Email del 12 de enero 2018

Max Ernst. Human form (1931)

¿Quién soy yo? Ni siquiera soy capaz de definirme. ¿Quizá un merodeador enfermizo, excéntrico y culpable? Si de verdad alguien cree que soy culpable de algo, me gustaría que definiese el término de una manera cognoscible. Soy responsable de mis actos, de acuerdo, pero no de la totalidad absoluta de estos. Mis movimientos son únicos y propios, pero no me pertenecen por completo. ¡Algo vive en mi cabeza! Noto como se inquieta cuando trato de ser lógico. Por esa razón a menudo hago cosas absurdas, me meto en líos demenciales y pienso en términos disparatados y contradictorios. Pero no creas que estoy loco. He escrito que algo vive en mi cabeza, no que ese algo me hable o me dicte órdenes. Te pondré un ejemplo que seguramente comprenderás. Supón que te duele la barriga y por eso expedes una flatulencia. ¿Quién es el culpable de que importunes a los que te rodean en ese instante -por pocos que sean- o a tu perro que te sigue a todas partes como un virus, o a ti misma repleta de inconvenientes y desventajas, con los efluvios desprendidos por esa especie de pre-hez no solidificada y que antecede a una verdadera mierda, retenida por prudencia, vicio o falta de ánimos? No, por supuesto que este ejemplo no tiene nada que ver con mi disquisición pero, ¿acaso mis argumentos han sido en algún momento razonables? Simplemente quería que el texto se volviese sucio y mugriento como la sociedad a la que sirvo. Y que te ahogaras leyendo esa frase tan larga, mal redactada y con las comas fuera de lugar. Te pondré otro ejemplo que nada tenga que ver con lo que, vete tú a saber, quiere exhalar esta especie de locución conjuntiva no representativa. Ahí va: un tipo sin nombre compra un detergente con fórmula de doble acción para envenenar a su madre y así heredar toda su fortuna. Supone que la doble acción de la fórmula ayudará a matarla dos veces o, por lo menos, la fulminará con doble poder asesino. Mientras vierte algunos centímetros cúbicos en el vaso de leche de la infortunada, piensa en el número de ocasiones en los que ha realizado la misma acción en sueños. El número es tan alto que le produce un repentino mareo y se desploma desmayado. La madre escucha el sonido de su caída y se acerca. Contempla a la sangre de su sangre inerte. Asustada intenta revivirlo a besos y repara en el vaso de leche. Lo coge, lo acerca a los labios de su retoño, y este, confuso, lo bebe.

Tengo un sueño recurrente que hace que me despierte con fuertes erecciones. Voy por la calle y me encuentro a un grupo de chirigoteros cantando esas sandeces destinadas a fundir el cerebro de animal invertebrado de algunos humanos. De repente levanto los brazos, invoco a un dios imaginario y le obligo a que decapite a los que entonan peor. La fuerza vengadora figurada cercena las cabezas de los 21 cenutrios con una fuerza tan potente y desoladora que es escuchada en el lago Issyk-Kul por un pescador, que años después escribirá un ensayo literario sobre sus vivencias ese fatídico día. Camino sobre las cabezas ensangrentadas, me siento sobre una, saco del bolsillo del pantalón un plátano y me lo como por la oreja. Hasta aquí el sueño. Ahora, un poco más de realidad. Y la realidad es que todo lo que hace la gente lo pueden hacer los monos, posiblemente mucho mejor. Todo lo que dice la gente, lo puede decir un loro gris, seguramente con una dicción más clara y un mensaje oculto más directo. Lo que quiero expresar es que no sé lo que quiero expresar. Solo sé que todo lo que tenga que ver con el ser humano, me deshumaniza. De la misma manera que todo lo que tenga que ver con un ser rumano me desrumaniza. Ayer un tipo rumano se acercó a mí mientras paseaba, me cogió con fuerza de las solapas y me gritó que yo era un tío feo, feo de verdad, y que no comprendía como en Spania (sic) dejaban a los tíos feos, feos de verdad, salir a la calle. Después de darle unas palmaditas en el hombro y zurcirlo a cuchilladas me dirigí a mi casa, me lavé la sangre de las manos y me miré en el espejo. El puto rumano tenía razón. Soy feo. Feo de verdad. Pero en otra época fui muy hermoso. Hermoso de verdad. Tan hermoso que las mariposas me seguían drogadas por el aroma a néctar fresco que desprendía cuando caminaba y las flores de diente de león dirigían sus pétalos y sépalos hacia el lugar donde vine al mundo. Ahora esa carretera que lleva a la casa donde nací no es más que un camino abrupto y polvoriento infestado de cardos, ajonjos y cardenchas.

