Email del 2 de abril 2022

 

Tamara de Lempicka. Retrato de Marjorie Ferry (1932)

Querida:

Esta mañana me ha llamado una buena amiga y presa de la excitación del momento me ha contado que se ha comprado un vibrador de última generación con ocho clases de luces, catorce velocidades, movimientos laterales programables, posibilidad de aumentar el glande o reducirlo y además fabricado con látex sanativo, que al mismo tiempo que da placer cura enfermedades vaginales. Y sólo le ha costado doscientos quince euros, por lo que ha aprovechado y de paso se ha llevado todos los que tenían en stock, previendo próximos cumpleaños de amigas, parientas y una reunión de NA (Ninfómanas Anónimas), comunidad informal de mujeres con exceso de lujuria, de la que es tesorera y co-fundadora (que se celebrará el último sábado del próximo mes de agosto). Mientras me relataba todos los pros de semejante aparatito, por un instante he sentido ganas de ser mujer y casi he estado a punto de rogarle que me regalara uno o por lo menos que me prestara el suyo.

Está claro que los tiempos cambian a un paso que resulta casi imposible seguir sin perder la razón, pero lo que nunca había podido imaginarme es que el diseño y fabricación de juguetes eróticos hubiera llegado a ese extremo. ¿Qué es lo último que los diseñadores industriales que trabajan en el sector que suministra a los sex-shops se atreverán a proyectar? Particularmente, y sobre todo porque soy una persona que usa la cabeza antes que otras extremidades, me atrevo a predecir algunos:

1 – Dilcesped: Como su nombre indica será un dildo y al mismo tiempo un corta césped. Dispondrá de  tropecientas velocidades terminales y un motor de mogollón de cilindros, con la hostia de caballos de potencia y acabado en color rosa diáfano.

2 – Anal-five: Vibrador con cinco puntas de pene de diferentes razas o etnias humanas (caucasiana, etiópica, asiática, subsahariana y vallisoletana). El modelo básico se venderá envuelto en toallitas de papel y el modelo lujoso dentro de una caja de cartón diseñada por el párroco de la mujer del nieto de Wassily Kandinsky.

3 – Consolador Gold Natural Penetrator: Este pene fabricado en oro de dieciséis quilates no estará al alcance de cualquier bolsillo, pero será capaz de producir placer y al mismo tiempo servir de pisapapeles de lujo. Recomendado para las esposas de banqueros, jueces y defraudadores del fisco.

4 – Bolas chinas Spectra: Además de servir para lo que suelen servir la mayoría de bolas chinas, estas inducirán a la culturización selectiva de las masas más embrutecidas intelectualmente. La superficie exterior de una de las bolas estará grabada por termoimpresión (hot stamping) con un mapamundi geopolítico de la tierra y la otra con una completa carta de navegación de Ío.

5 – Consol-net: Consolador fabricado con caucho y provisto de setenta y cinco entradas de USB, con MP4 incorporado y micro pantalla táctil alojada en el prepucio.

6 – Lubriknor: Gel lubricante que al mismo tiempo que permitirá una rápida hidratación servirá como desodorante y caldo con el que se podrán preparar estupendas sopas de pollo sin usar ninguna parte del ave. Diseñado para veganos y vegetarianos en general, pues estará fabricado con productos naturales vegetales como el berro, el rábano y la coliflor.

7 – Vagigrab: Vagina artificial dotada de un micro reproductor en el que podrán ser grabadas toda clase de lindezas para después ser reproducidas en distintos idiomas y dialectos. Ejemplo: «Ahhh, que grande y bonita la tienes» o «Para ya, me haces daño. ¿Crees que soy la mula Francis?»

La verdad es que podría imaginarme un montón de burradas como las anteriores, algunas incluso mejores, el problema es que a estas horas del mediodía todavía no he comido y, francamente, estoy empezando a perder el apetito. Y lo que es peor, mi libido ha alcanzado cotas insospechadamente bajas, por lo que creo que lo mejor que podría hacer en estos momentos sería fregar mi parte del rellano de la escalera, antes de que los vecinos se quejen, y sobre todo, mucho antes de que las ayudas del Estado sean un hecho real.

Como siempre, me despido de ti con varios besos y un montón indeterminado de abrazos sensuales aunque acomodaticios.

