Email del 15 de noviembre 2021

 

Craig LaRotonda. The resolution (2010)

Las palabras brotan como témpanos en curso de colisión. Ella me escupe delirios disfrazados de inquietudes. Yo le suelto sermones pasajeros. Como somos adultos, tratamos de destruir nuestros futuros como seres civilizados. Cuando le pregunto de qué sirve tener suerte, me responde con una palabra que desconozco. Intento buscarla en wordreference.com pero internet está caído. Entonces me siento sobre los talones de la misma forma que lo haría un anhedónico asintomático frente a un pastel grande y descuidado plagado de moscas, y me concentro en los dientecillos puntiagudos de un arma arpada. Al cabo de unos minutos el pronombre personal de tercera persona del singular en género femenino reaparece y recrimina mi pasividad para enfrentarme con los problemas emocionales. Yo trato de explicarle que los problemas los tiene ella, pero mi atrocidad verbal adopta una actitud parásita y se introduce en mi cuerpo. Cuando ella se retira, una sensación de paz semejante en tamaño a un cetáceo adulto me enjuaga el sudor de la frente. Intento acariciarle una teta, pero las sensaciones carecen de protuberancias glandulosas y no me queda otro remedio que entrar en el cuarto, sentarme al lado de ella y consolarla mientras intento bajarle las bragas. Entonces su rostro se contrae y por unos instantes me recuerda a una máscara hannya. Me acusa de infantil y libertino. Yo le respondo que los mejores orgasmos de su vida se los he proporcionado yo… graciosamente. Entonces cae el telón. De repente me veo en la calle. Miro al cielo y una lluvia de pertenencias del pasado cae sobre mí y sobre algunos peatones que confundidos graban con sus móviles mi derrumbamiento. Una de esos peatones es una chica de unos 17 años que me mira con asco. Le guiño un ojo y le digo que sé la manera de hacerla feliz para siempre. Entonces me cae en la cabeza mi caja metálica preferida y termino pasando los siguientes 3 meses acurrucado entra las zarzas que crecen en una acequia.