Mientras te escribo esta retahíla de lamentos escucho unos golpes en una de las paredes del salón. Los vecinos están de obras. Estoy seguro de que esos mismos golpes escuchan a su vez a otros golpes. No quiero decir que un golpe sea una esencia viva, por Jesús, lo que intento expresar es que cada golpe proviene de un golpe anterior en el espacio-tiempo. Posiblemente un golpe consanguíneo o emparentado. Pero nunca, y recalco el adverbio nunca, de un linaje separado o independiente. ¡Sí! creo tanto en los golpes. Y en los choques. Sin embargo abomino de los impactos y los leñazos. Ya sabes, cada uno es como es. Tú eres tierna y compasiva y yo soy un grandioso y extraordinario HUMANISTA.

Email del 12 de enero 2018 Leer más »

Email del 10 de enero 2018

Kuzma Petrov-Vodkin. Still life with letters (1925)

Queridísima confidente:

Una amiga me ha enviado un email mandándome al carajo. En realidad me ha enviado a la mierda, que está todavía mas lejos que el carajo; y todavía no comprendo cuál ha podido ser la razón. Un rato antes de recibir su excremental invitación le había mandado un texto en forma de saludo. No es un saludo demasiado mainstream pero tampoco creo que sea como para cortar con una preciosa relación de amistad que duraba un día. Te pego dicho saludo textual para que lo leas minuciosamente, lo analices con detenimiento y, después, me envíes tus conclusiones.

Hola, Maribel:


Hace 30 segundos exactos que me encontraba medio minuto más alejado del lugar donde me encuentro ahora. En estos momentos estoy sentado en el sofá del comedor con el gato encima de las rodillas, pero hace 27 segundos me encontraba 15 baldosas de gres en dirección contraria. Eso es, más o menos, a tres cuartas partes de la totalidad del dormitorio según se traspasa la puerta de entrada, seguramente entre la quinta y la sexta baldosa empezando a contar desde la pared contraria, es decir, la de la ventana pequeña que no cierra bien. Pero lo que realmente me asombra -además de no tener gato- es que solo hace 14 minutos y medio que me encontraba a 320 metros de distancia saboreando un julepe de nanjea en una coctelería. Y hace 32 minutos estaba orinando en el lavabo para el personal autorizado de la «Mercería Akanke, Fatimah y Sah», pues mi próstata es una consentida. Esa mercería está situada a 794 metros de la coctelería donde, haciendo honor al nombre del establecimiento, tomaba ese combinado tan calórico del que te hablaba antes, con lo que tenemos que la mercería esta a 1114 metros de mi comedor. ¿Qué hacía en una mercería? Comprando cintas elásticas blancas y suaves para coserlas en la cintura a los calzoncillos y de esa manera evitar que me aprieten demasiado. Pero no quiero desviarme del asunto que me interesa. La mercería, atendida por tres mujeres de origen africano, importa la ropa interior de Asia Central, lo que me parece una auténtica majadería. Y me parece todavía más estúpido que además de ropa interior vendan también ropa exterior y batatas y mazorcas.


Greg


PD.
Las mazorcas tenían un color extraño y una textura gomosa que me recordaba a los supositorios de glicerina que fabricaba la empresa Rovi. Cuando se lo comenté a Sah, que es la hermana de Akanke y la cuñada de Fatimah, dibujó un extraño gesto con la mano mientras gritaba una especie de lamentación en fa sostenido. De repente, salieron de la trastienda cuatro negrazos del tamaño de una montaña, me agarraron con fuerza por las cinco extremidades (ahora ya sabes cuántas tengo) y me arrojaron fuera del establecimiento.

Hace algunos años me sucedió algo similar con un tipo que quería comprarme el coche. Horas después de cerrar la venta y chocar las manos le envié un mensaje por el móvil que decía más o menos:

Por favor, no te demores en ingresarme la pasta porque me buscan por un asesinato y cuatro intentos de homicidio. En realidad los hechos son justo al revés y deberían buscarme por cuatro asesinatos y un intento de homicidio, pero ya conoces como trabajan los funcionarios. En cuanto a nuestra pequeña transacción, he de decirte que ha sido un placer tratar contigo. ¿Puedo tomarme la libertad de invitarte a que vengas a verme de vez en cuando a la trena? Por supuesto, si al final esos botarates del juzgado me encuentran.