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Email del 27 de marzo 2022

 

 Mark Rothko, «N. 14» (1960)
De la imposibilidad axiomática
Sentimos una imperiosa necesidad de catalogar, inventariar y registrar cada uno de los momentos felices de nuestra existencia, pero mientras recopilamos los falsos datos que deberían colmar nuestro utópico volumen, nos olvidamos de repasar los instantes, bastante numerosos, de vileza, maldad gratuita y crueldad que son los que verdaderamente han significado algo y a los que durante tanto tiempo hemos deificado. Intentamos obviar lo indiscutible, por eso fabricamos mentiras que llevan nuestros apellidos y conviven muy cercanas a nuestros deseos y frustraciones. Mientras anhelamos oro sembramos heces, mientras deseamos la fortuna para el prójimo le clavamos una daga emponzoñada con venenos diseñados para lisiar, nunca para matar; nos es preferible recrearnos en la angustia ajena que en su muerte corporal, pues está solo significa un descanso, un reposo, una tregua que de ninguna de las maneras estamos dispuestos a aceptar. Es más fácil y más productivo herir que ejecutar, nos produce más placer aplastar que asfixiar; estamos fabricados de una materia infame que no permite demasiados asaltos a lo que eufemísticamente definimos como conciencia; permanecemos inquebrantables mientras escuchamos los lamentos de los ajusticiados, nos frotamos las manos de placer mientras trazamos su tortura, su martirio, su tormento. Una vida sin condenados nos parece algo vacío, opaco, insufrible, por eso intentamos alimentar con ambrosías del infierno nuestro ego, ese camarada que bajo ninguna circunstancia nos debe fallar, ese amigo incuestionable que transforma la luz en oscuridad, las risas en llantos, la complacencia en disgusto; ese don heredado gracias a los medios de comunicación y del cual sólo cantamos alabanzas y adulaciones que duran lo mismo que nuestra empatía ante el resto de inmolables.

Mientras las manecillas de nuestros relojes interiores avanzan, no lo hace nuestra compasión que, lejos de llegar a un punto no retornable, se sacrifica transformándose en vulnerabilidad, debilidad, fragilidad, es decir, se modifica gracias a nuestros deseos impuros y deshonestos, se disfraza de demonio del báratro y nos permite subsistir aferrados a ese altar maldito al que arrastramos a nuestras pasiones; ese tabernáculo cubierto de telas negras y resplandores decadentes que llamamos imposibilidad.

La imposibilidad no tiene fronteras, no tiene estandartes ni leyes, carece por completo de dogmas o de verdadera fe; la imposibilidad se nutre de los destellos entrópicos de nuestras carencias terrenales, las distorsiona y las hace parecer encomiables.; pero mientras las líneas intentan mantener su rumbo, en un momento dado surge la transformación, la modificación, la metamorfosis que encumbra nuestro apetito insaciable que al fin y al cabo es el que permite que sigamos vivos.

Hubo un tiempo en que no necesitábamos definir para continuar, hubo una época en que todas las pequeñas cosas que nos producían placer estaban guardadas en una vasija de barro. Ese tiempo de excelencia y bondad a partes iguales sólo permanece como un recuerdo ebrio y obsoleto; esa etapa de júbilo y satisfacción ahora es un mustio recuerdo de lo que pudimos llegar a ser, una hoja suelta en un incunable velado donde la huella del impresor sólo se vislumbra en los escasos días de fulgor resplandeciente.

La imposibilidad es ahora nuestra manutención, nuestro álbum de fotos, nuestro libro de memorias; alterar las posibilidades es un antema por el que nos es imposible caminar. Quizás deberíamos recordar que bajo tantos kilos de carne infecta todavía permanecen algunos minúsculos átomos que danzan cíclicamente y cuyo deber es simplemente, arrastrarnos al punto inicial.

