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| Edvard Munch. Melancolía (1892) | 
Soy un tipo melancólico. Siempre lo he sido. Enloquecido, me desgarro casi todos los días. Sé que el dolor terminará con la más grande de todas las humillaciones: la muerte. Y mientras la espero sumido en un severo estado de inseguridad absoluta, no dejo de repetir mi mantra favorito hasta el total alelamiento: 
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
Y pese a estar seguro de que todo, antes, durante y, probablemente, después, no son más que una serie de engañifas…
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
Y aun sabiendo que gozo de excelente salud, la agonía se decuplica porque en realidad no existo…
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí…»
		
		
			«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
Y pese a estar seguro de que todo, antes, durante y, probablemente, después, no son más que una serie de engañifas…
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
Y aun sabiendo que gozo de excelente salud, la agonía se decuplica porque en realidad no existo…
«nunca me amenazo aunque sí me advierto»
«nunca me amenazo aunque sí…»