Greg

Email del 10 de enero 2018 Leer más »

Email del 9 de enero 2018

Vincent van Gogh. Orphan man with cap and walking stick (1882) 

Hola:

Mis ejemplares de Ambystoma, Neocaridina, Triturus, Cynops y Pleurodeles se encuentran en perfecto estado, así como el número total de plantas que me acompañan cada día. El que no está bien soy yo. Bueno, estoy bien en exuberancia adversativa, pero no anímicamente. La culpa de mi abatimiento la tiene… ¿Quién la tiene? Alguien se debería comer el marrón. A Dios ya le he echado la culpa en numerosas ocasiones, al igual que al género humano utilizándolo como una grandiosa y degenerativa generalidad. Creo que hasta llegué a culpar de mis infortunios a una funda de sofá en cierta ocasión. ¡Necesito víctimas nuevas! O por lo menos alguien que, fascinado por mi modo tremendista de tomarme cualquier situación, se ofrezca desinteresadamente para que descargue sobre su cuerpo y alma toda mi capacidad de síntesis negativista.

Mi desayuno me mira. Pero no me contempla como una serie de alimentos que van a ser devorados de forma brutal y sin contemplación, sino como una sucesión de manjares que van a ser saboreados hasta la delectación y el éxtasis. Y eso me pone enfermo. Ni siquiera produzco miedo en los objetos que me rodean. Hasta hace unos pocos años la gente se santiguaba cuando me veían paseando por la calle. Ahora se descojonan. ¿Algo ha cambiado en mi manera de andar? Puede que el salero. Sí, ahora que lo pienso debe ser la maldita donosura. Ya no piso con garbo. Puede que la culpa sea del relicario, no sé. Claro que caminar con donaire está totalmente reñido con caminar renqueante o con tacatá. Pero es lo que tiene la edad.

Estoy pensando seriamente en quitarme de en medio. Claro que también podría quitarme de enmedio. Lo decidiré cuando lo haga la RAE. De momento voy a levantarme y entonar algunas canciones espirituales con el objeto de que caiga un chaparrón, pues estoy haragán y hoy toca asperjar.

Email del 9 de enero 2018 Leer más »

Email del 8 de enero 2018

Pablo Picasso. La sombra (1953)

Querida:

Ayer recibí un siniestro email de un tal Carrandango X que me ha dejado… Bueno, mejor te lo pego y luego te cuento mis inquietudes:

«Solo unas líneas para decirte que el agujero donde a veces me escondía cuando metía la pata ha desaparecido. La última vez que lo usé no noté nada raro, por esa razón me siento abatido y descorazonado. Ignoro qué voy a hacer cuando en un futuro cercano vuelva a joderla delante de la gente. Podría suplicarte para que me prestaras el tuyo, pero sé que lo usas contínuamente. Por esa razón voy a dejar la cortesía aparcada un instante y a EXIGIRTE que me lo regales. Lo necesito. Sin un lugar oscuro donde refugiarme no soy nada. Sin embargo, tú eres nada a todas horas, incluso cuando tu madre te dice que lo eres todo. Si te niegas a obedecer mis disposiciones no tendré otra opción que mandarte un carnicero para que fabrique embutidos con tus entrañas.»

Desconozco quién se puede ocultar tras un nik como Carrandango X, pero la verdad es que no me importa. Dentro de un rato, en cuanto me haya afeitado y vestido pienso llevar mi agujero a un banco. Allí, dentro de una caja de seguridad estará protegido y yo me sentiré menos alarmado. Me tiemblan las piernas de pensar lo que sucedería si metiese la pata sin tenerlo a él de resguardo emocional. ¿Por qué existe gente como Carrandango X en el mundo? ¿Cómo y atendiendo a qué razón buscan a sus futuras víctimas? ¿Cómo podríamos dejar de sentirnos tan vulnerables? Ignoro si existe alguna respuesta que anule cada una de mis preguntas, pero en estos instantes me gustaría tener unas manos amigas apretando con fuerza las mías. ¡Pero solo tengo la sombra de Carrandango X persiguiéndome a cualquier lugar donde ose dirigirme!