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Email del 22 de marzo 2022

 

Gabriel Metsu. Man writing a letter (1666)

Apreciado señor Mortadela:
Todo está cambiando. En realidad lleva sesenta años haciéndolo. Los mismos que tengo yo. Es posible que el proceso comenzara mucho antes, por lo menos eso me dicen los que son todavía mas viejos. Sin embargo, estoy convencido de que de alguna extraña manera estamos entrando en el ciclo final. Muchas son las evidencias que me indican que TODO va a estallar. Por si acaso he tomado algunas precauciones y desde el presente email le insto a que haga lo mismo. ¡Haga algo! ¡Prepárese de la mejor manera posible!
Suyo,
Señor Tanatosis
Querido Tanatosis:
Siempre he pensado que sería totalmente lícito desjarretar o emascular a cualquiera que se atreviese a darme un consejo, por muy maravilloso que este llegara a ser. Sin embargo, usted, uno de mis últimos y más queridos amigos, posiblemente anatematizado por algún funesto designio me ha instado a que haga algo de la mejor manera posible. Pues lo acabo de hacer: he producido un sonido opaco estridulando la tuberosidad isquiática de ambas nalgas. Aunque dudo de que mi experimento, carnoso y redondeado, llegue a ser apreciado por alguien, en realidad se lo debo a usted. Ahora hágame caso a mí: ¡no se tome la existencia tan a pecho! Siempre, desde que el primer mono consiguió erguirse, todo lo referente al ser humano y sus misterios, conductas distanciativas incluidas, ha sido analizado hasta la saciedad, y me atrevería añadir, si usted me lo permite, que inútilmente. Siga con su vida y no mire hacia atrás. 
He estado releyendo algunos de sus correos electrónicos del pasado, cuando todavía era feliz. ¿Recuerda lo ilusionado que se encontraba con su diseño de enderezador lingual? ¿Y qué me dice de su extraordinario rascador fosorial proyectado para mejorar la vida de los topos discapacitados? Por favor, amigo mío, no se deje llevar. Sí, lo sé… ¡todo es una mierda! Pero de momento es la única mierda que conocemos. 
Suyo también,
Señor Mortadela 
Hola de nuevo, señor Mortadela:
En su último correo me habla usted, desde luego sin venir a cuento, del apego evitativo. De verdad, creo que lleva demasiado tiempo alimentándose de mortadela ibérica. A menudo, después de leerle, me siento como cuando vi por primera vez uno de esos videos que circulaban por la red donde aparentemente Fidel Castro se masturbaba mientras especulaba sobre el anilingus. ¿O era sobre el cocomordan? Sí, ya sé que la comparación es forzada, pero no se me ocurre ninguna otra manera de expresar mi turbación. ¿De verdad cree usted que cuando diseñé tanto el enderezador de pezones (y no de lenguas, tal como usted refiere) o el rascador fosorial yo era un tipo feliz? Déjeme que le diga un par de cosas: odio los pezones y siento un asco legítimo por los topos. También odio las palabras bifrontes y los palíndromos. Y los cuencos antiguos. Y los numerosos nombres que se le han dado a la Diosa Mujer en las civilizaciones sucesivas. ¡Demeter! ¡Perséfone! ¡Neith! Cibeles! ¡Cotio! !Ngame! ¡Danú! Pero ojo, eso no implica que odie a las mujeres. Quizá si usted fuera una mujer comprendería lo que llevo días tratando de explicarle: ¡todo lo que somos y conocemos va a implosionar! 
Le desea máxima felicidad,
Señor Tana, antes conocido como señor Tanatosis 
Apreciadísimo señor Tana:
¡Una vez asistí a una implosión! Uno de mis más húmedos sueños explotó hacia dentro mientras dormitaba. Cuando me recompuse y busqué el botijo, lo encontré colgado de un almendro. Desconozco si era el mismo almendro que hacía sombra a Eloísa. Yo estaba seguro que lo había dejado apoyado en una roca que se hallaba aproximadamente a siete metros y medio de uno de los lados de la era de trilla. Sí, sucedió en mi pueblo cuando era un crío. Desde entonces, siempre he deseado ver un estallido refulgente. ¡Por favor, avíseme media hora antes de que este ocurra!
Suyo, aunque cada vez menos,
Signore Mortadella
Mortadelo:
O Mortadella. O mortadela boloñesa. O como quiera hacerse llamar hoy. ¿Recuerda cuando decidimos no darnos los nombres? Usted me escribió que deseaba llamarse señor Ajillo, a lo que le respondí que dada mi condición de ajofóbico debería reconsiderar su mote. Entonces usted propuso a la mortadela, que aunque lleva ajo entre sus ingredientes, me pareció una mejor alternativa. Yo entonces me bauticé como señor Fimosis, pero a usted le desagradó desde el principio y me aseguró que si no me cambiaba el sobrenombre jamás interactuaría textualmente conmigo. De señor Fimosis pasé a señor Tanatosis. Y todos quedamos contentos. Por lo menos durante un tiempo. Lo mismo sucedió con nuestras ideas propias, con nuestras disquisiciones. Quiero decir, no sé como explicárselo. Verá… usted ha pasado de ser un tipo indiferente a convertirse en algo semejante a una vieja quisquillosa y autoritaria. Ya no me reconforta seguir con nuestro intercambio epistolar electrónico. Lo enviaría a la porra si no fuera consciente de que en la porra vive mucha otra gente que no tiene ninguna culpa.
Suyo, mientras clavo alfileres sobre un muñeco de trapo,
Señor Fimosis
Señor Fimosis:
Me encantaría su prepucio si fuera un matasanos. Como de momento solo soy un exinhumano, prefiero que envíe este (su prepucio) a los herederos del señor Josef Mengele.
Le saluda con afecto,
Señor Ajillo Tradicional

