Email del 10 de abril de 2025

FRÓNESIS – (PRIMERA PARTE)

Voy a tratar de relatar la historia de un giróvago emocional, Chenillo Lucio, o el ado cincelado, como le llamábamos sus conocidos más cercanos. Algunos de esos amigos, tan sabios y perspicaces como él, siempre han considerado que mis recuerdos, sobre todo los manuscritos, están absolutamente impregnados de una extraña mezcla de candor y generosidad, aunque siempre esquivando de una u otra manera el sentido de la objetividad. Es muy probable que sus alegatos no carezcan por completo de cierto sentido elegíaco, pero llegados a este punto, ¿existe alguien, sobre todo entre los que lo conocieron y trataron, que se pueda autodefinir como inmune a la confianza que proporciona la verdadera amistad?

Comenzaré por el final. Chenillo desapareció a mediados de agosto del año 2004. Nunca más se supo de él. Ni siquiera sus únicos familiares vivos, un tío abuelo de avanzadísima edad y un sobrino nieto de reducidísimo intelecto saben si todavía está vivo o muerto y cuál es la verdadera razón de su evanescencia. Probablemente, o por lo menos es lo que trato de creer, la caída estrepitosa de su mundo comenzó con la publicación de su último libro, el epistolario titulado «Entelequias totales o parciales», una voluminosa recopilación de más de 2000 cartas escritas en sus tres últimas décadas de existencia.

Repasemos la última de esas cartas, escrita el 25 de noviembre del 2003 y dirigida a su psiquiatra, la doctora Estíbaliz Soliz de Liz:

Agitada doctora y sin embargo, émula:

Todavía mantengo la misma pregunta que le hice en la anterior misiva y que usted decidió resolutivamente obviar: ¿Hay sardinas en todas las latas? Y si hay sardinas en todas las latas, ¿por qué hay sardinas en todas las latas? ¿Por qué no hay, por ejemplo, anchoas o cefalópodos troceados en algunas de las latas de sardinas? Seguramente porque si hubiera otro tipo de pescado o molusco en una lata de sardinas o sardinillas, la gente se quejaría justificadamente. Pero es que la gente se queja por cualquier cosa, con o sin razón, simplemente por el hecho de quejarse. Le pondré un ejemplo. Hace unos días le regalé a una amiga un baúl construido con madera ebonizada. Después de darme las gracias, me preguntó por qué no le había regalado un baúl de ébano auténtico. Cuando le respondí que el ébano era extraordinariamente caro me respondió que lo comprendía, pero que como mujer, y sobre todo, humana y achuchable, sentía la imperiosa necesidad de quejarse por puro vicio. Que era algo que le habían enseñado con inmensa dedicación sus padres y que le encantaba hacer. Luego añadió que le había gustado muchísimo el baúl aunque le hubiera agradado más un arcón con la cubierta convexa.  

En realidad no sé por qué le he puesto este ejemplo. Podría haberle descrito cualquiera de los cientos que se me pasan por la cabeza o que incluso me suceden. ¿Recuerda cuando le envié, firmada y dedicada, mi «Exaltación autolítica no suicida de un bidé de loza»? Usted me dio las gracias, no sin antes clavarme la mirada con la potencia de una barrena eléctrica. Quizá le pareció que un tratado (mecánicamente inexplicable) sobre esos pequeñajos y, a menudo, aovados lavabos empleados para la higiene íntima o simplemente la limpieza peritoneal no era un presente del que sentirse complacida. De hecho tengo entendido (alguien me lo comentó) que lo usa como corrector de un canterano antiguo que cojea. ¡Menos mal que no le dediqué «Cómo sobrevivir a una emasculación no autorizada», mi autobiografía monomaníaca escrita durante un periodo de cinco años en los que me dediqué exclusivamente a calzoncillear licenciosamente y escribir como un poseso a base de cubalibres de ron Bacardí con colchicina.

Según Agustín de Hipona (AKA San Agustín), el conocimiento de las verdades eternas es lo que nos distingue de las alimañas y nos hace usufructuarios de la Razón (con mayúscula). Esa usufructuación, y perdóneme por la palabrita, es la que nos eleva hasta el verdadero entendimiento de nosotros mismos. ¿Usted se conoce a sí misma? Porque estará de acuerdo que sólo conociéndose a sí misma puede llegar a ser capaz de entender a los que le rodean, ya sean camaradas o simplemente víctimas. No sé si se da cuenta de lo que trato de expresarle. Tampoco es que me importe demasiado, pero me gustaría tanto verla caer. Dicen que cuando cae un árbol grande es natural que la tierra que lo rodea tiemble. Cuando usted caiga, y créame, tarde o temprano lo hará, la percepción de su derrumbamiento (quizá mejor hundimiento) sólo será perceptible para las pequeñas o pequeñísimas criaturas que se arrastran como los gusanos, las babosas o las orugas.

Contésteme: ¿le gustaría convertirse en mi manceba?

Cortésmente,

Chenillo L.

Dejando a un lado la extravagantemente carnal última pregunta -rubricada según el historiador apátrida Gelatino Fluscus reprimiendo una catártica carcajada- el resto de la misiva no es más que un tremebundo disparate garrapateado ex umbra in solem. Se rumorea que siempre que Chenillo se irritaba terminaba ofuscandose y siempre que se ofuscaba su rostro tendía a transformarse en una especie de máscara Senoufo. La única manera de volver su semblante a su estado inicial era escopleando. Y parece ser que escopleaba magníficamente, especialmente sobre madera de tilo o arce.

