Email del 23 de mayo 2022

 

Vincent van Gogh. Reaper (1885)

Sabía (cuento corto en tres parágrafos)

Sabía que él no sabía, por lo tanto sabía que era un ignorante. Él creía que no sabía porque no podía, pero en realidad no sabía porque le era más cómodo no saber. Su hermana, a la que me quería trajinar, sabía de casi todo, sin embargo nunca hacía alarde de sus conocimientos. Un día, mientras estábamos desayunando en un bar regentado por un exchino y su pareja, una exespañola, él sacó a colación el tema del consumismo y de lo orgulloso que estaba de su última adquisición, un nosequé de nosecuantos, que le había costado una verdadera pasta. Una pasta que de hecho no tenía. Cuando su hermana le espetó que ese mismo error ya lo había cometido en varias ocasiones anteriores y que en realidad su vida era una repetición estúpida de otras repeticiones todavía más estúpidas, él se levantó sin decir una palabra y se largó dando un portazo imaginario que a punto estuvo de enviar mi falso bigote hacia la mesa de al lado, ocupada por un ¡eh!, un ¡ea! y una ¡bah! que discutían acaloradamente sobre sus propias singularidades excepcionales. 

Como sabía que él no volvería, no porque no quisiera volver, sino porque volver significaría tener que escuchar más confirmaciones espontáneas de su hermana, intenté expresarle mis sinceros sentimientos, pero en lugar de surgir por la boca esos sinceros sentimientos, aparecieron unas cuantas gotas de un excatarramiento zurrapiento que se diseminaron sobre las vibrisas de un perro inadaptado que descansaba plácidamente a unos escasos dos metros y medio. Cuando su dueña, Merceditas de la Rocambolea, una actriz de vodevil retirada se acercó a nosotros para rogarnos «con toda humildad, que la próxima vez tosiéramos a nuestras putas madres» no me quedó otro remedio que agarrarla de un reborde, y atraer su cara de vinagre de Homo consumans hacia la mía para soltarle un eructo soberbio y monumental que atrajo las miradas de todos los vivos y de todos los muertos que en ese instante se sentaban o caminaban por el local. 

Sabía que el exchino no me diría nada, pero estaba seguro de que su mujer, la exespañola, vendría a leerme la cartilla por el regüeldo, sin embargo la exespañola hizo un famoso ademan chino que quería decir que se lavaba las manos. Mientras Merceditas de la Rocambolea se cagaba en todos mis familiares fallecidos, algo semejante a una llamarada nuclear convirtió en cenizas a toda la población mundial. Yo me salvé por los pelos. Solo perdí un incisivo, el más renovador, escolásticamente hablando, de toda mi dentadura. Cuando me limpié las pavesas con las manos miré en derredor, en redor, arredor, alderredor y alrededor y me sentí especial. Luego salí pitando.