Hieronymus Bosch, «Cristo con la cruz a cuestas» (1490) 
Sacrificio
Relación de estamentos y profesiones sacrificables para un correcto funcionamiento social y descripción de suplicios:
BANQUEROS Y MULTIMILLONARIOS:
La muerte deberá ser lenta y dolorosa, casi ritual. El tiempo del tormento no podrá ser inferior a tres días ni superior a siete, siendo una buena media cinco días con sus cinco noches. Mientras los reos sufren por sus pecados capitalistas, el público asistente deberá comer alimentos ricos en fibra como cereales, legumbres, frutas, hortalizas y verduras. Ningún espectador del martirio podrá sentir envidia del verdugo o por lo menos demostrarlo. La concurrencia será libre de insultar, maldecir, zaherir o vilipendiar a los delincuentes.  
El lugar del enterramiento de los cadáveres deberá estar correctamente indicado en mapas impresos en papel de estraza que se distribuirán por todas las calles de las ciudades, pueblos o aldeas. La plebe será libre de exhumar los restos y despedazarlos, apalearlos, aplastarlos o incinerarlos.   
En una sociedad sin criminales financieros, la única imperfección radicará en la imposibilidad de repetir las penitencias para regocijo de los ciudadanos.
Los bienes fruto del saqueo, explotación, chantaje y estafas continuadas de los acusados serán dispuestos en urnas de palo-santo y consagrados a la triple Diosa en cada plenilunio.  
RELIGIOSOS Y GURÚS:
El suplicio tendrá que ser cruel, brutal y atroz. Siglos de mentiras, dolor y violaciones deberán verse reflejados sádicamente en la mano del sayón o ejecutor. Los asistentes a las inmolaciones podrán mostrar su vigorosa y sana desnudez mientras se regocijan con los abyectos lloriqueos de los castigados. La fornicación, sodomía y el contubernio estarán permitidos delante de los torturados; la danza y la poesía acompañarán y ensordecerán los bramidos cobardes de los inculpados  
Los cuerpos sin vida serán colgados de sauces, abedules, álamos temblones y otros árboles frondosos; los cuervos y las rapaces que picoteen sus carnes, ojos e incluso tuétanos serán acogidos por la comunidad y elevados a la categoría de sabios sin raciocinio.
Las posesiones de estos crápulas serán repartidas entre todos los habitantes del planeta, sin distinción de raza o sexo. Sus hábitos e indumentarias serán enterrados en agujeros de dos metros de profundidad o incinerados bajo supervisión de un enfermo vicioso y depravado.
CURANDEROS Y BRUJOS:
No existe distinción entre un curandero imitando a Dios en su universo particular o un brujo que finge curar lo incurable tocado de una especie de gracia divina. Ambos merecen morir por empalamiento, ambos deben sentir como poco a poco se les escapa la vida del cuerpo. Los ásperos estertores de los moribundos deberán ser motivo de alborozo con algarabía para los presentes reunidos en la ejecución. Los hijos menores de edad de los ajusticiados serán obligados a aplaudir con entusiasmo mientras los emancipados serán vilmente forzados a escribir un panegírico con la sangre de sus progenitores.
Los despojos deberán ser arrojados desde un sucedáneo de la roca Tarpeya para después ser mancillados, denigrados y descuartizados. El vulgo será libre de cortar pequeños trozos y fabricarse amuletos y reliquias.
En una sociedad sin ningún vestigio de omnipotencia, las enfermedades deberán ser curadas con la fuerza del pensamiento inteligente. Toda iniquidad contra la llamada “chusma” tendrá que tener un fin moral justificado: cuando sea meramente fruto del poder o la riqueza heredada, la razón social y el razonamiento de las masas podrá constituirse en juez y asesino parcial pero equitativo.
 
POLÍTICOS Y GOBERNANTES:
¿Qué castigo sería justo con esa clase de seres todopoderosos que, con o sin el beneplácito de las masas, vituperan y execran el juicio y la razón de los hombres y mujeres que, en un arrebato de humildad, les subvencionaron? ¿Cuál sería la penitencia, mortificación o flagelo que borraría de nuestro recuerdo ese acervo incesante de mentiras, corrupción y deshonestidad con que nos han insultado desde tiempos inmemoriales? 
Aceptada la sentencia, la ejecución deberá ser un acto solemne y ceremonial. Excluido el protocolo y la parafernalia que conlleva el asesinato por decisión del pueblo, estos fuleros de la peor calaña sólo podrán ser redimidos bajo pena de ahorcamiento. La muerte en la horca es la más indigna y despreciable de cuantas existen, por lo tanto es una pena capital honrosa para los descendientes y animales de compañía de estos histriones de la desesperación.
Los cuerpos sin vida y con liviana palidez cadavérica deberán ser retratados en posiciones de mando por pintores y retratistas del pueblo y colgados en todos los ayuntamientos, colegios y lugares oficiales para mofa de los que se sienten libres, porque nacieron libres, y para escarnio de los que se creen dueños porque vinieron al mundo con un rubí bajo el brazo.
 La probidad y la integridad son el precio que tienen que pagar los que, por una marea de razones bastardas, necesitan alimentar el ego. Cuando la decencia se disfraza de corruptela y la mojiganga aflora de entre los trozos descompuestos de la dignidad pisoteada, es cuando el poder de las banderas utópicas triunfa sobre la falsa moral de la autoridad más demencial y dañina para un ser vivo.
 
El precio siempre habrá de ser pagado, algunas veces con lamentables desaciertos, otras con inusitados tinos. Los desórdenes morales que otros estamentos infringen al pueblo serán castigados con inusual violencia, porque solo con violencia es capaz de aprender la lección ese primate demente llamado ser humano.