Las misivas fechadas el 11 de febrero del 2000 y el 24 de abril del mismo año y dirigidas a su exconvecino Amalio Rododro explica de manera un tanto trampantoja ese enfermizo pasatiempo:  

Querido Amalio:

Ayer me disloqué las articulaciones de los dedos índice, medio y anular de tanto darle al cincel y al formón, pero al final quedé tan sumamente satisfecho con el resultado de la ranuración sobre un bloque de madera de arce que terminé levitando unos 25 centímetros por encima del escabel (ahora ya sabes dónde asiento mis posaderas mientras opero con el cortafrío). Cuando estaba terminando de barrer el serrín del pavimento sonó el teléfono. Por supuesto lo descolgué y al otro lado se encontraba Etxebeste Maldonado, un gitano vasco que solo habla el erromintxela. Como mis conocimientos de ese pogadolecto es francamente limitado nuestras conversaciones tienden a terminar con gruñidos, graznidos, berridos y una extraña mezcla de cantos Yodel y gorgoritos litúrgicos relativamente avanzados. Tras colgar el teléfono me dirigí con premura hacia la cocina para prepararme un pequeño refrigerio que no pude terminar, pues de repente volví a tener esas fastidiosas ganas de escoplear, así que volví a sentarme sobre el escabel, agarré con inusitada fuerza la gubia de perfil recto y descargué toda mi habilidad sobre el tarugo de madera que representaba la figura de un hisopo nasofaríngeo. Tras tres horas de extenuante trabajo me relajé enviando mentalmente a la gran puta mierda a William I. Thomas y su famoso teorema.

Un abrazo

Chenillo Lucio, maximalista convencido.

Amigo Amalio:

Hace unos cuantos días robé un formón Koyamaichi con mango de Gumi. Quería robar un Fujikawa, pero me equivoqué al extender el brazo mientras intentaba que no me viera nadie. El problema es que soy incapaz de hacer dos cosas al mismo tiempo, y mirar en dirección del dependiente y enviar una orden concreta a la mano son dos acciones diferentes. Pero no importa, mañana intentaré llevarme el Koyamaichi. ¿Sabes? Solo hay doce o trece ferreterías en toda la provincia de Valencia que tengan en stock formones japoneses. La desagradable realidad es que se pueden conseguir fácilmente encargándolos, pero eso conllevaría, en el mejor de los casos, una agónica espera de entre 7 y 17 días.

Mañana asistiré a una reunión de escultores en madera a la cual también acudirán algunos carpinteros creativos invitados especialmente por Dulcineo Gazolino, presidente del consorcio de ebanistas del Turia. Por cierto, este tipo, Dulcineo, desprende un hedor nauseabundo. Algunos, los que tienen el cerebro más estropeado, dicen que es porque hace un cuarto de siglo prometió a su difunta esposa y al amante de ésta, que no se volvería a bañar hasta que se volviera a bañar (sic). Y para que quedara totalmente claro lo juró delante de la imagen de san Afrodisio de Etiopía. La verdad es que preferiría ir a mi burdel favorito, pero se lo prometí a Danmatio Fruzafra, administrador de la asociación, en un momento de obnubilación alcohólica.

Esta mañana, mientras imaginaba que escopleaba sobre una traviesa destartalada, sentí una sensación dismorfofóbica que terminó cuando todos los síntomas se marcharon de farra y me dejaron acurrucado sobre el suelo y, de alguna manera, congelado en el tiempo. Cuando después de algunas horas la autoglaciación se derritió, me incorporé con ayuda de mis instintos más aletargados y me disparé a bocajarro un montón de ideas sobre variaciones catatónicas, bucles temporales, el permafrost de la memoria y las tres, sí, las tres transformaciones del espíritu de Nietzsche. Pero también me descerrajé algunas preguntas retóricas: ¿Por qué los hijos de puta no se estremecen nunca? ¿Para qué sirven las conflagraciones? ¿Es verdad que el ruido que hacen cada una de las opciones múltiples es semejante al de una carracla? ¿Están a punto de llegar…todos ellos? ¿Donde está la acracia? ¿Qué es la acracia? ¿Una señorita?

Tu amigo,

El ado cincelado

Dicen que en cada una de las percepciones humanas existe una evidente correspondencia animal, por supuesto si diferenciamos con sensatez sus propias causas, nos fundamentamos únicamente en la memoria de los simples hechos y descartamos cualquier tipo de instrucción divina. Chenillo detestaba las religiones, los creyentes y la constitución triple del ser humano. El cuerpo —decía— no es más que una estructura relativamente compleja aunque fallida, amorfa e inconsistente. El alma no existe, de la misma manera que no existe la sustancia, la esencia o la mortadela cósmica, en cuanto al espíritu, esa inmaterialidad inengendrable y necesariamente aborrecible… ¡hasta aquí hemos llegado!  

Revisemos la primera de las cinco cartas sin fecha, también denominada «la epístola negra», enviada a un desconocido llamado Chinello Culio, probable anagrama de Chenillo Lucio. En la misiva original existen algunas palabras tachadas que sustituiré por tres equis mayúsculas.

Buenos días, Chinello:

Las criaturas preestablecidas que de alguna manera garantizan los movimientos definitivos en mis delirios más absolutos han desaparecido de una manera francamente insólita, por lo cual he tenido algunos serios problemas para volver a recuperar mi forma congenial ordinaria.
Amigo, ¡no sabes la suerte que tienes! Eres imperturbable, flemático, indiferente y una estación andante de imposibilidad absoluta. Imposibilidad a las palabras. Imposibilidad a los hechos, a las circunstancias, a las disposiciones, a la condición y al tiempo. Eres un prodigio de la sustantividad, sin embargo rechazas cualquier conversación dirigida desde la dentelequia al mismo tiempo que te persignas delante de una imagen sagrada. Cuando te conocí pensé que eras un completo badulaque. Después de tener varias conversaciones contigo te ascendí a bodoque. No fue hasta muchos años más tarde que sentí que aunque realmente parecías un tarugo, realmente eras un ignorante. ¡Y de los más grandes! Pero espera, eso no es todo, eso no es todo; durante toda tu vida adulta no has sido más que un maldito putañero y adorador de un proxeneta crucificado. ¿Te parece normal? ¿Te parece lógica esa especie de macumba sexagenaria?