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Email del 15 de marzo 2022

 

Edvard Munch. Meeting (1921)

Cuando la adrenalina se liberaba en su organismo se convertía en un provecto badulaque. En esos instantes su Aquí y Ahora se desgarraba como si fuese un tejido económico y no le permitía otra opción que no fuera estallar o alejarse a toda prisa de la miserable realidad practicando la huida libre. A veces, mientras se retiraba cabizbajo solía reírse como si fuese un pavo psicótico, quizá para demostrar que era preferible una carcajada antes que tener que agenciarse una toza de chinibro y ponerse a golpear testas a diestro y siniestro. Y es que el junípero era su árbol preferido al igual que el histerismo y la extravagancia sus némesis. 

Recuerdo el día en que decidió quedarse a vivir en un mingitorio público. Allí organizó un cenáculo para despotricar sobre el maniqueísmo. Seis de sus doce invitados eran conservadores, el resto progresistas. Discutieron durante horas mientras la gente entraba y meaba. En un momento dado algunos de los ponentes comenzaron a echar de menos sus libertades particulares y suplicaron respetuosamente aplazar las exposiciones una o dos semanas. Sin inmutarse, se levantó de la letrina que hacía de sillón y les dedicó unas palabras:

«Señores, soy tan viejo como una almeja Ming y tan estirado y comprimido como una paparda. Si habéis decidido orillar vuestras disquisiciones, no seré yo quien os contradiga. Sin embargo, antes de que salgáis por esa puerta, algunos con la cremallera de la bragueta bajada y otros con la dignidad subida, me gustaría daros las gracias y al mismo tiempo enviaros a la porra. O lo que es lo mismo, al quinto carajo. O donde Cristo perdió la sandalia. En resumidas cuentas: a la puta mierda». 

Por supuesto, la reunión jamás se reanudó, sobre todo porque para sacarlo del meadero público tuvieron que intervenir los GEO. Aunque con el paso del tiempo los hechos se antojan confusos, parece ser que el grupo de operaciones especiales no tuvo más remedio que balearlo. Otros dicen que fue él quién se quitó la vida disparándose con un arma que llevaba consigo o que le arrebató a uno de los policías. Una amable señora que pudo ver todo contó al Periódico estatal lo sucedido:

«Yo salía de la residencia, de estar con fermin, mi marido, que está muy muy mayor y no se vale por sí mismo, ejem, fermin, con minúscula y sin acento. Apunte,: f-e-r-m-i-n. Bueno en realidad había ido a llevarle un potaje de garbanzos que había hecho el día anterior. A fermin siempre le han gustado las legumbres, ¿sabe? aunque sus preferidas son las alubias. Pues como le decía, acababa de salir y… ¡No! ¡Espere! ¡Óspera negra! No le llevé potaje de garbanzos sino lentejas a la marinera. ¡Exacto! ¡Qué cabeza tengo! ¡Madre del amor hermoso! Lo recuerdo perfectamente porque mientras las cocinaba se me acabó el gas y tuve que pedir una bonbona, con ene, no con eme, al butanero. Y esta llegó 16 días más tarde. ¿Cómo? ¡No puede ser! 16 días más tarde es imposible. Creo que… Mi cabeza falla otra vez. Todo me da vueltas. Creo que deberían ingresar… me, separado. Ingresar me. Ingresar me. ¿Se lo repito? ¡B-o-n-b-o-n-a!»

