantaba en medio de la mayestática nada, me hizo pensar que todas las mujeres estaban locas. Sí, me encontraba sentado, con aspecto de haber participado en un velatorio, esperando que le hicieran un microblading de cejas a Nuria Nosequé. Pero incluso esperando a alguien que apenas conocía, y a la que por encima de todo quería follarme, era totalmente capaz de percibir las atmósferas espeluznantes, la paranoia y el miedo, las vibraciones deconstructivas, el aturdimiento vacío aunque al mismo tiempo elidido y exorbitante que recorrían los rostros de todas las mujeres presentes. Algunas esperaban su turno. Otras esperaban a las que esperaban su turno, y las menos, se transformaban en hechiceras deicidas mientras daban órdenes y manejaban unos utensilios tan extraños que me hicieron preguntarme si un jodido polvo era suficiente para mantenerme allí. Pero pronto todo cambió. Una flatulencia ruidosa de esas que no avisan se escapó de mi vientre y acabó acrisolando el ambiente. Nuria se giró y me clavó los ojos en la yugular. Las que esperaban su turno o esperaban a las que esperaban su turno se giraron y en sus rostros percibí una maldad como nunca había sentido. Una de las hechiceras, quizá la gran bruja ramera, me gritó que era un marrano y me invitó a largarme de su cementerio ritual. 

Una vez afuera del centro de belleza y estética, una sensación innombrable de liberación se incrustó en mi corazón y otra en mi trasero. De repente abrí la boca y un atávico y singular «yupiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii» salió disparado. 

Gregoy Lovecraft