Querida, voy a dejarte. Necesito poner en orden mis incertidumbres. Cuando haya puesto orden, si es que lo consigo, me dirigiré al armario empotrado que hace de capilla e invocaré a Santa Lucrecia de Mérida que en otras ocasiones me ha ayudado tanto. Luego, con paso firme y sereno, disimulando el terror interior y transformando mis rictus en movimientos gráciles y acompasados entraré por la puerta de Bankia, donde su director, Cosme García, me ayudará a que esa maldita sombra X del averno no pueda robar lo que por méritos propios me pertenece.

Email del 8 de enero 2018 Leer más »

Email del 7 de enero 2018

Honoré Daumier. The reader (XIX cent.)

Amiga:

Mi último cuento titulado Yo no tengo la culpa de que mi mote sea tan largo está completamente terminado. Y creo que es tan mediocre y previsible que tiene un montón de papeletas para poder llegar a convertirse en un fabuloso éxito de ventas. Te pego unas cuantas líneas para que lo valores -como hago siempre que acabo algún texto- pero antes te recomendaría que te agenciaras varios comprimidos de Urbadán, Klonopin Tranxene, Restoril o Librium.

«Shanjanchustinbershalancim era el típico vecino aburrido. Carolina era su esposa incorformista y rebelde. Pero todo era una fachada. En realidad ambos se amaban y cuando podían se encontraban en lugares sucios y oscuros donde nadie pudiera verlos. Y allí se abrazaban, tocaban, besaban y acababan haciendo el amor. Aunque llevaban 12 años casados ya comenzaban a cansarse de mantener en público una relación a base de chillidos y descalificaciones para resultar una pareja normal. ¡Los matrimonios deben odiarse! Está escrito en las leyes defecadas por la sociedad y ellos no querían llevar la contraria a esa generalidad enferma.»

Lo único bueno de este relato es que está escrito en calzoncillos. Te lo juro. Y no puedes llegar a hacerte una idea de lo complicado que es teclear tan ligerito de ropa en pleno invierno y sin calefacción central. No estoy seguro, pero creo que no existe ninguna ley que prohiba teclear sin pantalones. Pero, ¡creo que no lo entiendes! Lo que quiero expresar al escribir un texto con las piernas al descubierto es que el mundo, tal y como lo conocemos, no es esferoide, sino redondito. Y que aunque toda la gente que conozco no pare de gritar su maravillosa felicidad, no deja de producirme cierta inquietud cuando veo sus miradas dirigidas hacia un punto exacto de la pantalla de su receptor de televisión. Y que si soy capaz de aguantar sus babas acuosas y turbias es porque quiero que crean que yo babeo con ellos. Pero no babeo con nadie ni por nada.

«Shanjanchustinbershalancim tenía un gato negro al que adoraba con devoción mórbida. El gato a menudo jugaba con un ratón muerto atado en el extremo de una madeja de lana. Carolina contemplaba fascinada cómo la piel del roedor se deshacía cada vez que un zarpazo la golpeaba. Y mientras todo eso sucedía, el tiempo disfrazado de ladrón se descolgaba sobre el eje de cada una de sus innumerables limitaciones transformándolas en apatía, recelo e insuficiencia retrógrada.»

Supongo que cuando leas el segundo párrafo llegarás a la conclusión de que cada línea es más estúpida que la anterior, pero no deberías tomarme por un badulaque, pues cada palabra está milimétricamente planteada para hacer escalfar de emoción al típico lector medio, ese que llega al paroxismo devorando a Paulo Coelho, Dan Brown o Stephanie Meyer. Sé que imaginar y escribir supone un esfuerzo que está completamente descompensado. Pero también está descompensada mi tensión y no lloriqueo a nadie. Bueno, a veces gimoteo durante unos pocos segundos, pero de ahí nunca paso. Porque pasar implica cruzar. Cruzar es como atravesar, pero en plan menesteroso, y atravesar me suena absolutamente pornográfico.

