Email del 3 de enero 2022

 

Félicien Rops, «La muerte en el baile de máscaras» (1865-75)
El ciborio del senescal y las noches rojas
A veces me veo como el criado y administrador de un linaje inexistente. Una especie de siniestro personaje con un montón de oscuros secretos, que se arrodilla delante de un ciborio de oro alquímico con incrustaciones de marfil y le rinde pleitesía. No importa si la sumisión es parte de una estrategia; no importa si detrás de la cogulla se esconde un alma miserable y ruin; no importa si sobre la cruz templaria exquisitamente bordada hay una mancha extrema y decadente.

La Liturgia de las horas se pierde entre los pedestales con doseles bellamente trabajados, haciendo que el eco del fin de los días resplandezca ante la luminosidad opaca del tiempo. Puedo escuchar cánticos, salmos, antífonas, himnos; puedo sentir las oraciones surgidas de las miserias pegándose como mantequilla derretida en el manto de mis ensoñaciones. Dirijo mis viejos ojos hacia las vidrieras multicolores que sólo reflejan el resplandor de las noches rojas; intento predecir los ruidos que huyen de los sarcófagos de piedra tallada, pero sólo puedo escuchar murmullos de silencio inmortal. He profanado el recuerdo de los santos mártires y sus vigilias; he mancillado el polvo desgastado que descansa sobre los libros eternos. Cuando de entre las cenizas vetustas que emborronan la memoria de los cuerpos lapidados por orden de las creencias, cuando todas las epístolas que envilecen el futuro de los hombres, transformando las ideas en senectud enferma puedan ser malditas, será el momento de preparar la pira y santificar las fiestas.

Mi uniforme de mayordomo esta descolorido, raído y presenta descosidos visibles que no me preocupan en demasía. El ciborio litúrgico descansa en un baúl de cedro junto con otras pertenencias del pasado. Ahora que mi futuro está agotado puedo rasgar en mi presente sin miedo ni vergüenza. No tengo temor porque soy mezquino; no temo a la muerte porque siempre ha sido mi aliada, mi amante, mi amiga. Las noches rojas siguen calentándome las venas pero al mismo tiempo produciéndome un placer indescriptible del que nunca renegaré.