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Email del 10 de marzo 2022

 

 René Magritte, «Retrato de Edward James» (1937)

Anosognosia

Mis años de ectomorfo ecopráxico ya han acabado. Mis intereses actuales se centran en el estudio de la labilidad como escape al sufrimiento: el sufrimiento de las emociones, esa mentira que transforma nuestras vidas vacías y sin sentido en ondas ciclotímicas permanentes. Puestos a elegir entre la vacuidad absoluta y el delirio maniático, obviamente me decanto por el segundo trastorno, por supuesto siempre que elija desde el punto de vista humano libre, es decir, contaminado, infeccioso, descompuesto, pero también depravado, pervertido y humillado.

Es posible que parte de mi corrupta filosofía se deba al disomnio, aunque también es factible, y por otro lado perfectamente comprensible, al hecho de sentirme obligado a asumir un rol que no me corresponde y que, lejos de realizarme y hacerme sentir repleto de ventura, no me crea más que una sensación de ideación paranoide y, a veces, incluso delirante o alucinatoria.

Sólo hay una pequeña línea separatoria entre la irrealidad auto inducida y la locura como manifestación sintomática irreversible; ese ínfimo cisma sinestésico o mnemotécnico inducido por la pseudo-idiocia adquirida es, en mi caso particular, un escape glorioso del sinsentido existencial, esa humillante lección comenzada a aprender tres segundos después de cambiar el fluido incomprensible del saco amniótico por aire limpio, incólume y semiótico.

Si tenemos en cuenta que el periodo más traumático de un niño es la fase fálica, en la que el interés se centra en el conocimiento de los órganos sexuales, no existe otra etapa más siniestra y con menos sentido que la adultez; ese ciclo en el que supuestamente nos doctoramos en lo que algunos llaman Inteligencia Emocional (sic), es decir, ese desbarajuste toscamente pasional en el que, de alguna forma, la amígdala cerebral nos recuerda que es preferible la inexistencia cabal frente al debilitamiento sensitivo.

Mis años de ecolalia han quedado muy lejos; ahora hasta me permito el lujo de utilizar la capacidad de raciocinio como arma semiautomática contra mi verdadero y urgente anhelo por desaparecer. El comportamiento o reflejo de huida innato me dicta que la volatilización es el único camino para la salvación, el mejor subterfugio contra la conmiseración que me produce enfrentarme a los sentidos ajenos que destrozan mi fuerza convirtiéndola en una maraña de dislates extravagantes y desgalichados.

La consecuencia inmediata de está demente declinación biológica es completamente comprobable en las alteraciones de los rasgos de mi carácter, y por ende en las características cognitivas de mi ya confusa y desdoblada personalidad. El rapport existente entre mi subconsciente y mi conciencia ha pasado a otra dimensión lejana e irreconocible bajo esta fachada diseñada al cincuenta por ciento por carne y pompa; ese falso esplendor pútrido y hediondo que maquilla los pocos instantes que son necesarios para completar una ineludible existencia.

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Email del 2 de marzo 2022

 

Andrew Wyeth, «Christina’s world» (1948)
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Las gotas acrimónicas se deslizan en una sola dirección, la misma que utilizan nuestras siniestras reflexiones. Mientras resbalan y se escurren, marcan surcos sobre el tejido de la memoria que riela resplandeciente y lo vilipendian, lo exterminan; cuartean las emociones coligadas y dividen los hechos empíricos; obligan a las inquietudes intestatadas y suprimen las adveraciones circunstanciales.

Todo se convierte en legítimo cuando nada es suficiente. El pasado, presente y futuro adquieren dimensiones legendarias pero absolutamente desproporcionadas, entonces es cuando sabemos que el espacio euclídeo necesita de ciertos ajustes que sólo se satisfacen con auténtico equilibrio.

Dilatamos el tiempo absoluto, pero mientras lo retardamos violentamos su reciprocidad y convertimos el movimiento relativo en diverso; limitamos los subconjuntos tetradimensionales topológicamente abiertos del espacio-tiempo con la única finalidad de dominar los sucesos.

¿Acaso deberíamos desplazar a la divinidad que según las escrituras rige nuestros destinos y suplantar el fraude con asientos de oropel y coronas fulgurantes? ¿Notaría alguna diferencia el pecador arrepentido que sumisamente fustiga su fe con penitencias y mortificaciones corporales mientras acaricia su imagen incorpórea reflejada en el espejo?