«Shanjanchustinbershalancim se miraba el pene con angustia. El sol que entraba por la ventana dibujaba una sombra perfecta sobre su miembro flácido. Carolina no paraba de decirle que no pasaba nada, que era hasta cierto punto normal no llegar a cumplir ciertas expectativas. Pero él no escuchaba, se limitaba a sentir el calor sobre la piel del prepucio mientras imaginaba que todo lo que contemplaban sus ojos y lo que actualizaba su cerebro no eran más que castillos que debían arder. Quizá por eso decidió que Carolina debía arder. Su gato negro junto con su juguete zombificado debían arder. Todos excepto él, debían arder. Solo ardiendo se logra una completa purificación. De repente se subió los pantalones, se agachó para dar un beso a su mujer y se dirigió a por una cerilla.»

Podría haberme esforzado más, pero el sudor me deja pegajoso el cutis y el sacrificio tiende a dejarme exánime. Y cuando me siento débil suelo escribir inusitadamente bien.

Email del 7 de enero 2018 Leer más »

Email del 6 de enero 2018

Sir Lawrence Alma-Tadema. A roman scribe writing dispatches (XIX-XX cent.)

Hola:

Siento la imperiosa necesidad de representar la obra de Plauto Miles Gloriosus. El soldado fanfarrón interpretando yo todos los papeles. Desde Pirgopolínices (Miles) a Filocomasia. No me preguntes la razón porque la desconozco. ¿Acaso tú comprendes todas tus acciones? Un amigo mío que ahora es amiga mía siempre dice que la persona que entienda algo, lo que sea, debería quitarse la vida lo más rápido posible y de la manera más dolorosa posible. La verdad es que no es una bonita sentencia, pero a mí siempre me ha parecido acertada. Yo puedo llegar a comprender alguna cosa, pero si le doy más vueltas de las absolutamente necesarias, además de marearme, llego a conclusiones erróneas o aberrantes. A veces, incluso eróticas o pornográficas. Te podría poner un ejemplo, pero, prefiero poner un huevo. ¡Sí, lo has adivinado! Soy una gallina dentro del cuerpo de un mocetón fascinante. En realidad soy tan cobarde como petulante. Quizá sea esa la principal razón por la que necesito representar la obra de Plauto. Pero si estoy seguro de algo, en este caso, de que soy un jodido presuntuoso, también tengo claro una cosa: soy un maravilloso y dinámico fantasmón. Posiblemente uno de los mejores que han existido desde Og-ha Mun Saa, un Homo neanderthalensis que convivió con tigres diente de sable hace 32.000 años y que fue apedreado por sus camaradas coetáneos por sentirse muy cerca de sí mismo (emocionalmente hablando, supongo, los historiadores posteriores no lo dejan demasiado claro).

A mi lado descansa un papel. Dentro de ese papel hay letras. Yo creo que es una cláusula, pero me niego a leer grafemas. Solo leo símbolos, garabatos, dibujitos o jeroglíficos. Y eso, si me pongo las lentes. Sin las lentes estoy muy atractivo, por lo menos eso dice esa figura sin firmeza ni consistencia que solo existe en el interior de mi cabeza. Con gafas parezco una calabaza húmeda. Pero volviendo al papel lleno de letras y sus disposiciones, si es que en realidad es una cláusula y no una carta de amor de, por ejemplo, una vecina o la madre de esa vecina o, por igualdad de edad, la tatarabuela de la madre de esa vecina. ¿Crees que debería aceptar las conclusiones? Me refiero a las consecuencias o conclusiones de la cláusula. Si me refiriese a otro tipo de consecuencias o conclusiones tú serías la primera en saberlo.

Valencia no es Éfeso y las columnas de mi barrio difieren en calidad y cantidad de las que existían en el barrio donde residían Periplectómeno y su cocinero Carión. Ahora ya sabes de qué manera domino a los clásicos. Solo te resta por conocer parte de los entresijos de sus existencias. Me refiero a las existencias de Periplectómeno y Carión, pero también de la pervertida Acroteleutia. Y si crees que con todo este barullo solo intento que desvíes tu atención de esa nota anónima que recibiste y que decía que yo era un maldito algolágnico activo sádico, tienes parte de razón. Pero ya sabes, uno nunca es lo que parece. Ni siquiera lo que le dejan aparentar. El resto, o la parte que comprende desde la mitad exacta a los tres cuartos de la obra en la que parece que somos los verdaderos protagonistas, no es la cazadora con cuello de borrego que venden en Zara, sino parte de una serie de acotaciones apresuradas que la mayor parte de las veces no sirven para nada.