Hace bastantes años, mientras navegaba con algunos amigos en una destartalada embarcación, escuché una voz interior que me ordenó que me alejara del resto y me ubicara en la amura de babor. Por supuesto, hice caso a esa especie de mandamiento y me senté sobre una mancha negra y pegajosa que había en la cubierta. No pasaron ni diez minutos cuando de repente sentí un cambio tenso que terminó con la aparición de un tipo que me recordó a Jesucristo. Cuando le miré fijamente él me contestó poniendo una cara desquiciadamente esquizoide y luego me escupió en un ojo.

(Continuará)

Email del 10 de abril de 2025 Leer más »

Email del 8 de abril 2025 (He vuelto)

El día 15 de abril me desperté con la sensación de que se me había desprendido algo. Durante dos semanas permanecí aterrado por no ser capaz de encontrar qué era lo que se me había desprendido. A principios del mes de mayo la respuesta se estampó contra los seis elementos que formaban, y supongo siguen formando, mi senescente estructura corporal repleta de modificaciones irreversibles. Decir que me quedé anonadado al descubrir que el desprendimiento en realidad eran los desprendimientos me llevó muy cerca de eso que algunos llaman el arcén de la alienación. ¡Todas mis ideas se habían desprendido como lo hace la piel muerta! ¡Y no tenía otras! No me quedaba otra opción, tenía que alejarme de mi propia bitácora durante un tiempo indeterminado.

Durante ese periodo de muchos meses pasé la mayor parte del tiempo sentado sobre la misma baldosa fragmentada, dejándome cosquillear por los pathos de mis múltiples personalidades y dispuesto a hacer que pasara lo que realmente debería pasar. Sin embargo, lo único que pasó, o mejor dicho, traspasó sus propios límites, fue un espectro maligno solicitándome unas honras fúnebres acordes a su condición y rango. Recuerdo perfectamente que a mi alrededor flotaba una especie de hálito negruzco que en algún momento me recordó a un puto Nazgûl ajumado. Mientras mortificaba a mi epatante banda de rodadura cerebral imaginaba cada una de las tesis y antítesis que había sostenido durante mi etapa de despotricador profesional. 

Recuerdo que hubo un momento en el que los berridos disociativos dejaron de trasmitirme sus éxitos del momento en forma de mantras. Fue un inmenso alivio dejar de escuchar «todos los culpables deben ser eliminados», «yo condeno a muerte a todos los polímatas» o «tu cabeza es una especie de masa esferoide oblonga». Afortunadamente, una salpicadura blanca grisácea cuya consistencia relativamente espesa en el papel pintado marrón «Caput Mortuum» me recordó a ese milagro genético llamado Olivia Dessolin y me sacó del trance cognitivo cortical catatónico. Desde entonces me encuentro fuertote y estable, psicoterapéuticamente hablando. 

Sí, la opacidad siempre ha sido un acontecimiento ordinario en el inframundo de mi cuchitril. Joder, ¡a veces mi vida es tan espeluznante!

Email del 8 de abril 2025 (He vuelto) Leer más »

Email del 7 de abril 2025

Querida:

Por favor, pon tus ojos sobre este número: 1000000000000000000000000

Los 24 ceros detrás del primer guarismo natural, el uno (1), significan un billón de billones. Si siempre has pensado que un simple billón (1000000000000) era demasiado, no se me ocurre lo que podrás llegar a pensar sobre la cantidad que últimamente me quita el sueño: un millón de billones o lo que es igual, un trillón.

Ahora deposita de nuevo tus ojos sobre la siguiente cantidad:

20

Mucho más sencilla de asimilar, desde luego. Y si la miras detenidamente, incluso tiene un cierto aspecto sicalíptico que la engrandece. Pues bien, 70 (setenta) es la cantidad -en euros- que he podido ahorrar en estos 45 (cuarenta y cinco) años, es decir desde que cumplí la mayoría de edad y pude sacarme una maldita cuenta en el banco más cercano a mi casa, en este caso Bancaja, más tarde BANKIA y ahora Caixabank. El problema es que Caixabank (antes Bancaja y BANKIA) me cobra 60 (sesenta) euros anuales por gastos de tarjeta, con lo que cada mes de diciembre (fun, fun, fun), el 70 (setenta) se transforma en 10 (diez). Para que ese 10 (diez) vuelva a trocarse en 70 (setenta) tengo que ponerme en contacto con el hijo resucitado de cierta deidad que tiene el poder de multiplicar panes y peces para que multiplique mi peculio. Pero esa sencilla multiplicación divina lleva unos gastos, o mejor dicho, ese primogénito que hace muchos años murió por todos nosotros me cobra un 12.5 % (doce y medio) por cada 15 (quince) euros, que si no me equivoco representa poco más de 4 euros (cuatro) por incrementar mi capital hasta la cifra que representa mi pasado, presente y futuro.

Cambiando de tema, posa tu mirada sobre mi bragueta. Sí, ya sé que estoy lejos en estos instantes pero en el cajón de tu mesita de noche tienes una foto de mi paquete. Abre el jodido cajón, saca la puta foto y mira el bulto que se dibuja incluso en esa imagen oscura y poco nítida. Ahora abre el segundo cajón de tu mesita, saca tu cachibache onánico eléctrico con 17 (diecisiete) velocidades y desmelénate todo lo que puedas, pues al fin y al cabo, no sacarás mucho más que eso de esta saturada y rebosante letrina llamada «existencia».

G

Email del 7 de abril 2025 Leer más »

Email del 9 de agosto 2024

No me gusta cruzarme en la calle con antiguos conocidos. Por esa razón estoy ejercitado a distinguir a algunos de ellos a cien metros de distancia, sobre todo, a los que por una u otra razón mantengo en una pequeña lista negra. Sin embargo, a veces cometo errores visuales. Cuando eso sucede -en realidad solo me ha pasado tres veces en nueve años- no me queda más remedio que interactuar como si fuera su amigo. ¿Por qué lo hago? ¿Por qué lo hago? Quizá para poder ser capaz de quitármelos de en medio lo más pronto posible, o quizá, para sentirme briosamente farisaico.