La omnipotencia excluye las limitaciones, pero éstas en lugar de volverse del color de nuestras dificultades, se trasmutan en luz célica que mueve y desplaza las causas subsiguientes y, en definitiva, promueve a los acólitos de las creencias a alturas absurdas, injustas y, desde luego, hipotéticas.

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Email del 27 de febrero 2022

 

Edvard Munch. Desesperación (1893)

Amiga mía:

La clausura definitiva del órgano impulsor de mis pensamientos cierra una última etapa repleta de opacidad y ambigüedad a partes iguales. Todo mi pasado no ha sido más que una constante búsqueda. La mayor parte de las veces, no sabía si existía lo que buscaba. Por esa razón tuve que desarrollar un código de supervivencia repleto de imágenes repetidas y opacidad concentrada. He tenido que actuar sin ser actor, pintar sin ser pintor, aconsejar sin tener suficientes motivos. He nadado sin mar, he volado sin cielo; pero ahora me encuentro en un borde peligroso y no sé hacia qué lado despeñarme.

Si mi vida ha sido una película, entonces, está claro que al director de la misma no le interesaba la concisión del personaje, sino las continuas recaídas de un intérprete anacrónico y vulgar. Si mi vida ha sido un cuadro, entonces, debe suponerse que al pintor que lo plasmó en un lienzo no le importaba en absoluto la composición ni el cromatismo, ni siquiera los trazos o las pinceladas. Si en demasiadas ocasiones de mi vida tuve que dar consejos, sabiendo que aconsejar es humillar, entonces creo que todo lo que me está sucediendo es algo que sigue un curso preconcebido que no es posible detener. He visto la olas en sueños y he tocado las nubes con las manos. Ahora miro hacía abajo y todo lo que puedo ver no existe.

Supongo que no entenderás nada de lo anteriormente expuesto, pero te daré una pista: la responsabilidad no es mía, sino de la supuesta, compleja y minuciosa neutralidad de los acontecimientos.

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Email del 18 de febrero 2022

 

Robert Hardgrave, «Kiss of death» (2007)

Conversación entre cánceres

CÁNCER DE HÍGADO: Me importa un comino que en el hospital se hayan empeñado en salvar la vida de este cuerpo; me lo voy a cepillar. Estoy metastasiando hasta el cerebro. Ahora va a joderse por todos esos años de excesos, ¡puto mamón!

CÁNCER CEREBRAL: Haces bien, polvo es y en polvo se convertirá. ¿Puedes creerte que mi cuerpo me sometió durante 37 años al horror de aguantar una novela de Marcial Lafuente Estefania cada dos días? ¡ Toma novela de vaqueros! ¡Toma Estefanía! Aún recuerdo el título de la última que leyó antes de que mi menda le provocara el primer desmayo con pérdida de desorientación total: «Acabarás bailando en la cuerda, caballo». No te miento. ¿Habías escuchado alguna vez un título más subnormal?

CÁNCER DE HÍGADO: ¿Es increíble! ¿Lo que hay que aguantar! Ahora nuestros cuerpos lloran y gritan de dolor, pero nunca llegaron a pensar en lo que estaban haciendo a sus carcasas. ¡Que se jodan! Una noche de 1998 mi cuerpo se bebió 48 cubatas de ron y 12 margaritas. Y aun se quejó el tío al día siguiente cuando le regalé  cinco horas de continuo malestar y varios vómitos con bilis. ¿No te joroba?

CÁNCER CEREBRAL: No te quejes, yo he tenido que ver las carnes celulíticas de la mujer de mi capullo de cuerpo durante 27 años. Y eso es algo que no se puede olvidar. ¿Sabes lo que echo de menos?, poder ver la polla flácida de ese tipo al mear. Su jodida e inmensa barriga me la tapa. Hace años que no la veo. ¡Quiero verla! ¡Quiero verla!

CÁNCER DE PIEL: Perdonad, os he escuchado por casualidad, ¿me permitís decir unas palabras?

CÁNCER DE CEREBRAL: Claro, colega, adelante.