Es extraño, este texto tenía que tratar sobre la forma en que utilizo mi sexualidad para atraer a las caballas, los salmonetes y algún que otro centollo. Bueno, eso no es exactamente así. A menudo me contoneo por delante de los pescadores en la lonja y a veces obtengo algún pescado o marisco. Y sobre eso quería escribir, pero empecé a vacilar sobre mis conocimientos grecorromanos y Pirgopolínices me llevó a Og-ha Mun Saa, y a partir de ahí, ya no pude detenerme. No importa. Soschepo que no entenderás nada. Ni siquiera la palabra «soschepo». Hubiera podido usar el vocablo correcto pero soy demasiado irracional y la vida es suficientemente absurda como para hacer lo que me venga en gana sin sentir verguenza o sofocos. Y no me digas que me he dejado la diéresis porque lo he hecho a conciencia.

Email del 6 de enero 2018 Leer más »

Email del 5 de enero 2018

Marc Chagall. Song of songs (1974)

Querida amiga:

Si adivinas el título de la siguiente canción te juro por Dios que seré tu esclavo durante un mes entero. No olvides que el número de intentos no es ilimitado y solo puedes fallar tres veces.

Nananaaaa nana naaa nana nana naaaaaa
Nananaaaa naaaa naaaa 
Nananana na na na naaaaaa

Greg

Email del 5 de enero 2018 Leer más »

Email del 4 de enero 2018

Odd Nerdrum. Lunatics (2001)

Admito que disparé a Pedro, Vicente, Manolo, José, Ricardo, Bernardo, Marcos, Andrés y Sergio. Pero lo hice en defensa propia. Me querían obligar a probar una tapita de jamón de bellota sabiendo que soy vegano desde hace 38 años. Siento mucho el dolor que estoy ocasionando a las familias de Manolo, Bernardo, Andrés y Sergio. El resto, Pedro, Vicente, José, Ricardo y Marcos no estaban casados y dos de ellos (Vicente y Marcos) ni siquiera sabían quienes habían sido sus padres. Admito que me dejé llevar por la furia, pero no soporto que me agarren por los brazos y José, Bernardo, Andrés y Sergio se atrevieron a hacerlo mientras Pedro, Vicente, Manolo y Ricardo miraban entusiasmados al mismo tiempo que lanzaban risotadas caballunas y Marcos se hurgaba la nariz.

Ahora, sentado en un asqueroso calabozo que me servirá de lazareto hasta que se celebre el juicio, no puedo parar de pensar en Marisa, Susana, Elena, Sol, Teresa, Carmen, Rebeca, Victoria y Adolfa, las hijas de Manolo, Bernardo, Andrés y Sergio. En Adolfa pienso, desde luego, pero lo hago sin poderme concentrar demasiado. Su nombre me provoca hilaridad y jolgorio. Sin embargo no pienso en absoluto en Raúl, Emilio, Fabián y Cosme, los hermanos de Marisa, Susana y Elena, y mucho menos en Soraya y Tomás, los nietos de Andrés. ¿Me convierte eso en una persona más perversa todavía?

Porque, ¿qué diantres es la maldad? ¿O quizá en mi caso sería más justo hablar de malicia? A primera vista ambos vocablos son homólogos, pero existe una gran diferencia entre sus significados. Sobre todo si los razonamos en posición decúbito supino. Es curioso, a menudo hablaba del tema con Rafael y Gaspar, los únicos de mis amigos que se salvaron de recibir una bala ese extraño y fatídico día. Rafael había tenido que acompañar a su mujer Elisa y a su única hija, Flora, al conquiliólogo y al asiriólogo respectivamente, y Gaspar estaba demasiado ocupado echando de menos a Azucena y Belén (también llamadas «las gallinas turulecas»), las hermanas gemelas heterocigóticas que desde hacía semanas se encargaban de que sus convulsiones sexuales fueran lo más poco relajantes posibles.