El tipo se llamaba -supongo que todavía seguirá llamándose así- Botulfo Miramamolín, aunque yo siempre pensé que le iba mucho mejor Cynomyo Cadaverino o incluso Carukio Carnesio. Recuerdo que choqué con él en lo que ahora es la calle Tapices y ornamentos aunque entonces se llamaba calle de la angustia informe.

BOTULFO: ¡Grog! ¡Grog! ¡Cuánto puto tiempo! ¡Siempre con tu pasamontañas rojo. Te conozco… no sé ¿20 años? Y todavía no sé cómo es tu cara, pero reconocería tus ojos a 20 kilómetros de distancia.
YO: Soy Greg, Cynomyo…
BOTULFO: Claro, Greg. Caray. Bueno tú también te has equivocado. Yo soy Botulfo.
YO: Claro, Botulfo. Precioso nombre…
BOTULFO: Me lo pusieron por mi tía abuela Botulfa. Era una mujer hermosa y atrevida.
YO: Bueno, Botulfo, me alegro de haberme encontrado contigo después de tantos años, pero te tengo que dejar, tengo que coser un dobladillo con puntada recta sin máquina al pasamontañas de repuesto y…
BOTULFO: Espera… sabes que toda la gente del barrio quieren ver tu careto…
YO: Toda la gente del barrio sabe que jamás enseño mi rostro…
BOTULFO: Bueno, tenía que intentarlo. ¡Hostia puta! ¡Mira, Grog! ¡Mira que tía viene por ahí!
YO: Será tu tía abuela Botulfa.
BOTULFO: No digas burradas, Greog. Mi tía murió hace 30 años. Me refiero a esa chavalilla que acaba de cruzar. Mira que cuerpo. Pero cómo está la nena. ¿Ira afeitada?
YO: No le he visto barba, supongo que vendrá de la barbería femenil.
BOTULFO: Me refiero si irá afeitada del, ya sabes, si irá depilada…
YO: No te entiendo.
BOTULFO: El chichi, el chichi, el chichi…
YO: Joder, sigues exactamente igual. ¡Estás jodidamente enfermo!
BOTULFO: Siempre que veo una chachi así de perfecta me pregunto para mis adentros lo mismo, ¿estará afeitada, se lo habrá hecho a la cera? ¿o con depilación láser, que aunque resulta cara, los resultados siempre son perfectos? Claro que también podría utilizar cremita depilatoria… En Mercadona venden una sensacional.
YO: Cynomyo, tengo que irme, de verdad. Me he alegrado mucho de…
BOTULFO: ¿Sabes? Está mal que lo diga, pero soy un experto en chirlas y…
YO: Mira, un taxi, a ver si lo pillo…
BOTULFO: Va ocupado. No te junas, Grigg. Lleva una mujer detrás. ¿Ira afeitada?
YO: ¿Nunca has pensado en acudir al psiquiatra?
BOTULFO: ¿Por qué? ¿Porque me gustan las vulvas sin pelos? ¿Y tú? Un tipo que lleva un pasamontañas rojo que sólo deja ver los ojos debería estar en tratamiento psiquiátrico avanzado de forma permanente… Además, hay mucha gente a la que le gustan los totos. Tengo un buen amigo que ve a las mujeres, a todas, desnudas. Como si llevara de serie una especie de rayos X o algo así. Todo comenzó el día que su madre le golpeó repetidamente en la cabeza con un fuet de la marca Espetec. Creo que se enfadaron porque ella lo pilló masturbándose con la foto de un camión Barreiros 4220.
YO: Mira, Botulfín, me importa una puta cianobacteria extremófila tu amigo, sus rayos, su madre y tú. ¡Y tu tía abuela Botulfa! Espero no volver a coincidir contigo hasta dentro de unos 300 años más o menos…
BOTULFO.: ¡Que así sea y así se escriba! ¡Espero que para entonces se te habrá caído a pedazos el grasiento pasamontañas rojo, y así, por fin podremos echar una ojeadita a tu jeta!

En realidad todos somos actores, aunque ni siquiera lo sabemos. Pagamos por ver a otros actores que representan papeles escritos por alguien, en algún sitio, bajo los auspicios de su propio instante subjetivo, y mientras lo hacemos olvidamos que el universo sigue expandiéndose. Si el actor Botulfo hubiera sido un insecto, no necesariamente el insecto de Kafka, hubiera pensado que vivía en un estado constante de diapausa pseudoletárgica, probablemente desencadenado por una obstrucción imprevista y fulminante del chakra Ajna. O puede que tras años y años de inhalar humo producido por la combustión de hachís del valle de Manali su cordura hubiese llegado a esa especie de mucilaginosidad existencial en la que las acciones no necesariamente determinan nuestras existencias.

Hace un montón de lustros decidí taparme la cabeza. Al principio me golpeaba con las paredes y los muebles, así que después de dos o tres principios, decidí que los ojos debían estar al descubierto. Desde entonces, no he vuelto a golpearme con paredes ni puertas, ni siquiera con derviches giróvagos. Elegí el color rojo porque resaltaba con el negro que es mi color preferido y con el que siempre voy «vestido» o quizá disfrazado. Sí, a veces pienso que mi metanoia es extrañamente autolítica y postprandial. Mis pensamientos no son del mismo calibre, por llamarlo de alguna manera, después de comer un bocadillo de calamares a la plancha o un guiso de osobuco a la milanesa.

Zut alors! ¡Me estoy armando un buen lío! 