CÁNCER DE PIEL: Mi cuerpo no hizo caso a la primera manchita roja que le provoqué; el fulano se tatuó un pimiento para disimularla, así que le produje otra y bastante más grande y fea. ¡Y el tío lo volvió a hacer! Esta vez se tatuó una azagaya de base biselada en colores rojo y azul. Como yo soy realmente terco, le volví a provocar otra mancha. Esta vez en la punta de la nariz. Tenía un color amoratado con ribetes rojizos que no podía tomarse a la ligera a menos que mi cuerpo fuera un papanatas. Pero se lo tomó a la ligera. Se puso un piercing. ¡ En la punta de la nariz! Parecía un hombre-arandela, así que me cabreé y le creé 17 lunares horribles repartidos por la espalda y el torso, que sangraban abundantemente y le ponían perdida la ropa cara de marca que su señora le compraba con el dinero que sacaba prostituyéndose. Pero otra vez no me sirvió de nada. El sujeto se las dio de místico y anunció al mundo que la sangre se la provocaba el mismísimo Jesús de Nazareth y se lió a sacar pasta de los borregos que se lo creían…

CÁNCER DE HÍGADO: ¿Y por qué no lo has matado ya? Ese tipo no se merece ni sufrir un poquito.

CÁNCER DE PIEL: Él mismo hizo el trabajo sucio. Llevado por una pasión espiritual y ascética, se prendió fuego mientras cantaba una alabanza a Yaveh, en presencia de 23 de sus adeptos. Creo que incluso un par de ellos se encendieron un pitillo con las llamas de la antorcha humana.

CÁNCER CEREBRAL: Entonces…. ya no existes ¿Cómo es que estás aquí? Por cierto, ¿sabéis? Rodolfo, mi cuerpo, sale de la quimioterapia mañana. Creo que voy a producirle un par de meses de balbuceos, farfulleos y tartamudeos. Ni siquiera su perro va a entenderle. Jajajaja

CÁNCER DE PIEL: Esa es muy buena… jajajaja

CÁNCER DE HÍGADO: Yo tenía pensado producir a mi cuerpo colitis horribles cuando caminara por la calle, para que se cagara patas abajo en la parada del bus o en la del metro, Jajajaja. Rodeado de chicas bonitas. Jajajaja.

CÁNCER CEREBRAL: Bueno chicos, tengo que irme. Nos esperan en cirugía y no quiero que se ponga nervioso el matasanos. Nos vemos.

CÁNCER DE HÍGADO: Si, yo también me voy. Necesito inventar dolores nuevos. Me ha gustado un montón la conversación. Espero que podamos repetirla….

CÁNCER DE PIEL: Adiós, ha sido un placer.

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Email del 14 de febrero 2022

 

Lucio Fontana, «Concetto spaziale, attese» (1968)
Sintiendo el espacio en una aproximación infinita al universo
En estos tiempos de obsolescencia programada donde cada insignificante y excepcional momento de felicidad tiene su fecha de caducidad falseada y donde sólo podemos comunicarnos con otros seres racionales por medio de complicados juegos de palabras anagramáticos que no quieren decir absolutamente nada, un neurótico hipocondriaco, minusválido emocional y espástico mental  que rinde culto a lo que podría llamarse la desesperación de la imposibilidad, es decir, yo (y mis circunstancias), he decidido transgredir una norma básica de mi conducta (a)social (autoimpuesta con sudor, sangre y mucho esfuerzo cerebral, intelectual y, ¿por qué no?, espiritual) para dar un paso adelante en mi relación existencial tratando de criticar ese concepto tan arriesgado de definir llamado felicidad.

Según el diccionario que tengo a mi lado es un «estado de ánimo que propicia paz interior»; bonita pero almibarada definición; es posible que esta enciclopedia sea de manufacturación cristiana, pues fue un regalo de alguien que en otro tiempo santificaba las fiestas y ponía la otra mejilla frente a una ofensa. Pero existen otras definiciones igual de respetables aunque seguramente nada atrayentes para los que día a día, repletos de estúpido optimismo leibniziano intentan convencerse de que este mundo es el mejor posible o el único factible; no voy a ser yo quien las recopile, no dispongo de tiempo ni ganas para escuchar memeces a estas alturas de mi vida; sinceramente, preferiría que me arrancaran tres muelas antes de oír lo que tú tienes que decir al respecto y, francamente, me importa un comino dúctil y maleable, cual es o deja de ser tu filosofía acerca de este sinsentido.