Hace un rato que se acaba de marchar Duccio, el abogado de oficio que se va a encargar de mi defensa. Su padre era italiano y su madre de Plasencia. Desconozco el nombre de ambos progenitores, pero si me acuerdo se lo preguntaré mañana. Duccio sostiene que mi mejor argumento es declararme imbécil o delaminado cerebral, lo que surja primero. Se me hace muy difícil situarme en el instante en que me cargué a Pedro, Vicente, Manolo, José, Ricardo, Bernardo, Marcos, Andrés y Sergio, pero tengo que intentar recordar en qué orden les disparé. Según el asistente de Duccio es de suma importancia. He estado exprimiéndome la cabeza y creo que el primero en caer fue Bernardo, pero eso no significa que fuera el primero en recibir la bala del 22. Bernardo siempre fue un tío apresurado. Es posible que le disparara en segundo lugar, quizá tras balear a Pedro, y que su dinamismo natural le hiciera caer el primero. Pero si cayó en tercer lugar, tal y como sostiene un testigo, ¿quién fue el segundo en ser tiroteado? ¡Es un lío tremendo!

¡Me siento tan sentado! Sin embargo, cuando me tumbo, me siento muy tumbado. Me gustaría tanto sentirme tumbado cuando solo estoy sentado, pero parece ser que eso es imposible. La última persona que lo intentó acabó encerrado en una alacena grande. ¡Pero qué cojones estoy diciendo! ¡Dios mío y de mi corazón, me estoy volviendo loco! Necesito salir de aquí. Yo nunca quise matarlos, solo asustarlos. De hecho soy un tirador malísimo y juro por la Virgen de los Desamparados que apunté a todos varios metros por encima o por debajo, excepto a José y Marcos, a los que apunté a la derecha. Que hiciera diana en cada uno de ellos se debe a una maldita coincidencia. Lo juro. Lo juro.

Si me condenan nunca volveré a ver el sol. Solo barrotes. Un barrote no es un sol, sino una barra gruesa fabricada a conciencia. Si mi futuro son los barrotes, entonces, solicitaré que los cambien por travesaños o palitroques. Si me lo conceden seré un tipo infeliz bastante feliz, pero si por el contrario me lo deniegan, prometo que jamás volveré a hacerme la permanente. ¡Vuelvo a delirar! Pero yo no quiero estar aquí. Es un lugar sucio, húmedo y deprimente. Yo quiero estar junto a «las gallinas turulecas», o mejor, encima de ellas. Por supuesto, siempre que Gaspar no se sienta traicionado. Y si Gaspar se siente traicionado, siempre podría destraicionarlo comentándole a su mujer María del Carmen su pequeño pasatiempo doble y poco natural.

Alguien está tocando a los barrotes. Suena como si alguien estuviera llamando a los barrotes, pero sin darse cuenta de que son barrotes. ¿A quién coño le importa si alguien está llamando a los barrotes? Pero llaman a los barrotes. Desconozco si con los nudillos o con algún objeto romo, pero suena a toc toc toc, y si suena a toc toc toc es que alguien golpea los barrotes. O eso o mi desvarío está alcanzando cotas imposibles de imaginar. Quizá me encierren en un manicomio. Allí hay timbres, por lo tanto no tendré que escuchar los toc toc toc cuando alguien quiera verme y no se le ocurra otra cosa que golpear los barrotes. Los barrotes. Los barrotes. ¡Mamá, ven conmigo, por favor! ¡Te necesito tanto! Pero no llames a los barrotes. ¡No llames a los barrotes!

Email del 4 de enero 2018 Leer más »

Email del 3 de enero 2018

Ernst Ludwig Kirchner. Schlemihls in the loneliness of the room (XIX-XX cent.)

Amiga mía (y de muchos otros más):

Los repentinos y prolongados ataques de tristeza postcoital van a ser los causantes de que no vuelva a tener relaciones sexuales imaginarias. Te relato mis secretos más oscuros, mis emociones más primarias, porque me ha dicho mi psicólogo que se lo cuente a quien quiera, menos a él, que ya tiene bastantes problemas encima como para escuchar mis delirios de geronto adolescente. Ignoro a quién voy a referir mis reflexiones más profundas a partir de ahora, pues la cotorra que mantenía en una jaula-edículo se suicidó haciendo palanca sobre los barrotes con su cuello. La soledad, inducida o forzada, no puede ser buena, por lo menos para los músculos.

Gregorio Byers III

Email del 3 de enero 2018 Leer más »

Email del 2 de enero 2018

Gustave Doré. The wise men guided by the star (XIX cent.)