Email del 9 de agosto 2024 Leer más »

Email del 18 de abril 2024

Hola:

Si todas la puertas y ventanas estuviesen abiertas, seguramente podría escapar de este espacio real, relativamente variable y extraordinariamente poco controlable que llamo «hogar». Quizá pienses que mi afirmación anterior no es más que otra estúpida boutade, probablemente influida por esa horrible sensación a la que John Koenig denomina «zenosyne», pues podría abrir cada una de esas puertas y ventanas y salir al exterior. Pero si lo hiciera, si abriera todas esas puertas y ventanas, aunque solo fuese una, y saliese afuera, siempre estaría adentro. No importa cuantas veces cerrara tras de mí esas puertas o esas ventanas, que no son más que agujeros y aberturas. Por alguna razón yo siempre estoy adentro. Incluso cuando finjo que no existe nada. Porque desgraciadamente, existe todo. Y parte de ese todo fluye, influye, construye, substituye, excluye, redistribuye y, en ocasiones, me prostituye.

Dicen que el silencio, el silencio real, es decir, esa falta total de ruido que conocemos y en algunas ocasiones disfrutamos, viene precedido de un sonido retumbante y horrísono emitido por los endriagos que caminan por las sombras de la noche. Pero también dicen que cada uno de nosotros, por dentro, somos calcos antiestéticos de algunos de los espíritus que vagan a través de los haces de luz que se emancipan del día. Entre la noche y el día, ¿existe algo? ¿Algo concreto e imaginable, no sujeto a esas malditas fragancias atusadoras con las que generalmente nos amodorran las explicaciones poéticas? ¿Podrán ser capaces los párrafos de los textos de golpearme el rostro? Necesito que un vulgar razonamiento o una pueril explicación me apalee, me envenene, me estrangule, me dispare, me apuñale…

Hace algunos años abrí una puerta que ya estaba abierta y cerré una ventana que no existía. Algunos me aplaudieron por eso, pero la mayor parte se limitaron a hacer lo que siempre hacían. Nunca quise averiguar qué es lo que siempre hacían, pues yo a menudo hago lo que siempre he hecho. Y debo hacerlo de la manera correcta porque cada uno de esos inútiles movimientos, domesticados a fuerza de repeticiones y recompensas, jamás ha conjurado o se ha rebelado ante mí.

Ante mí…

G


Email del 18 de abril 2024 Leer más »

Email del 17 de abril 2024

Amiga:

He intentado descomponer el movimiento, pero me ha sido imposible seguir su constante cambio de posición, por lo que al final he optado por desordenar cualquier muestra de inacción visible. Y podría haberlo conseguido si uno de los testigos no hubiera avisado a un psiquiatra. Ahora me encuentro en una de las salas de su consulta, esperando que llegue y certifique si es o no posible desarreglar la inmovilidad. Si legitima mi afirmación podré regresar a casa y seguir con las investigaciones, pero si por el contrario certifica la total inviabilidad del objetivo terminaré sometido a interminables sesiones terapéuticas completamente sedado. No me desagrada ser sedado, aunque prefiero ser masturbado. Ambas maniobras tienen la misma terminación fonética y ambas producen salivación y éxtasis. Me han dicho que el frenópata es una mujer, aunque en la puerta de su despacho se puede leer perfectamente «Rodolfo Casillas Robles». Nunca he conocido a ninguna mujer que se llamara Rodolfo, aunque hace algunos años me acosó durante un tiempo un encofrador que se llamaba Encarnación.

Separar las partes de una totalidad es un trabajo singular, sobre todo si alguna de esas partes son inseparables. Algunos lo comparan a lo que hacen los susurradores de parcialidades, aunque me niego a ser tildado de susurrador, musitador o incluso bisbiseador de generalidades. Ni siquiera pesquisador multimiscelánico o inspector de estructuras básicas de los sistemas de archivos. Soy un simple descomponedor y mi existencia es una inmensa y completa descomposición, pero no putrefacta o diarréica, sino analítica y científica. ¿Quién si no yo se atrevió a manifestar que tres descomposiciones y media seguidas y presentadas en forma perpendicular equivalen a dos descomposiciones alternas paralelas? ¿Y quién fue el primero que descompuso una descomposición ya descompuesta en siete ocasiones anteriores y se comió después un bocadillo de tortilla?

Mientras escribo estas líneas escucho berridos. Algunos me recuerdan al que emiten las doulas misándricas y androfóbicas cuando las puérperas a las que tratan de ayudar se convierten de repente en varones sementales empalmados. Otros, por el contrario, me producen escalofríos y escalocalientes. Espero que el jodido doctor o doctora Rodolfo Casillas Robles me visite de una puta vez. En la inmensa quietud de mi habitación me esperan decenas de descomposiciones a mitad de descomponer, un pack de seis yogures desnatados bífidus con nueces y cereales prácticamente descompuestos y una composición en si bemol mayor titulada El rock del ruezno.

Gregorín


Email del 17 de abril 2024 Leer más »

Email del 9 de abril 2024

«-¿Has llorado?
-¿Cómo lo sabes?
-Tus ojos…
-Creo que Rorrarrirra ya no me quiere. Supongo que hoy es el último día de mi vida. Sin Rorrarrirra no soy nadie.»

Le llamaban Rorrorrirro. La verdad es que jamás supe su nombre real. Tampoco llegué a saber nunca el nombre de su pareja, Rorrarrirra, que según cuentan sus amigos empezó a usar ese apodo cuando comenzó su relación con Rorrorrirro. Ambos eran inseparables y rara era la ocasión en que no tenían sus manos entrelazadas. Rorrorrirro era alto, un poco desgarbado pero con una sonrisa tan grande como un edificio de seis plantas. Rorrarrirra era especial. Si la mirabas detenidamente durante unos minutos, podías ver su aura formada por uno o varios colores obstinados y coherentes, dibujando figuras indefinibles en ese espacio cuya propiedad administraba. Nunca vi a uno sin el otro excepto aquella vez que Rorrorrirro vino a mi casa…

«-¿Has llorado?
-¿Cómo lo sabes?
-Tus ojos…
-Creo que Rorrarrirra ya no me quiere. Supongo que hoy es el último día de mi vida. Sin Rorrarrirra no soy nadie.
-¿Qué tonterías me estás contando, Rorrorrirro. ¡Ella y tú sois un conjunto indivisible!
-Pues el conjunto se ha dividido. Ayer no quiso cogerme de la mano.
-Caray, Rorrorrirro. Tendría un mal día o quizá…
-No. Ya no me quiere. Yo sé que hay otro.»

