Email del 15 de diciembre 2021

 

Man Ray. The imaginary portrait of the marquis de Sade (XIX-XX cent.)

Querida:

Llevo varios meses intentando que mi editorial rescinda mi contrato. Ellos se oponen a menos que presente dos manuscritos en los próximos 10 meses. Y a modo de venganza, así lo he hecho. El primero se titula Breve historia de un ano precioso y el segundo El ano precioso en New York. Por supuesto, la editorial ya me ha amenazado con emprender acciones legales, aunque estoy seguro de que terminarán publicándolos, eso sí, tal como me anunció Sorge, mi espía, con los títulos ligeramente cambiados (Breve historia de un asno precioso y El asno precioso en New York). La verdad es que me imagino la cara de los lectores cuando lleguen al final de ambos tomos y reparen en la total ausencia del asno precioso, ya que el argumento de sendos títulos trata sobre culos, tanto femeninos como masculinos, redondos o deformes, peludos o lampiños. ¡Culos! Traseros. Posaderas. Pero sobre todo de los esfínteres anales y su predisposición a permanecer cerca de la mierda. Aunque mejor, como suelo hacer en algunas ocasiones, te transcribo algunos párrafos escogidos «ad vultum tuum».

«Cuando se presentó ante mí engalanando su famosa sonrisa irradiante, volví a maldecir para mis adentros ser un vulgar y solipsista tratante de furcias y sarasas sodomitas en lugar de un asesino SA-SA (sádico y sanguinario). Sin embargo, le devolví la sonrisa y transformé mi rostro en algo semejante a una aleación metálica que él interpretó como cordialidad y afecto. Como no me conocía lo suficiente, en ningún momento llegó a sospechar que mi rostro cerroférico siempre implicaba transacción y mercantilismo a partes iguales. Cuando se acercó a menos de 30 centímetros de mí y me susurró «Señor Gregorio, no tengo ninguna expectativa en la vida. Simplemente, existo. Y mientras lo hago, el tiempo pasa. Cada día soy más viejo. Por esa razón le agradezco mucho que haya confiado en mis encantos. Le aseguro que no se arrepentirá», creí que acabaría obligándome a hacerle una felación. Afortunadamente, sobre todo para él, no lo hizo, y de esa forma se evitó un emasculamiento ES-SA (escabroso y sádico)». 

«Su mucosa líquida y viscosa al mismo tiempo me recordó a un fluido no newtoniano. Como mis guantes de látex se encontraban totalmente rebozados de materia fecal e hilillos sanguinolentos supuse que se trataría de una proctitis, y así se lo diagnostiqué. Luego falsifiqué una receta de Azulfidine 500 y se la entregué. Cuando se disponía a marcharse, y en vista de que no me pagaba la receta, carraspeé unas cuantas veces para que se diera cuenta, sin embargo con la última tos expectoré también unas flemas rojas que tenían muy mala pinta, por lo que rápidamente me receté a mí mismo un antifibrinolítico genérico».

«En general, a pesar de la complejidad de mis relaciones, creo que estaba absolutamente conforme con mi modo de proceder. Quizá por esa razón, cada vez me comportaba con más autosuficiencia, que poco a poco se transformaba en osadía y desfachatez. Cuando alguien, del sexo que fuere, se negaba a hacer lo que le ordenaba, no discutía, simplemente me desquitaba en la primera ocasión. Llegó un punto en que la mayoría se dirigía a mí como G, el revanchador algolágnico». 

«Uralina se subió a la mesa dándonos la espalda, permaneció inmóvil durante unos minutos y terminó agachándose como si fuera a parir sobre la superficie de madera. Supongo que no le gustó la posición porque de repente se puso a cuatro patas, mientras que con las manos se abría el culo de par en par, del cual salieron varias mariposas multicolores revoloteando graciosamente en todas direcciones. Entonces yo pensé «oh, qué sensación»». 

«El resto de los traseros me parecieron de tercera categoría, exceptuando uno femenino que me recordó a una hinchazón estomacal bantú. Cuando amenacé con subirme la bragueta, todas las posaderas se cerraron como una puerta maciza tras una repentina corriente de aire. Entonces supe que mi pasatiempo sodomita había terminado. Por lo menos por esa noche. Mientras me alejaba escuché un ruidito extraño. Luego otro. Tras el tercero giré la cabeza para ver de dónde procedía y sufrí un repentino latigazo cervical».

«Mientras giraba el trago de su «squirting» en mi boca, haciéndolo chocar con la lengua y el paladar para extraer la última esencia de su sabor, sonó el teléfono. Cuando lo descolgué una voz nasal masculina me dijo que estaba haciendo el tonto con el operador multinacional de telefonía móvil que tenía contratado y que lo que debía hacer -eso sí, lo más rápido posible- para salir del aburrimiento y del sopor que atenazaba mi repetitiva existencia era contratar con la empresa para la que él trabajaba y cuyo nombre omitiré para evitar una denuncia. Por supuesto, le insulté avinagradamente por haber interrumpido el final de un cunnilingus maravilloso e irrepetible; luego me enjuagué la boca con Listerine». 


G.