Querida:

El seis de enero de 1968 me llevé un gran desencanto. Analizado 45 años después, creo que podría situarlo sin problemas entre los 11.500 chascos más importantes de mi ajada existencia. Recuerdo que sería más o menos la una de la madrugada cuando me acosté preguntándome cuántos de los 74 regalos que había exigido como compensación por no haber quemado la ciudad y a sus habitantes me traerían los Reyes Magos. Poniéndome en la peor de las situaciones, igual conseguía 20, entre ellos el fabuloso Madelman y tres de sus conjuntos, algo que no estaría nada, nada mal. Todavía puedo recordar la cara que se me quedó cuando encima de la mesa de café, al lado del cubo de agua que había dejado para que bebieran sus camellos (o dromedarios) solo encontré un kiwi. Un puto y triste kiwi. ¡Si por lo menos hubiera sido un ave kiwi! Pero no, era un kiwi fruta. Lo primero que pensé fue «¿cómo se han enterado sus majestades de mi estreñimiento?», pero enseguida comprendí que se trataba de una clara afrenta de unos jodidos monarcas que ni siquiera conocían parte de mis numerosas virtudes y que debía hacer algo rápidamente. Y lo que hice fue darle una patada de Kung-fu al cubo con agua y bautizar toda la estancia con el líquido elemento. Después empecé a arrancar el papel pintado que adornaba las paredes y a comerme algunos pedazos. Cuando me sentí asquerosamente henchido me dio por sacarme el pito y orinar encima de los sofás biplaza y chaise longue. Luego, para terminar con mi obra maestra de destrucción y venganza, deposité un precioso popó bastante compacto y con un color adecuado para la ocasión en el margen de la puerta del balcón y arrojé varias macetas a la calle. -«Ahora os metéis el kiwi por donde os quepa, cabrones», pensé mientras me limpiaba los mocos con una cortina de terciopelo y lino. De repente, una figura grande y muy cabreada apareció frente a mí. Era algo similar a un procreador profesional, pero con cuernos al estilo Bos mutus, tridente y cierto tufillo a azufre.

-¿Pero qué coño ha pasado aquí? ¿Te has vuelto loco, pedazo de mamón? -gritó esa silueta mientas se llevaba las manos a la cabeza.

Mi primera intención fue seguir con mi furia disociativa y pegarle una buena coz en las espinillas, pero de repente observé asombrado que su cara me recordaba a alguien que conocía bien y que no era famoso por su bondad y benevolencia. Cuando reparé en que esa cosa no era un demonio del infierno sino un padre eviterno, le grité con toda naturalidad que no se metiera en mis asuntos y que solo estaba vindicando un alevoso zaherimiento. Supongo que utilizaría un lenguaje más acorde con la edad, pero eso no importa ahora. Mientras huía de esa figura malhumorada y centelleante, repleta de odio, excitación y locura por el resto de la casa, me tropecé con algo que parecía el Muro de las Lamentaciones, por lo menos era igual de alto. Pero para ser el Muro de las Lamentaciones era un poco friqui, pues estaba adornado por varios miles de colores bastante refulgentes. Cuando advertí que ese paredón no estaba fabricado con piedra, sino con cartón y papel, y que lo conformaban varias cajas de tamaños diferentes con aspecto de obsequios y ofrendas, comprendí al instante. ¡Me había equivocado de habitación! Los regalos de los jodidos Magos occidentalizados estaban aquí. Mi primer impulso fue coger dos o tres de esos paquetes y largarme corriendo a otra ciudad, otro país, pues conocía bien el genio de mi progenitor, pero enseguida pensé que si tenia un padre, debía tener una madre. Y las madres suelen ser muy benevolentes con los aposentos destrozados y repletos de roturas, orín y heces.

Como sé que conoces bien a las progenitoras, ya que tú tuvíste dos, te podrás hacer una idea de lo que sucedió a continuación. ¡Es una completa pérdida de tiempo que te lo explique! Además hoy no estoy para melindreces. El tipo al que chantajeaba desde hace nueve años ha descubierto mi verdadera personalidad y es cuestión de horas que se presente en mi domicilio para felicitarme el año nuevo. Por esa razón quiero abrirte mi corazón y decirte que siempre te he amado. Bueno a ti no, a tus pechos, y siempre tampoco, solo desde que te los operaste. Ya ves que mi amor no se basa en tu cuenta bancaria y en la cantidad de ceros que pueda tener. Ahora voy a hacer algo que no debería hacer. Y te aseguro que no es zamparme un kilo de churros.

Greg

Email del 2 de enero 2018 Leer más »