Rorrorrirro tenía algo que lo afeaba como persona: solía pensar por los demás. Eso le acarreaba un montón de problemas. Rorrarrirra en ocasiones le decía que cada individuo es un planeta diferente. Pero él contraatacaba la absoluta belleza de las palabras de Rorrarrirra fingiendo que no comprendía nada y soltando a continuación una risotada macabra que me recordaba al aullido de una hiena. Pero como te he contado hace sólo unas líneas, Rorrarrirra era única y replicaba la taimada salida de Rorrorrirro con un besazo muy ruidoso en una de sus mejillas. En una ocasión el besazo fue tan fuerte y tan intenso que el cristal de una de las ventanas se hizo añicos. Lo recuerdo porque me tocó a mí recogerlos del suelo con la escoba y el recogedor para no molestarlos mientras cimentaban su felicidad. Por esa razón, y viendo con perspectiva, se me hace un nudo en la garganta cuando recuerdo esa conversación con Rorrorrirro.

«-¿Has llorado?
-¿Cómo lo sabes?
-Tus ojos…
-Creo que Rorrarrirra ya no me quiere. Supongo que hoy es el último día de mi vida. Sin Rorrarrirra no soy nadie.
-¿Qué tonterías me estás contando, Rorrorrirro. ¡Ella y tú sois un conjunto indivisible!
-Pues el conjunto se ha dividido. Ayer no quiso cogerme de la mano.
-Caray, Rorrorrirro. Tendría un mal día o quizá…
-No. Ya no me quiere. Yo sé que hay otro.
-¿Qué te hace suponer esa imbecilidad?
-Ya no me coge de la mano…
-Sí, eso ya me lo has dicho.
-Ya no ríe mis bromas.
-Rorrorrirro, es normal. Está en el último curso de la «Uni», tío. Lo que no sé es cómo es capaz de sacar tiempo para estar contigo.
-Pero es que nunca estaba conmigo. Y de alguna manera, nunca lo estará.
-Rorrorrirro, cada vez te comprendo menos.»

Las nubes se forman con gotas de agua. Las tormentas se crean por una combinación de fuerzas opuestas. Rorrorrirro modeló una visión errónea y la vendió en el exterior de su cabeza como lo que no era: una obra maestra. Durante un corto periodo de tiempo alimentó a esa criatura con ambrosía y la corrompió con oro, incienso y mirra, hasta que llegó un punto en que fue imposible dejar de… ¡No sé como continuar! La verdad es que ya no deseo seguir recordando. Ni siquiera guardo una foto de ambos, ¿sabes? No soy capaz de organizar mi cerebro para recuperar sus imágenes. ¡Riendo! ¡Abrazándose! Comportándose como niñitos satisfechos…

«-¿Has llorado?
-¿Cómo lo sabes?
-Tus ojos…
-Creo que Rorrarrirra ya no me quiere. Supongo que hoy es el último día de mi vida. Sin Rorrarrirra no soy nadie.
-¿Qué tonterías me estás contando, Rorrorrirro. ¡Ella y tú sois un conjunto indivisible!
-Pues el conjunto se ha dividido. Ayer no quiso cogerme de la mano.
-Caray, Rorrorrirro. Tendría un mal día o quizá…
-No. Ya no me quiere. Yo sé que hay otro.
-¿Qué te hace suponer esa imbecilidad?
-Ya no me coge de la mano…
-Sí, eso ya me lo has dicho.
-Ya no ríe mis bromas.
-Rorrorrirro, es normal. Está en el último curso de la Uni, tío. Lo que no sé es cómo es capaz de sacar tiempo para estar contigo.
-Pero es que ya no estaba conmigo. Y de alguna manera, nunca lo estará.
-Rorroorrirro, cada vez te comprendo menos.
-¡La he matado! Te juro que no quería hacerlo. ¿No quería hacerlo! ¡Dios de mi vida!
-¿Qué cojones estás diciendo? ¿Ahora te drogas?
-Greg, ¡La he matado! ¡La he matado!
-Rorrorrirro, me estás empezando a cabrear.
-¡Greg, la he matado!»

Y efectivamente, Rorrorrirro mató a Rorrarrirra. Después de contármelo le acompañé a entregarse a la policía. Aunque hace más de 20 años del suceso, todavía no soy capaz de hacer las pequeñas cosas diarias sin temblar. Rorrorrirro se suicidó en su celda. Cuando me lo comunicaron experimenté la única sensación de alegría sin contaminar que he sentido desde ese 5 de noviembre.

Greg


Email del 9 de abril 2024 Leer más »

Email del 8 de abril 2024

Alekos Kontopoulos. Presence of a memory (s.XX)

Querida:

Es evidente que las Lagrimitas no fueron. Las Lagrimitas eran tres gatitas siamesas de cuatro meses a las que les encantaba desgarrar las cortinas con las uñas. Los Diafanitos se comportaban bastante bien, pues siempre estaban hambrientos y sólo les importaba buscar comida debajo de los sofás o pelearse con las Lagrimitas. Los Diafanitos eran cuatro Chihuahuas adultos y debido a su ínfimo tamaño quedaban igualmente descartados. Los Fase X eran cinco pulpos de la especie Hapalochlaena maculosa, más conocidos como pulpos de anillos azules, uno de los cefalópodos venenosos más peligrosos del planeta, pero como vivían en un acuario marino ni siquiera me pasó por la cabeza pensar que ellos fueran los responsables. Las Torerillas eran seis serpientes Lampropeltis que vivían en un terrario de dos metros cuadrados con una cerradura de seguridad y, a menos que una de ellas fuera una cerrajera experta, era imposible echarles las culpas del desaguisado. Los Sildenafilitos eran 17 milpiés gigantes de Mozambique cuyo único afán en la vida era atiborrarse de escarola, calabacines y zanahorias, y a quienes no les importaba en absoluto lo que sucedía detrás del cubículo donde los mantenía. Los Tataratitos Tataratotos eran 35 insectos palo, tan enclenques y distantes, que ni siquiera parecía que existieran. Las Focalizaditas eran una pareja de periquitos hembra que, aunque tenían constantemente la puerta de la jaula abierta, jamás se atrevían a salir y preferían hacer vida en su palo preferido a 95 centímetros de la base con rejilla. Los Trinkisfrinkis y las Janfraskankras eran dos familias de ardillas comunes de cuatro y cinco individuos respectivamente, que residían en dos grandes cajones en el sótano. La Bimbomba era una hipopótama que protagonizaba algunos de mis sueños más agrestes, como los titulados «El hombre y la huerta. Capítulo 1» y «El hombre y la huerta. Capítulo 2». La Cindycrawford era una cocodrila del Nilo y modelo reptil del inmenso póster que me servía de cabezal de la cama. Ñoñoñoñoñoso era el nombre con el que había bautizado al Tiranosaurio rex de goma maravillosamente acabado que me regaló mi hermano para recordarme que al día siguiente era su cumpleaños. Mademoiselle Ya era mi vecina. Gorgoncín era su hijo. Palmerito su perro. Jojolín su amante; bueno, el amante de Mademoiselle Ya. Zrozro Chum era el portero. Y yo me llamo Greg. Ninguno de los anteriormente citados pudieron ocasionar el desastre. Ni siquiera yo. ¿Entonces? En mi casa vivían tres fantasmas: Enfermito, Carne roja y Jk900, también llamado Dulzurito. Enfermito tenía un comportamiento bastante errático y era capaz de cualquier cosa. Carne roja nunca hacía nada sin permiso de Enfermito y éste jamás le permitía materializarse. Jk900 o Dulzurito padecía de flatos y por vergüenza casi nunca interactuaba con los mortales. Ahora bien, Carne roja estaba casada con un ectoplasma etérico al que llamaban La la la la la la la la la la y que poseía un carácter malvado. A su vez, La la la la la la la la la la hacía todo lo que su madre, otra fuerza ectoplásmica ruin, vil y taimada le ordenaba. Nunca llegué a saber el verdadero nombre de la madre de La la la la la la la la la la, por lo que decidí bautizarla como Ziscasazisca.

Mi mejor amigo desde el parvulario era Carlos, aunque yo siempre le había llamado Solrac, que no es más que su nombre al revés. Solrac odiaba ese apodo y prefería que se dirigiesen a él como Rocals, que era un anagrama de Carlos. Rocals era ambidiestro y había bautizado a sus brazos. Si no me falla la memoria, el derecho era Dubitado y el izquierdo Indubitado. El día de la catástrofe, Solrac (AKA Rocals) junto a Dubitado e Indubitado estaban en mi casa de visita. No puedo decir si él tuvo algo que ver, pues yo desaparecí durante veinte minutos. Rocals niega ser el autor. Dubitado e Indubitado son su coartada. Todo resulta confuso. Todavía más si creemos a Fanfan, el otro «yo» de Solrac, que afirma que éste, es decir Rocals, es un auténtico demente.

La verdad es que, aunque hace más de 30 años que sucedieron los hechos, todavía me pregunto quién fue el autor de lo que sucedió ese día. Las Lagrimitas, los Diafanitos, los Fase X, las Torerillas, los Sildenafilitos, los Tataratitos Tataratotos, las Focalizaditas, los Trinkisfrinkis, las Janfraskankras, todos están muertos. La Bimbomba, la Cindycrawford y Ñoñoñoñoñoso nunca fueron más que imágenes reales o soñadas y, de alguna manera, también están muertas. Mademoiselle Ya se fugó con un saltimbanqui y nunca más supe de ella. Gorgonzín todavía vive aunque cuando coincidimos en la calle casi nunca nos saludamos. Su perro Palmerito se dejó atropellar en abril de 1988. Jojolín tiene un estanco y Zrozro Chum un tacatá. Solrac y sus brazos viven a dos manzanas de mi casa pero no nos vemos demasiado. Ya sabes, el pasado es el pasado. Una vez le pregunté acerca de Fanfan y su rostro se volvió amarillo. Yo, yo sigo llamándome Greg, aunque en ocasiones preferiría llamarme Grog.

G


Email del 8 de abril 2024 Leer más »

Email del 3 de abril 2024

Maxfield Parrish. The Botanist (1907)

El 17 de noviembre de 1927, Petronilo Cienfuegos (1889-1966), botánico, fitógrafo, palinólogo, ensayista y poeta, publicó una pequeña colección de poemas titulada Frailillos, arisaros y rabiacanas, que pronto se convirtió en uno de los libros más aclamados de la historia aunque en realidad nadie lo leyó, pues debido a un error, los 1038 versos que componían el volumen fueron impresos en color blanco sobre papel blanco. Cuando el encargado de taller se dio cuenta ya habían sido estampadas 3000 copias que se obsequiaron a cualquiera que lo solicitase. Aun así se tardaron cerca de 30 años en regalar todos los ejemplares.

El 24 de abril de 1942, Petronilo Cienfuegos, publicó un ensayo botánico titulado Hortus, que pronto se convirtió en uno de los estudios más célebres de la historia aunque en realidad nadie lo leyó, pues debido a otro error, las 560 páginas de la obra fueron tiradas en color negro sobre papel negro. Cuando el encargado de taller se dio cuenta ya habían sido impresos 5600 ejemplares, que se regalaron a cualquiera que lo solicitase. Se tardaron cerca de 50 años en donarlos todos.

