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Eric Fischl. Birthday boy (1983) |
Querida:
Si yo muriese de un infarto, de cáncer escrotal, por culpa de una neofratía, de sida, por un ACV, de coronavirus en alguna de sus alfabéticas variantes, por hacerme una abdominoplastia en Júpiter, de dengue, chagas o botulismo, de beriberi (o de gori-gori, ¿cementeri?), de sarampión, de varicela, crucificado, apuñalado en el pecho o baleado repetidamente, atragantado por un garbanzo pedrosillano o sodomizado con una bombona de buceo de segunda mano… todo, absolutamente todo, seguiría igual. Con todo me refiero a eso que algunos llamamos «devenir». Yo siempre he sido de esa clase de individuos que estaban convencidos que este mundo era una grandísima y epatante mierda. Y subrayo el indicativo imperfecto «era» porque, por alguna extraña razón, desde hace unos meses creo que ya no es una grandísima mierda, sino una extraordinaria no-mierda, prístina, nigérrima e infernal. Nacemos, vivimos y morimos sin que exista una razón. A nadie le importa lo que le pueda pasar al resto y el resto está demasiado ocupado intentando convencerse a sí mismos de que ellos no son nadie. Y mientras cada uno de ellos llegan a sus propias y terribles conclusiones, las consecuencias de sus acciones componen sus propios y rabelesianos corolarios.
Mañana cumplo sesenta tacos. Y no me refiero a esa clase de tacos manufacturados y expendidos por Taco Bell. Podría cumplir 60 kebabs, 60 Big Macs o incluso 60 platos combinados con huevos fritos, patatas y beicon, sin embargo cumplo años. Y realmente, si lo pienso detenidamente, son un escalofriante e impreciso montón. Muchos más de los que habría representado en cualquiera de mis sueños de ebrio durante mi adolescencia, cuando pensaba que existir no era más que una estúpida moda, como llevar la camisa por fuera o los pantalones arremangados. ¡Joder! ¡No estoy enganchado a la vida! ¡No necesito más dosis! Vivir implica estar dispuesto a tragar como una ramera sitibunda y yo padezco de faringitis crónica.
Dicen que cuando un ser humano se encuentra al borde de la muerte piensa en lo imbécil que ha sido durante todos sus años anteriores. Algunos incluso piden ayuda al sacerdote que les concede la extremaunción para incorporarse y poder dar unos cuantos cabezazos, los últimos, a la pared más cercana, ya sea lisa o con gotelé. ¡Seguramente debe ser maravilloso palmarla con la chola moreteada y enchichonada! Una vez conocí a un tipo que resucitó. Cuando se dio cuenta de lo que le acababa de suceder se arrojó por la ventana, con tan mala suerte que aterrizó sobre un Staffordshire bull terrier cabreado. Por supuesto, este le arreó un par de mordiscos rápidos en la cara y le arrancó la nariz. Varios años después volvió a morir, esta vez para siempre. El velatorio fue un éxito de publico y aunque el ataúd estaba abierto, nadie reparó en el pingajo verdiamarillento que asomaba por encima del mostacho. Posiblemente porque a nadie le importaba el fiambre. Simplemente estaban actuando, como habían hecho siempre. ¿Qué más daba que el muerto estuviera desnarizado? Nadie es perfecto. Ya lo decía Joe E. Brown.
Yo no soy perfecto aunque en ocasiones se me ha caído la baba mirando mi cuerpo reflejado en la calva sudorosa del vecino. Claro que cada vez que el vecino se ha retirado a su casa a lavarse la calva, he sentido una especie de escalofrío recorriéndome la espalda. Si te preguntas que hacía la calva de ese vecino tan cerca de mi cuerpo en esas ocasiones es que eres una jodida mal pensada. ¿Nunca has oído hablar de las reuniones de vecinos? Pues en mi patio solo vivimos dos, yo y el espejo ambulante del que te he hablado hace media línea. Lo que trato de decir es que mis imperfecciones son perfectas. ¿Entiendes? Siempre he odiado las imperfecciones imperfectas. Claro que también he odiado las incorrecciones incorrectas y las insuficiencias insuficientes. ¡Todo es odiable! Incluso lo que no es odiable. ¿Qué no es odiable? ¿Un gatito monocolor? ¿Un perrito bicolor? ¿Un zunzuncito tricolor? ¿Un cocodrilo cuadricolor? ¡Absolutamente todo es odiable! ¡Aborrecible detestable y abominable! Por lo tanto todo es maldecible. Y condenable. ¿Es renegable? Mmm, tendría que meditarlo.
Greg «Sexagénaire» López