Felicidad es una palabra inventada trabajosamente para tratar de sacralizar la mentira a la omnisciencia inherente o total. Esta definición que puede resultar pedante, redicha o incluso incoherente, es la única que se ajusta o encaja en mi capacidad cognitiva para disfrutar del léxico imprudente sin sufrir repentinas pero previsibles ganas de meter la cabeza en un cubo de agua regia; determina y provoca pero al mismo tiempo considera y confunde. Podría intentar ser más repulsivo tratando de minimizar sus consecuencias; podría corresponder a las expectativas eruditas o filosóficas con una detallada pero aburrida conjunción de palabras ostentosamente huecas e insustanciales, pero no lo considero necesario ni creo que sirva para exonerar a mi cerebro desgastado y enfermizo del cúmulo de excesos innovadores que se arremolinan en el maelstrom que forman mis neuronas.

Existe gente que sonríe imbécilmente ante cualquier adversidad inalterable, pero también hay ciertos individuos (claramente avanzados) que pondrían fin a su vida con tal de no soportar la molestia de unos acrocordones en el cuello o en las axilas. Todo depende de la capacidad para admitir la ineficacia, o dicho de otra manera, todo es el resultado de no tomarse la vida demasiado en serio. Admitir el infortunio de la dicha es un signo de grandeza intelectual, lo contrario, a mi juicio, es una forma de esclavitud o prostitución de la sensibilidad y del conocimiento. Llegados a este punto, sólo me resta finalizar este apunte venenoso con una pregunta que me hago desde que conocí al primer idiota que me admitió su completa satisfacción con la existencia que llevaba:

El rebuzno…. ¿es innato o adquirido?

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Email del 11 de febrero 2022

 

Anima Ehtiat. Crazy portrait No. 2 (XX cent.)

Querida:

Mientras corregía Los calzoncillos satánicos, un texto escrito por una de mis mejores amigas, cuya pretensión fundamental era presentarlo a un concurso literario amateur, reparé en que a pesar de mis 60 años, seguía siendo un completo imbécil. Luego le di la vuelta al pensamiento y me pregunté para mis adentros cuándo diantres iba a madurar. ¿A los 70? ¿A los 80? ¿Qué cojones hacía corrigiendo un proyecto de libro en el que los protagonistas eran unos gayumbos demoniacos. A mí me gustan las bragas. Y sobre todo lo que hay dentro de ellas. Luego aparqué la relectura y revisión a un lado y me senté en el sillón donde suelo meditar sobre los malos rollos. Y me concentré. Y recapitulé. Y acabé abstraído y embelesado. 

En ese instante, justo cuando había llegado a la conclusión de que en realidad yo era un humanista, -eso sí, quizá un poco ominoso- que de alguna manera había coadyuvado al desarrollo de la degeneración de parte de la raza humana más virtuosa, sentí un pinchazo en la parte alta de la espalda que me obligó a tenderme sobre la cama que en aquella época utilizaba para lloriquear cuando mi hipocondría se descomedía. Al mismo tiempo que trataba de apaciguar mis dolores interiores, decidí asomarme a la ventana. Observar a la gente que con ese típico caminar zombi se dirige hacia cualquier dirección siempre me había reconfortado. Sin embargo, en esa ocasión una molestia en forma de abejorro revoloteando francamente cabreado me jodió la transverberación. Cuando al fin pude ahuyentarlo agitando frenéticamente la borla del cordón de las cortinas e intenté volver a asomar la cabeza girándola en forma dextrógira, un concepto en forma de reflexión resbalosa se introdujo (¿otográmicamente?) por uno de mis pabellones. La idea era claramente eudemónica y por un instante me apaciguó: «Todo contacto deja un vestigio. Dios mío, ¡todo contacto deja un vestigio!» 

Todos los que tienen el placer de conocerme lo saben: no soy William James Sidis, pero cojones, tampoco una acémila desgalichada. Quiero decir, puedo… puedo estar taraceado de arriba a abajo y ser capaz de poner caras estúpidas y ojipláticas cuando no entiendo algo, sin embargo nunca, y repito, nunca, me olvido de mis propias ideas fijas, que en ocasiones son proditorias. Todo lo que he sido o todo lo que no he sido forma parte de mi ser. Y aunque mi determinación suele ser inquebrantable, nunca encuentro motivos suficientes para hacer lo que no hago. ¡Ni siquiera cuando me encuentro bocabajo!

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Email del 11 de febrero 2022 Leer más »