El 2 de febrero de 1958, Petronilo Cienfuegos, intentó publicar una guía micológica titulada Setas, hongos y líquenes de la península ibérica, Portugal y Murcia, que pronto se convertiría en una de las guías más famosas de la historia aunque en realidad sólo la adquirió un individuo, pues debido a un error de la impresora de matriz sólo pudo ser confeccionado un ejemplar. Esta vez el encargado de taller ni siquiera estaba en la imprenta. Desde entonces los rumores se han disparado. Unos dicen que el libro fue adquirido por el propio Petronilo Cienfuegos. Otros que el comprador fue la amante del encargado del taller. Sea lo que fuere, actualmente se desconoce quién posee la única copia.

El 20 de agosto de 1966, Petronilo Cienfuegos falleció rodeado de sus familiares y amigos. El panegírico, bastante fragoso y ríspido, fue leído por el encargado del taller donde se imprimieron sus tres obras maestras. Cuando terminó el oficio religioso, el padre Quintana se alejó encima de una moto.


Email del 3 de abril 2024 Leer más »

Email del 30 de marzo 2024

Vincent van Gogh. Basket of potatoes (1885)

Supermercado Romanesca patrocina este texto.
(Viewer discretion is advised)

La extraña sensación de Vulnavia 

Los datos específicos sobre la patata Vulnavia no llegaron a ser concluyentes. Quizá por esa razón Vulnavia nunca pudo ser cortada ni siquiera asada o frita como guarnición. Pero creo que me estoy adelantando a los hechos. Vulnavia Tuberosum formaba parte de un par de kilos de patatas semitardías adquiridas por una mujer de 47 años llamada María de las Mercedes Avellaneda Venegas, residente en Alboraya (Valencia) y que incluía a otros siete tubérculos más. Desafortunadamente solo se conoce el nombre de tres de ellos: Vulnavia, Humham y Zonie, pero se cree que dos de los cinco restantes podrían estar relacionados de alguna forma con Vulnavia o con Zonie, su compañero sentimental pseudorizomatoso. Sea como fuere, por alguna razón desconocida hasta el momento, María de las Mercedes decidió a última hora sustituir las patatas asadas con queso manchego y tzatziki por carpaccio de calabacín, por lo que «los ocho de los dos kilos», como fueron llamados a partir de ese instante, obtuvieron un valioso regalo: ¡tiempo!

El tiempo es una magnitud. Una magnitud es una propiedad física que puede ser engañada, vapuleada o despedazada, aunque la mayor parte de los individuos prefieren no demostrar sus aptitudes vesánicas, sobre todo si están acompañados. Los testigos pueden convertirse de repente en un enorme y doloroso grano en el trasero. Obdu no era de esos. En realidad se llamaba Obdulio y era el marido de María de las Mercedes. Un papel enmarcado lo certificaba. Llevaba tantos años escondiendo patatas o simplemente trasladándolas del cesto donde debían esperar en martirio culinario  hasta cualquier otro lugar lejos del cuchillo de aquella asesina gastronómica que se sentía hijo, primo o incluso hermano del tiempo. A veces lo conseguía. Otras no. Entonces, solía acostarse en su cama, distante en 45 pasos de la de ella y fabricaba calladamente lágrimas ovaladas semejantes a cristales de lámparas como las que colgaban del techo del comedor de mi abuela.

La reunión estaba finalizando. Zonie dispuso la fuga que fue secundada por los siete restantes. Los siete de los ocho. Los ocho de los dos kilos. De repente Humham gritó al resto que solo eran unas míseras papas y que los tubérculos carecen de patas y sin patas la locomoción es inviable. Vulnavia le contestó mirándole directamente a una de las yemas y le echó en cara su cobardía. Uno de los sin nombre intentó defender la postura de Humham pero fue abofeteado por Zonie, que no tardó ni siquiera un segundo en pedirle perdón. Estaban a punto de finalizar la asamblea cuando vieron una cabeza enorme asomándose por encima de ellos. Era Obdu.

——No os preocupéis pequeñitas amigas. Vengo a salvaros——, susurró Obdulio mientras las recogía ceremoniosamente y con un cuidado que haría vomitar de envidia al mejor recolector de setas del condado. ——Ya sé que no podéis escucharme, amiguitas mías. No voy a dejar que esa bruja gorda os destroce simplemente para saciar sus instintos de chef restaurador. Venid. Os trasladaré a un lugar seguro. Pero hemos de darnos prisa. Esa maldita asesina de tubérculos, hortalizas y verduras en general no tardará en regresar a casa.——

El viaje duró cerca de 28 minutos. Media hora es lo que se suele tardar andando a paso firme, 49 si se camina de una manera humanamente natural y 118 minutos si en lugar de caminar el desplazamiento se realiza mediante saltitos o a la pata coja. Claro que si se coge un taxi los 28 minutos pueden reducirse a menos de diez, aunque la mayor parte de la gente que recorre ese trayecto diariamente está convencida de que no deberían recorrer ese trayecto a diario sino en jornadas alternas o un máximo de dos veces a la semana.

——¿Veis? ¿Podéis sentir la tierra? No sé si es parecida a la que os vio nacer, pero es tierra. Me gusta la tierra.—— Mientras trataba de hacerse entender, Obdu sintió que lo que acababa de hacer, al igual que en otras ocasiones anteriores, le iba a pasar factura en cuanto llegase a casa y tuviera que rendir cuentas a María de las Mercedes, pero en esos momentos le daba igual. ——La tierra es terrosa, si no lo fuera no se llamaría tierra jijiji. ¿Sabéis… tenéis idea de la cantidad de tipos de tierra que existen en el mundo? ¿El mundo? No sé por qué os hablo del mundo si nunca he salido de mi ciudad. Pero creo que os estoy mareando, pequeñas. Aquí estaréis a salvo. Aquí estaréis a salvo. Aquí…——


Email del 30 de marzo 2024 Leer más »